Gustavo Nieto Roa (Tunja, 1942)

Del melodrama al ‘benjumeísmo’ o viceversa

Mauricio Laurens

Fecundo director y productor nacional con medio siglo de trayectoria profesional, el realizador de viejas cintas taquilleras años setenta y ochenta: comedias de corte populachero, novelones de barrio y costumbrismo local o tele-novelesco. Pionero de estrategias privadas, desde su empresa Centauro Films de Colombia, fue aliado del sector exhibidor y no descuidó a la hinchada neoyorquina. Además, tuvo acceso a campañas previas de lanzamiento y cuñas publicitarias en espacios u horarios adecuados. Porque a Gustavito Nieto se le debe reconocer por algo más que gestor de comedias chistosas, a veces bobas, del memorable Carlos ‘El Gordo’ Benjumea –ellos dos lograron estrenar en circuito nacional cinco o seis diciembres consecutivos–.

El cine colombiano taquillero, por iniciativa propia y antes de aparecer Focine (Compañía de Fomento Cinematográfico de Colombia), se encauzó por vías comerciales con el gancho de las ‘estrellas’ de aquel entonces hechas en pantalla chica y consentidas por farándulas locales. Recetas, entonces, de una pretendida eficacia taquillera: esquemas populistas y clichés, entretenimiento simple e historias banales. Conquistar mercados nacionales hizo parte de tal empeño, aunque sin mayores preocupaciones por obtener estándares de mejor calidad.

En 1974, Nieto incursiona en el largometraje con la adaptación del melodrama pueblerino Aura o las violetas, escrito originalmente por el poeta bogotano prohibido José María Vargas Vila en torno a diferencias de edades y propiedades amorosas –la primera versión de 1924 fue segundo largometraje del cine mudo colombiano, producido por Di Doménico Hermanos–. Trasladada de Bogotá al Socorro (Santander), fueron intérpretes del desigual triángulo pasional: Martha Stella Calle –la tentadora jovencita–, César Bernal –el galán estudiante– y Omar Sánchez –el viejo ricachón–.

Esposos en vacaciones (1978).  Tres compinches bogotanos abandonaron sus hogares y viajaron a Cali, con el pretexto de hacer negocios y lanzarse como ‘gallinazos’ a las aventuras galantes. Se suceden episodios más o menos divertidos, extraídos directamente del medio televisivo y sujetos al chiste efectista de toquecitos picantes.  Cámara de Gustavo, con asistencia de Toni Navia.  El Gordo acompañado de Franky Linero y Otto Greiffenstein tras Lyda Zamora, Celmira Luzardo y Virginia Vallejo –entre otras beldades de entonces–.

Colombia Connection (1978). Parodia detectivesca y aventuras criollas sin mayores pretensiones artísticas, con recursos utilizados en farsas a lo James Bond y otros ajustes provenientes de los llamados enlatados de televisión.  Sus actores y libretistas (Frankie Linero y Carlos Benjumea) lograron apuntes charros y caricaturescos. El detective criollo aportó una cauchera como arma defensiva en contraste con sofisticados dispositivos del espionaje moderno, y el Gordo caía sobre una canasta de huevos o se tambaleaba en una canoa.  Repiten los nombres antes mencionados, al igual que los de María Eugenia Dávila, Esther Farfán y Martha Stella.

El taxista millonario (1979). Comedieta sobre el hampa bogotana, bajo moldes patentados por los siempre llamados cuenta-chistes de Caracol. Un taxista bogotano atraviesa mala racha debido entre otras al mal estado de su cacharro, por casualidad se enreda con un asalto bancario a mano armada y se convierte en dueño del botín que oportunamente rescata.   Pobre pero honrado, finalmente es recompensado e inicia una vida de ‘nuevo rico’ junto a familiares, amigos y vecinos. La taquilla le fue muy generosa, siendo una cinta naif, que mezcla el costumbrismo con el sainete o la farsa caricaturizada de naturaleza televisiva. Destaco de la ficha técnica: asistencia de Manolo Busquets Emiliani, cámara y fotografía de Mario González (socorrano) y sonido de Nacho Jiménez (de la Macarena).

La taquilla le fue muy generosa, siendo una cinta naif, que mezcla el costumbrismo con el sainete o la farsa caricaturizada de naturaleza televisiva.

El inmigrante latino (1980). Siguiendo la línea burlesca que había caracterizado a sus anteriores realizaciones, Centauro Films de Colombia se dispuso a presentar su quinto largometraje –protagonizados cuatro veces consecutivas por Carlitos Benjumea–. Se trataba en aquella ocasión de los infortunios o tribulaciones de un indocumentado colombiano, en los Estados Unidos: aspirante a músico, cuyo sueño de dirigir una orquesta de ritmos tropicales debía alternarse con diversos empleos disfrazados.

Amor ciego (1980). Transición de la comedia farandulera y de barrio capitalino a una crónica folletinesca de trasfondo cartagenero, con la presencia del galán mexicano Jaime Moreno e ingredientes narrativos de repercusiones netamente comerciales. Historia simple e ingenua: reina de belleza de nacionalidad estadounidense llega como turista al aeropuerto El Dorado de Bogotá en donde le roban su equipaje, pero un maletero invidente sale en su ayuda. Al iniciar un romance, las malas amistades hacen circular el rumor de tratarse de una gringa millonaria en situación de secuestro.

Caín (1984), o la historia de dos hermanos que se odian por culpa de una mujer.  Ligera adaptación de la novela boyacense del escritor boyacense Eduardo Caballero Calderón. Los peros fueron muchos y provocaron el desconcierto de algunos espectadores que la vieron: intriga refundida y piezas mal armadas de un rompecabezas, abrupta narración sujeta a giros previsibles, filtros no muy atractivos para exponer las fantasías del protagonista, incorporación gratuita pero quizás visionaria de una guerrilla mercantilista y notables desniveles en la actuación.

Entre sabanas (2007). Hombre maduro y mujer atractiva se conocen en una noche de rumba y amanecen juntos en las instalaciones de un hotel, sin desperdiciar las oportunidades para demostrar lo mucho que se gustan y hacer varias veces el amor. Su título, bastante sugestivo, obligaba igualmente a referirse a los problemas personales que aquejaron a esta pareja e indagar sobre quiénes eran ellos.  Aunque sus nombres poco importaban –decían llamarse Roberto y Paula–, los estados civiles o sentimentales se prestaron para divagaciones, pues él sostenía ser casado y ella estaba en vísperas de hacerlo.

Cierra el ciclo: Mariposas verdes (2017). Versión dramática libremente inspirada por un sonado caso de matoneo escolar e intolerancia sexual que provocaron indirectamente el suicidio de un adolescente bogotano. Expone, con probada credibilidad y discreta puesta en escena, el triste desarrollo de las presiones ejercidas por las directivas de un colegio privado, y por algunos de sus propios compañeros, hacia un muchacho muy inteligente y sensible que desató emociones encontradas al revelar su noviazgo con uno de sus compañeros de pupitre. Entre sus actores profesionales, se destacaron: María Helena Döering (madre corajuda de la víctima) y Consuelo Luzardo (abuela comprensiva).