Nuestra película, de Diana Bustamante

De impulsos y muertes latentes

Andrés Múnera

 

Cristo que, siendo polvo, al polvo ha vuelto;

Cristo que, pues que duerme, nada espera.

Del polvo prehumano con que luego

nuestro Padre del cielo a Adán hiciera

se nos formó este Cristo tras-humano,

sin más cruz que la tierra…

El Cristo yacente de Santa Clara de Palencia

-Miguel de Unamuno-

 

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Jaramillo: ¡Otra víctima! primera plana en El Universal. En la fotografía el candidato presidencial de la Unión Patriótica no lleva la boca entreabierta ni de sus cabellos desprende cuajada sangre negra como diría Unamuno del Cristo yacente de Santa Clara pero ambos fluyen hacía una nada que nunca llega. Observar la imagen del político asesinado es un ejercicio de identificación, el cuerpo postrado por la muerte y la inutilidad de toda acción y de cualquier afán del que observa, un tránsito de energía continuo entre la vida y su contraplano. Hacer cine con archivos cinematográficos es acurrucarse con fantasmas, morar con ellos y con el limo que producen. El fotógrafo Joan Fontcuberta advierte en El beso de Judas la necesidad de desmontar la “verdad” como punto de vista impuesto desde una plataforma de poder, habitar estas hendiduras del archivo latente es también descender hacía los orígenes de nuestras heridas. El político asesinado con los párpados putrefactos nos observa también  y nosotros con nuestro constante mirar provocamos movimientos internos en los materiales que tocamos con la vista vulnerada. El que trabaja con archivos reescribe la historia con la valentía para imaginar al mismo tiempo que tiene que sufrir con la fantasmagoría que dispara con su tacto, en su intento de lograr desmontar las plataformas que señala Fontcuberta, también profundiza en la herida de ver, identificándose con los muertos que lo increpan, un desdoblamiento activo entre el observador y lo observado; la gramática prístina de un féretro abierto.

 

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La productora y directora Diana Bustamante observa y disecciona nuestro féretro pantagruélico como país en Nuestra película (2022), un rito anamnésico donde los archivos televisivos del pasado con sus plataformas de poder advienen al presente (¿acaso alguna vez nos abandonaron?) con sus sombras y luces. Jean Louis Comolli oportunamente señala la desmesurada fetichización del documento en esta sociedad hipermediatizada donde el carácter de expediente se ha trazado como molde para manufacturar la verdad conveniente de turno. Bustamante maniobra con el volátil material de noticieros reportando masacres, homicidios y videos de infantes cantando el himno nacional pero alejándose de los vicios señalados por Comolli, fluctuando con la organicidad y la enfermedad (como textura del soporte del archivo) del material, originando suspensiones de reflexión. Estos materiales institucionales, violentos en sus vaguedades y ejecutorias encuentran en Nuestra película la potencia oculta del borde y la aliteración, no dejan de murmurarnos su naturaleza: la del archivo como una mina excavada en la noche eterna. Frente al relato oficial, memorizado por el muñeco ventrílocuo de la historia, se filtra la sangre de líderes sindicales, madres de la espera incesante y niños, presencias del desgarro, Nuestra película nos encapsula sus ropajes y sus rostros apagados, de los féretros apilados en los andenes y las muchedumbres desasosegadas nos quedamos con las miradas de los niños, miradas que podrían ser las que filmaron Cecilia Mangini y Pier Paolo Pasolini en las barriadas marginales de la Roma de los años sesenta. La voz de la directora aparece fugazmente, estrategia acertada cuando uno se está desplazando, abriendo y desviando junto a tantos muertos en el ejercicio de recordar. Aparece Dabeiba y sus muertos, el magnicidio de Galán en un bucle cada vez más poroso con la retina o un boceto digital del avión donde fue asesinado Carlos Pizarro aquel 26 de abril de 1990. No dejo de pensar en Nuestra película como la escultura de Cristo, la que vio Unamuno en la Iglesia de la Cruz de Palencia, la que engendró en él esa súbita fuerza para escribir el célebre poema que tanto le atemorizaría tiempo después, siento en las imágenes-fosa de Nuestra película una esencia silenciosa de la poesía del autor de Niebla. Después de habitar el féretro de nuestra memoria, de nuestra película, uno sale de la película de Bustamante experimentando la anagnórisis prometida, estamos en una pequeña porción de esos ojos partícipes del desgarro, contemplaremos con ellos y junto a ellos la barbarie, el punto fulminante hasta el vacío donde se interceptan los ojos cerrados del político baleado en la fotografía del recorte de periódico y los míos que, como una catatumba obstruida después de un volátil espejeo, han quedado en tinieblas.

Estos materiales institucionales, violentos en sus vaguedades y ejecutorias encuentran en Nuestra película la potencia oculta del borde y la aliteración, no dejan de murmurarnos su naturaleza: la del archivo como una mina excavada en la noche eterna.

 

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Ruiz de Samaniego en su ensayo llamado: Matar a Dios habla de la escultura de Cristo yacente de Gaspar Becerra y de una particularidad, la escultura tiene un pequeño receptáculo abierto en la zona de la herida del pecho que sirve para colocar en él la hostia consagrada, convirtiendo la escultura en un sagrario, yo considero que Nuestra película de Diana Bustamante también se aloja en una pequeña cavidad del cadáver de la memoria de nuestro país, no puedo inferir la metamorfosis del símbolo pero sí señalar su relevancia para la posteridad.