Entrevista a Fabián Hernández

Cuando se ha vivido el realismo

Redacción Canaguaro

¿Cómo llegó  a ese universo de un joven marginal y su contexto, qué fue lo que le interesó de eso y cómo fue el proceso de investigación para captarlo de esa manera?

La película se desarrolla en localidades donde crecí, en los barrios y calles que caminé desde niño y como adolescente, son barrios y calles que conozco muy bien. Aquí no hubo el contrato de un director de locaciones, ni un investigador que llegara como en un tono antropológico a ubicar cómo se filman unos niños o gente salvaje de la periferia, ni hubo un director de casting contratado para que me fuera a buscar unos niños que se vieran ñeros y que se vieran tremendos para que salieran en una película, no, esto es un trabajo que es el resultado de un proceso de vida de discernimiento sobre mi pasado y la concepción social y política de un machito en ese contexto como lo fui, como lo quise ser, como muchos de los muchachos con los que crecí, que ya muchos de ellos no están vivos en ese mandato de buscar el poder, de buscar la visibilidad, de buscar el conflicto con tal de buscar las herramientas del poder, que muchas veces son las armas. Entonces la investigación no fue realmente que dije que la iba a ser, sino que fue un análisis muy autorreferencial de las situaciones del pasado, pero también quise ver el contexto contemporáneo, quise ver también qué estaba pasando con los muchachos en los barrios en este momento.

 

Entonces fue más fácil ingresar a ese universo… ¿Qué estrategias aplicaron?

Ingresar al universo tampoco fue muy complejo. Yo llevé al equipo de producción a ver las calles donde yo crecí, y sabía exactamente dónde poner la cámara, dónde quería filmar… quería hacer una película que escapara de los estereotipos y de los clichés a los que estamos sometidos todo el tiempo en estas localidades, a donde vienen a filmar lo de siempre: la bazuca, el robo, los niños matándose a cuchillo entre ellos y como si nada, sin un duelo, sin una sexualidad, sin todas esas cosas que me la pasé viendo todo el tiempo y también experimentando en esa época, entonces ese fue el deseo y la aproximación.

A la hora de filmar fue igual, fue hablar con uno de esos pocos amigos que todavía quedan vivos en el Sanber [Barrio San Bernardo] y decirle “Hermano, quiero filmar una película aquí en el barrio” y él me dijo: “La única condición que le pongo es que no me traiga ningún policía, ningún ejército, ni seguridad privada, y filmen acá”. Y listo, porque él es un “saya” [Sayayin: capo de la delincuencia en Bogotá], y así filmamos, sin policía, sin seguridad privada, haciendo un trabajo con la comunidad, bajo la tutela y complicidad de los socios del pedazo. Entonces fue un rodaje muy tranquilo, muy ameno, sin ningún problema, ni un robo. De hecho, la pasamos muy bien, y sí, a la hora de la investigación fue eso: memoria a partir de mi discernimiento con unos temas, que tienen que ver con la masculinidad. Me han interesado muchos los estudios feministas, de género, esas cosas me parecen muy importantes, no porque esté de moda, no porque todo el mundo esté hablando ahora del tema cuir, sino porque me parece que en realidad sí es importante, es algo que debería saber todo el mundo, que son temas de actualidad tan importantes como saber quién es el presidente. Es muy importante saber de género, a mí me abrió mucho la cabeza para entender muchas dinámicas sociales y para entender muchas dinámicas que me había construido a mí, de cierta forma, como ser humano en el mundo.

Entonces fue un rodaje muy tranquilo, muy ameno, sin ningún problema, ni un robo. De hecho, la pasamos muy bien, y sí, a la hora de la investigación fue eso: memoria a partir de mi discernimiento con unos temas, que tienen que ver con la masculinidad.

¿Siempre le han interesado esos temas?

Esos temas yo los vengo leyendo desde hace varios años, porque tampoco es una improvisación, porque llevo varios años estudiando esto, me parece que son problemas que tienen que llegar a sectores sociales donde casi no se habla de esto, porque eso parece siempre quedarse en un discurso académico, entre profesores o especialistas, y creo que acá es muy importante entender nuestras dinámicas y por eso creo que esas lecturas y esos análisis sobre los estudios de género ayudan a generar tolerancia, ayudan a generar paz, ayudan a genera convivencia. Por eso la película se plantea de esa forma, es una película que se llama Un varón, que habla de masculinidades, que habla de ambigüedades, de deseo, de inquietud y de llanto y de miedo en un contexto en que a los muchachos les cuenta hablar de eso, por eso creo que es pertinente  la película, porque pone sobre el terreno un diálogo que no es el de siempre, que no vamos a mostrar a los muchachos pandilleros y locos, sino que acá hay otra cosa que es más profunda y que me parece necesaria, que es hablar de paz y de construcción de tolerancia.

 

Es clara en la película esa línea de poner en cuestión el género y sus convenciones tradicionales, incluso desde el mismo título. ¿Se puede decir que jugó con esa ambigüedad del título, el cual puede hacer referencia a dos cosas:al género en términos de identidad, pero también aludiendo al machismo y de la valentía?

La idea con el título de entrada sí era reapropiarse de esa expresión coloquial muy colombiana, latinoamericana también, de “compórtese como un varón, como un macho, como un hombre”.  Como también se han reapropiado de la palabra cuir, que era un injurio, una apelación negativa y grosera, y se la reapropiaron para hacer una cosa visible. Y yo quería reapropiarme de la expresión “un varón” para ponerla en cuestión. Para debatir ese término ¿Qué es un varón? Y sí, se plantea desde varias aristas. Ese mandato de compórtese como un macho acá se vuelve discutible y la película aborda el cómo se desintegra un poco ese mandato social, cómo alrededor de esa expresión existe justamente la ambigüedad, la inquietud, la no certeza de qué es ser un varón.  Me parece que es un título que puede llamar la atención porque puede relacionarse también al nuevo varón del barrio, el nuevo varón narco, y ese puede ser un gancho que puede atraer público para que se estrellen con la película. Porque la gente puede pensar en ese título, en chicos de calle y decir “esto va a estar buenísimo”. Y llegan con esa expectativa y se estrellan con una película en la que no hay ni un muerto, no hay ni un balazo, no hay sangre tirada en el piso, no hay uno echando bazuca a lo loco, y lo que sí hay es sensibilidad, inquietud, deseo, duelo y personajes inteligentes que reflexionan, que dudan, que toman decisiones alrededor de su propia existencia, como el hecho de matar o no. Es como una propuesta para estrellar a la gente y que digan, “bueno, no todos los muchachos de calle son niños salvajes, locos o angelitos vistos poéticamente, porque eso es lo otro raro, que los venden como angelitos poéticos, cuando en realidad lo muchachos también tienen una potencia y tienen un discernimiento cobre muchas cosas.

… expectativa y se estrellan con una película en la que no hay ni un muerto, no hay ni un balazo, no hay sangre tirada en el piso, no hay uno echando bazuca a lo loco, y lo que sí hay es sensibilidad, inquietud, deseo, duelo y personajes inteligentes …

Llama mucho la atención el tipo de realismo que propone su película. Es distinto a casi todo lo que se ve en el cine colombiano y latinoamericano, es como más simple y austero. ¿Cómo pensó asumir el realismo como tal y en relación con los referentes conocidos?

Realismo y realidades hay muchas y muy diversas y yo he hecho el ejercicio de filmar cosas que conozco o que me han pasado en la vida. No estoy acá mirando unos niños desde la ventana del carro y diciendo que quiero hacer una película sobre ellos porque me causan algo, no, este es un proceso muy personal. Entonces, en medio de esto, también he querido no caer en juego de sensacionalizar a las personas y al público, creo que se ha hecho mucho en el cine colombiano, sensacionalizar por las vías poéticas o por las vías violentas. No sé qué pasa ahí, hay como un acuerdo muy raro entre el público y los cineastas, que la mayoría son de una clase social media alta, de gente preparada, que ha estado en universidades y que llegan a filmar en unos barrios que uno dice “¿Pero a qué horas?” Y casi siempre caen en lo mismo, que es como el niño mugriento o el niño violento o el niño con unos sueños no sé qué y eso es justamente lo que yo quería evitar porque, viniendo de ahí, creo que hay muchas cosas más de lo qué hablar, y no todo es eso.

Los personajes en mi película, lo reitero, tienen la palabra y toman decisiones. Tienen una sexualidad, algo que me parece tan importante… yo, cuando era pelao, me la pasaba en el Santa Fe o allá en el Voto Nacional, y había una inquietud sexual todo el tiempo, una ambigüedad, una cosa que no era tan fácil de describir y tan obvia. Entonces yo he tratado de hacer una película que se anclara en unos temas que tuvieran que ver con la realidad que yo más o menos he vivido y he concebido, respetando también a los personajes, no queriendo catapultarlo o asesinarlos porque sí, porque me parece que son muchachos que vale la pena que estén en vida y que construyan ideas.

Cuando su cuerpo ha sido atravesado por la violencia, créame que usted deja de ver la violencia de esa forma, deja de ser algo chévere, deja de ser algo pop y se vuelve algo que no es delicado, que no es lindo, que no es para poetizar.

Entonces esa ha sido mi línea, hacer un proceso juicioso, no queriendo impresionar a la gente con una estética tampoco, porque no es una película que romantice la marginalidad ni que poetice ni que pretenda estetizar la violencia. Para qué hacer eso. Yo no caigo en ese juego que parece que se ha hecho mucho en el cine latinoamericano, una cosa violenta impresionante. Parece que en los festivales europeos y gringos les gusta mucho ver cómo son los latinoamericanos de salvajes allá. Creo que no necesariamente una película que venga desde la marginalidad tenga que caer en ese juego nuevamente. Por eso yo trabajo de esa forma, porque también he estado muy cerca de ello. Cuando su cuerpo ha sido atravesado por la violencia, créame que usted deja de ver la violencia de esa forma, deja de ser algo chévere, deja de ser algo pop y se vuelve algo que no es delicado, que no es lindo, que no es para poetizar.

 

Para llegar esta concepción visual desde el realismo ¿Qué directrices le dio a la directora de fotografía?

Yo ya tenía muy claro la película en mi cabeza, ya cada plano lo tenía en la mente. Entonces yo no hice story board ni nada, de hecho, no ensayamos mucho, sino que fue contarle a Sofía (Oggioni) cómo yo me imaginaba cada encuadre y contarle cómo quería cada movimiento de la cámara, incluso la angulación de cada cuadro, yo tenía todo eso interiorizado. Esa calle donde el chino coge el revólver y sigue al otro, esa calle yo me la anduve muchas veces; y por la calle por donde él viene golpeado, por esa calle yo salí golpeado una vez, muy mal herido. Y yo no quería tampoco caer en ese juego o esa tendencia del cine de querer expresar el vértigo a través de la cámara. Yo quería tener tiempo y quería tener espacio y que los personajes respiraran, que tuvieran tiempo para no hacer nada. Y es que en los barrios y en lo parches hay un montón de tiempos muertos, no todo es acción. Y en las películas de los muchachos siempre hay una demanda como de querer mostrar los momentos violentos o la acción todo el tiempo. Y yo quería eso, que tuvieran tiempo para que pensaran, para que dudaran, para que no hicieran nada.

 

¿Supongo que el casting también fue diferente al conocer tan bien el sector? Y en relación con eso, ¿qué tanto hay de Felipe Ramírez, el actor, en Carlos, el personaje?

El casting fue yo ir al barrio –mis papás todavía viven allá– y salir a buscar, eso fue en el 2017. Y había un concierto de break dance con cinco muchachos enormes y en medio Pipe bailando break. Yo lo vi y me acordé mucho de cómo yo performaba la masculinidad hace tiempo. Yo era un muchacho rapero y braker, hice parte de grupos en Bogotá y bailé mucho. Yo era muy flaquito, me decían Ñero Flac, y cuando lo veo a él tan flaquito, con tanta energía y con tanta fuerza y en medio de esos cinco muchachos bailando con alegría y con potencia, entonces yo dije: “Uy, este pelao es el protagonista de esta película.” Hablé con él y con mi teléfono lo gravé en un par de preguntas –no fue un casting para nada– y vi que quería trabajar con él porque performaba esa idea de masculinidad que yo quería desarrollar en la película, esas ideas que tienen que ver con la construcción social de performatividad de Judith Butler, que se acercaban a mi línea de investigación, y Pipe lo encarnaba. Los cinco muchachos que bailaban en el grupo son los cinco muchachos que salen en los primeros términos de la película.

Me interesó también, no solo porque se parecía, sino porque había un interés artístico en él. No era como gente así a la loca, sino que a ellos les gusta el arte, la danza, las cosas escénicas, y ese fue un argumento importante para mí. Y empezamos a ensayar, pero en realidad muy poco.

A mí me gustan las actuaciones encarnadas, que los personajes sean complejos, que tengan ideas políticas y sociales, como las tenía Pipe. Tampoco quería cuartar su verbo, eso tan rico que tienen los muchachos que es la lengua, eso tan rico que es el lenguaje de calle.

Y de Pipe en relación con Carlos, ese personaje es el resultado entre mi pasado y el presente de Pipe. Hay mucho de él, pero es un personaje construido, hicimos un proceso de preparación. Pero tampoco quería cuartar la libertad expresiva de Pipe y decirle que se aprendiera unos diálogos, que se moviera de aquí allá, como un robot, no, yo no quería un robot. A mí me gustan las actuaciones encarnadas, que los personajes sean complejos, que tengan ideas políticas y sociales, como las tenía Pipe. Tampoco quería cuartar su verbo, eso tan rico que tienen los muchachos que es la lengua, eso tan rico que es el lenguaje de calle.

 

Un elemento que parece muy significativo en la película son esos espacios en ruinas, tanto interiores como exteriores donde se mueve el protagonista. ¿Su elección fue producto del realismo o también se buscaba hacer un comentario más profundo con ellos?

Desde que soy pequeño me he encontrado en el sector mucho con las ruinas. Yo crecí en el Barrio San Bernardo y ahí existía el Cartucho, ese era un paso obligado para mí cuando era niño o para mi papá ir a trabajar. Entonces el Cartucho se destruyó, yo vi las ruinas y luego se generó esta vuelta del Bronx, donde parché mucho de adolescente, y de hecho allá fue que me atacaron una vez muy fuerte. Y esa calle se también volvió ruinas, porque políticamente parece que la solución siempre ha sido la destrucción. El Cartucho fue un proceso de expulsión de mucha gente, a lo mal hecho, con retroexcavadoras, y en la Ele fue lo mismo, destruyeron y destruyeron y la población se desplegó, pero eso no ha acabado, esa problemática de la población del centro de Bogotá, la gente se ha desplazado, ahora viven en el Sanber, que es donde viven mis papás, y ahí está pasando lo mismo, están destruyendo muchas casas. Ahora la mitad del barrio está arrasado por unos edificios que serán impagables para la gente que vive en el barrio. Entonces yo quise retratar un poco el barrio que conocí. Muchas de las calles que salen en la película ya no existen, por eso para mí era importante dejar ese registro de esas calles. Otra cosa que pasaba ahí sí tenía que ver con el proceso interior del personaje, el proceso de derrumbe y de construcción de él, de su identidad, entonces el espacio también se anclaba mucho a ese diálogo con el personaje.

 

Lo musical en la película es importante, pero de acuerdo con su pasado de rapero y braker, incluso del actor, no está presente, ¿Por qué?

El objetivo era hablar sobre masculinidad, identidad y presión social, sobre ese mandato machista, esa masculinidad hegemónico tóxica que opera en el sector. No era una película de rapers. Yo en este momento estoy escribiendo una serie de rapers, pero lo de esta película era un tema social, político, que me parece importante, entonces quería poner toda mi atención ahí, por eso no hice acento sobre los rapers porque de pronto se iba por otro lado la película. Quería dar cuenta de algo poco visto, porque películas de rapers hay, de ñeros hay, de pelaos que se matan hay. Y ahí está el reto de la película, en tratar de que la gente entienda que es otra cosa, que no es lo mismo de siempre, que tiene otra perspectiva, más allá de lo ya visto de la marginalidad en el cine.