Entre fuego y agua, de Viviana Gómez Echeverry y Anton Wenzel

El valor antropológico de una imagen

Gonzalo Restrepo Sánchez.

Historiador y crítico de cine.

Si algo tenemos que mirar con detenimiento estos últimos dos o tres años es el documental colombiano, si bien en algunas otras oportunidades a manera de falso documental. El audiovisual que hoy nos ocupa Entre fuego y agua (2022), abre en una primera imagen con el sonido musical de una armónica en la boca de un chico afrodescendiente llamado Camilo, y que habita en Quillacinga o Quillasinga (que en quichua significa “nariz de luna”). Un pueblo aborigen originario de los actuales municipios de Pasto, Sandoná, La Florida, Chachagüí, Tangua y La Cruz, en el departamento colombiano de Nariño.

Pero que un chico de raza afrodescendiente viva en una comunidad étnica diametralmente opuesta a la él, no tiene por qué sorprendernos. Y sin pretender elaborar marco conceptual alguno, «por muy rica y compleja que sea la imagen que los individuos tienen de sí mismos en relación con el mundo físico y social que les rodea, algunos de los aspectos de esa idea son aportados por la pertenencia a ciertos grupos o categorías sociales» (Tajfel, 1981, p.255).

Ahora (y es lo que da el interés por observar la cinta), es el sentir del mulato Camilo en descubrir su verdadero origen social. Sus más recónditos deseos de buscar su pasado, sus verdaderos padres, ya que había sido adoptado por una familia humilde quillacinga. Pero, por otro lado, la película es una recreación de los aborígenes, sus costumbres y rituales de un resguardo ancestral determinado y una música (Rodrigo Restrepo Pabón y Carolina Ortiz Cerón) que llega al alma del colombiano.

Entonces, la conjunción de los planos, las notas musicales de Entre juego y agua y de las palabras que dan sentido, si lo consideran así, estimula a un primer asunto sin arrinconar trama: a poder permitirnos topar con unos interlocutores que todavía no son los arquetipos ideales suspendidos en una narración que tiene su potencialidad, pero no su forma (¿documental o falso documental, ficción-no ficción?). Ahí, donde incluso no hay historia, ya hay testimonio e identificable: el tiempo, la memoria que despierta, la idea de la identidad sin desmayo por momentos en ese rostro mulato e inteligible de Camilo.

Ahí, donde incluso no hay historia, ya hay testimonio e identificable: el tiempo, la memoria que despierta, la idea de la identidad sin desmayo por momentos en ese rostro mulato e inteligible de Camilo.

Todo está ahí para expresar, primero que nada, que Entre juego y agua asume un carácter categórico y oportuno en una experiencia por aprisionar identificación social, olvidando antifaces y restricciones. Concibe confluir tradición y testimonio para recodarnos que todos nosotros, aunque no formamos parte de ese bosque del «Exilio Interno» (Castillejo, 2000), en muchos casos, también nos reconocemos como seres atrapados en los límites de la verdadera identidad social.

Así que la búsqueda de la identidad social deja de ser una demanda académica y que, a decir verdad, es altamente pertinente, ya que como bien lo ha aludido Ovejero (1997, p.15), la identidad es una de las nociones más vitales y centrales de las ciencias sociales, y ocupa un lugar apreciable en la historia, la sociología, la psicología y la antropología.

Respecto al personaje Camilo (eje de la ideología del filme) nos permite interpretar a través de su propia experiencia que, según la explicación de Doise (1982) desde la figura de la subjetividad; la identidad puede analizarse primero que todo desde un nivel intraindividual (permite al individuo organizar sus experiencias), sosteniendo el pulso de un retrato de personaje para el filme. Además, otra idea que se observa claramente en la película, es ese contraste entre “los rituales” de la ciudad y el campo explícitos y concluyentes por la mente reservada de Camilo. Uno de los estilemas esenciales de ese cine de realismo social (La roya, 2021, de Juan Sebastián Mesa) que hoy día, copa cualquier encuentro festivalero.

Está claro que estas propuestas cinematográficas no son solo del cine de América Latina. Ningún cine europeo y en estos tiempos recientes que vivimos, ha aprovechado mejor que el rumano las posibilidades fílmicas para estremecer, reordenar y reforzar sobre todo la identidad nacional como espejo de una historia colectiva. Sobre todo, entre varias obras maestras que se suceden a partir de La muerte del señor Lazarescu (2005) de Cristi Puiu, y que, siendo sincero, son películas muy poco publicitadas.

De manera pues que para este cine reciente colombiano y basado en ciertos principios de etnografía audiovisual, “no es necesario ser un antropólogo para hacer un film de pensamiento etnográfico, tampoco es necesario que un film adhiera por completo a la definición para que sea considerado etnográfico” (Henley, 2017, pp.209-210). Al mismo tiempo, nos brinda la ocasión de conocernos un poco mejor, y apoyar un cine documentalista, que muy poco soporte tiene en todas las esferas de la vida nacional.

Referencias

Castillejo, A. (2000). Poética de lo otro: hacia una antropología de la guerra, la soledad y el exilio interno en Colombia. Ediciones Uniandes-Universidad de los Andes.

Henley, P. (2017). The Film Festival of the Royal Anthropological Institute: A personal Memoir on its Thirtieth Anniversary, en Aida Vallejo y María Paz Peirano (eds.), Film Festivals and Anthropology. Newcastle: Cambridge Scholars Publishing.

Ovejero, A., 1997, El individuo en la masa: Psicología del comportamiento colectivo, Ediciones Nobel.

Tajfel, H. (1981). Human groups and social categories. Cambridge: Cambridge University Press (Versión española Tajfel, H. (1984). Grupos humanos y categorías Sociales. Barcelona: Herder).

 

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