FICCI 62

El puente está quebrándose, ¿con qué lo curaremos?

David Guzmán Quintero

Asistir a un festival de cine puede parecer un acto de terca insistencia y que ni siquiera la misma gente que asiste podría justificar por qué lo hace. A estas alturas, un festival de cine la tiene complicada a la hora de intentar que aquello no parezca la celebración fúnebre de un arte cuya vida amenaza con extinguirse constantemente. No recuerdo quién fue el que dijo que la prueba de que el cine ha muerto es que constantemente lo están intentando resucitar con las tecnologías para hacer más sofisticado el entretenimiento: el 3D, los efectos especiales, etcétera. Al cine también lo mata el ser tan susceptible, tan vulnerable, estar tan expuesto, más que cualquier otra manifestación artística (incluso más que la música), quizá al ser igualmente la más costosa, a la basura farandulera, a las tendencias, etcétera. Por lo que insistir en un cine vivo y no en un cine resucitado (aunque en estado vegetal) cada vez más parece que es jugar de visitante, con el marcador en contra y con menos jugadores que el otro equipo; parece entrar quedando, un juego en el que uno, como sea, está destinado a perder. Y es peor cuando cada vez se suman más a esa actividad de despertar al cine a la fuerza. Es tal vez debido a eso que, a pesar de que constantemente he escuchado que uno no va a festivales de cine a ver cine, insisto en esos espacios como portales a través de los cuales uno puede acceder a propuestas diferentes a lo que llegan a las carteleras de cine o, incluso, a las plataformas de streaming.

El FICCI es de esas comuniones cinematográficas de las que, dada su importancia a nivel latinoamericano, podemos sacar pecho en Colombia. Creo que podemos decir que hace mucho tiempo ya el FICCI dejó de ser un evento sin utilidad y una sorpresa exclusivamente dirigida a la burguesía local y ahora es, verdaderamente, una ventana de exhibición importante. El trabajo que hace el equipo de curaduría y programación sigue preocupándose por traer propuestas cinematográficas provocadoras y atractivas. Eso no quiere decir que considere “buenos” todos los filmes (vi un par de bodrios como Memento mori), sino que, de una u otra forma, es importante mostrarlos e incluirlos en la conversación.

El festival abrió con Memento mori, de Fernando López Cardona (el año pasado la de inauguración fue La roya… ha de ser alguna estrategia del festival para que, sea lo que sea que uno vaya a ver después, sea mejor). Y entre los largometrajes colombianos de ficción exhibidos también estuvieron Cristina, de Hans Fresen, Entrevista laboral, de Carlos Osuna, Herida abierta, de Lina Rodríguez, Lo peor hasta el momento, de Iván Garzón Mayorga, Puentes en el mar, de Patricia Ayala Ruíz y Un varón, de Fabián Hernández. Eso sin contar los que hicieron parte de secciones como “De indias”, “Tierra adentro” o los filmes documentales que solo corroboran que es este género el que está haciendo las mejores propuestas cinematográficas en el país los últimos años. Es una verdadera lástima que algunos de estos relatos no lleguen después a salas de cine, ni siquiera a las alternativas. El año pasado recuerdo muy especialmente filmes como La forma que tienen las nubes o Toro, que han encontrado un público solamente en festivales.

Y entre los largometrajes colombianos de ficción exhibidos también estuvieron Cristina, de Hans Fresen, Entrevista laboral, de Carlos Osuna, Herida abierta, de Lina Rodríguez, Lo peor hasta el momento, de Iván Garzón Mayorga, Puentes en el mar, de Patricia Ayala Ruíz y Un varón, de Fabián Hernández.

Igualmente hubo presencia de gran cine latinoamericano (que sí que menos va a llegar a nuestras salas en un futuro) en la programación del festival, como el último Bize, que es un solo plano secuencia que tiene una perspectiva bastante interesante sobre la maternidad. Y los que también para mí son imperdibles son los de la categoría “Omnívora”, que son un verdadero descanso del cine en general, filmes provocadores, verdaderas rarezas que te ponen a mirar el cine en otras mil direcciones; en esta edición, estuvo el último Stathoulopoulos, que es algo que nadie puede dejar pasar si es que podemos tener acceso a él en algún futuro. Esta categoría es sumamente importante, pues creo que es a través de la redisposición de los recursos que refrescan el lenguaje cinematográfico, del retorno a un cine decentralizado que no responda a las exigencias industriales y comerciales y de volver a darle importancia a la experimentación y al redescubrimiento constante del cine y no a ese eruditismo reglamentario de la industria y las escuelas, que el cine puede mantenerse vivo.

Así mismo, el traer a colación a los viejos maestros del cine puede constantemente recordarnos los verdaderos límites que tiene el cine: ninguno. En esta edición hubo dos secciones de clásicos (que para mí es un verdadero privilegio poder verlos en una pantalla grande) que comprendieron cine italiano con dos de los más hermosos relatos de Vittorio de Sica (sección que contó con otros dos relatos de los últimos años: Ennio: The maestro, de Giuseppe Tornatore y La mano de dios, de Sorrentino) y una retrospectiva de Godard, que recién falleció el pasado septiembre.

Como siempre, al final, uno queda con la sensación de no poder haber visto todo lo que se hubiese querido, aun renunciando al mar y a las caminatas alrededor de las murallas.

Ahora, lo anterior respecto a esa parte de la palabra “festival” que denota una reivindicación de la vida (del cine). Ahora pasemos a los actos mortuorios:

No se puede dejar pasar el hecho (casi a manera de alerta) de que el festival podría estar entrando en decadencia a causa de la farándula. Esto puede verse en la programación académica. Gran parte de las masterclasses estuvo enfocada a redes sociales (cuya importancia no niego, pero sí cuestiono si un festival de cine es el espacio para esas discusiones o un espacio en el que se les dé tanto peso): “De Aristóteles a TikTok”, “La presunta gratuidad de las redes sociales”, “Creadores y creadoras de contenido con impacto social”, “Lo que necesitas saber sobre tendencias de contenido […]”. El hecho de que hayan traído como “invitado especial” a un director de cine crispetero como Tim Miller o que hayan desaprovechado de una forma casi insultante la presencia de un director como Sebastián Lelio con un masterclass (no sobra decirlo: a eso del mediodía, al aire libre, con un solazo encima que, literalmente, imposibilitó la permanencia del público) moderado por Natalia Reyes, que ocupa el cargo de Presidenta de la Academia Colombiana de Artes y Ciencias Cinematográficas, tras la salida de Consuelo Luzardo que ocupó el cargo durante seis años; no pongo en tela de juicio la habilidad interpretativa que pueda llegar a tener Natalia Reyes, pero el tipo de conversación que moderó con Lelio hacen pensar que la única razón por la cual ocupa ese cargo es por “fama”. Si hablamos de rostros visibles, constantemente me he preguntado por qué un cargo de este peso, no solo en cuanto a cine, sino extensible a cargos similares en otras artes (como el caso del Festival Iberoamericano de Teatro, que en su momento significó resistencia a la violencia de los años noventa a través del arte y que ahora está en crisis desde la muerte de Fanny Mikey) no es ocupado por una personalidad como Vicky Hernández. Pueden cambiar el nombre si lo desean, pero a lo que me refiero es a una persona que haya recibido las coces del arte en Colombia y cuyo amor, respeto y afán por dignificar su oficio la haya llevado a alzar la voz (de forma insistentemente molesta, dirían algunos) atacando a las instituciones, aunque eso les signifiquen afrontar todos los vetos imaginables.

Si hablamos de rostros visibles, constantemente me he preguntado por qué un cargo de este peso, no solo en cuanto a cine, sino extensible a cargos similares en otras artes …

Y tercero, y quizá un reproche meramente personal, una publicación que hicieron vía Instagram que encontré bastante desagradable: “Cuota femenina en el FICCI”, lo que genera desconfianza en la razón por la cual homenajearon a Paula Gaitán y a Alejandra Borrero y Juana Acosta en los India Catalina, el que el sesenta por ciento de los filmes seleccionados fuesen dirigidos por mujeres y una sección de películas titulado “Cine de España, mujeres”. ¿De verdad sus trabajos son dignos de reconocimiento o solo hacen parte de la Edición por “cuota”? Esa ha sido una de las discusiones que han sostenido algunas cineastas, pues resulta, en vía opuesta, reafirmando el machismo: es como si la única forma en la que el trabajo de una mujer puede hacer parte de estos espacios es haciéndoles una categoría especial a ellas, como si no pudieran estar a la altura de los trabajos de hombres y la única forma en que las mujeres pueden ser reconocidas es excluyéndolos de “la competencia”. Y ahora la sociedad está inundada de este tipo de estrategias que tergiversan de forma peligrosísima los movimientos étnicos, cuir y feministas, creyendo que la igualdad que exigen se logra mediante la concesión de cierto impulso de condescendencia por parte de la misma élite que les han oprimido históricamente, como si clamaran por una suerte de prerrogativa de su parte. No se puede hacer agenda política con el fin de satisfacer estas demandas como si fueran meros caprichos, pues resultan cayendo en el discurso contrario que, a largo plazo, genera más desigualdad y más indiferencia.

Lo inmediatamente anterior es algo francamente condenable, pues quienes nos refugiamos en espacios como el FICCI para descansar de los Premios a Mejor Sucursal de Crispetas (hay quienes los llaman “Oscar”), nos encontramos con que están cayendo en ese mismo discurso. Esperemos, ahora que está a tiempo, que el festival no se deje llevar por esos aspectos plásticos que tanto mal le han hecho al cine, que ya suficiente tenemos con la estupidización y la complacencia malintencionada de Hollywood y sus esbirros como para que los espacios que uno espera que se tomen el cine en serio, también resulten dejándose llevar por esas payasadas propias del show business.