Herida abierta, de Lina Rodríguez

Viaje al exilio

Hugo Chaparro Valderrama

Laboratorios Frankenstein©

El exilio geográfico de Lina Rodríguez es también un exilio formal y narrativo en términos cinematográficos. Cuando estrenó su primer largometraje, Señoritas (2013), descubrimos a una directora interesada por hacer de la cámara el testigo invisible de los dilemas visibles que sus señoritas revelaban a través de la intimidad de sus diálogos sobre los encuentros y desencuentros entre la visión femenina y masculina del mundo. Nueve años después, su filmografía es una promesa cumplida por lo que pueda significar el riesgo de filmar en contra o al margen de las fórmulas que desnuda por contraste con sus historias: la vida familiar que retrata en Mañana a esta hora (2016) se acerca a la ficción como si se tratara de un documental filmado con cámara en mano sobre las emociones en el terreno impredecible de la vida doméstica; Aquí y allá (2019) es una visita a los fantasmas del tiempo rescatados por el cine en tono contemplativo y metafórico; Mis dos voces (2022) insiste con su título en la dualidad que propone la distancia con el país que se abandonó y el país en que se vive, matizando con la distancia los recuerdos que tienen tres mujeres en Canadá. Películas sin prisa visual, que invierten los términos del vértigo permitiendo que la mirada se detenga en sus planos y que los personajes actúen e improvisen sus parlamentos, proponiendo más preguntas que respuestas al término de sus diálogos; declaraciones de independencia creativa ante las rutinas audiovisuales de una industria que parece enferma cuando sus guiones son revisados por un script doctor para ser rentables.

So Much Tenderness o Herida abierta (2022) es el capítulo más reciente de madame Rodríguez acerca del laberinto que significa el exilio para continuar con el aprendizaje de lo que es la vida. El sentido de cada uno de los títulos no es en vano. So Much Tenderness define la ternura de Aurora (Noëlle Schönwald) para hacer de su refugio lejos del miedo un escenario del amor cotidiano con su hija Lucía (Natalia Aranguren); un refugio en contra del horror que las echó del país y un destino para la supervivencia, que tendrá variantes en las dudas que persigan a Lucía y sus amigas sobre los misterios de las relaciones amorosas, y en la evocación que trae como una sombra a la memoria el fantasma del esposo asesinado de Aurora.

Herida abierta es una referencia al canibalismo en términos colombianos –o latinoamericanos: la violencia no tiene exclusividad geográfica– cuando el azar impone un viaje que sirve para conjurar el miedo, aunque no cicatrice del todo la herida que deja el rastro de la muerte en sus víctimas; una herida en la piel del cuerpo que llena la pantalla cuando se inicia la película y la vida se revela en primer plano, escuchándose la respiración que asfixiará la muerte.

Entre la ternura y el dolor, la película podría ser otra anécdota de la historia contemporánea cuando la procesión de migrantes atraviesa el mapa de América huyendo de la miseria o del terror que los expulsa de sus países –con matices desconcertantes en un rincón del mundo tan insólito como es Colombia y su ilusión por vivir algún día en paz–.

La sinopsis nos habla de una abogada ambientalista que huye tras el asesinato de su esposo y reorganiza su vida en Toronto, donde su hija cruzará por el huracán de las emociones que quizás le ayuden a entender el mundo y resolver sus misterios, poniendo a prueba la suerte de una realidad aparentemente equilibrada con la presencia insólita del primo que tal vez asesinó al esposo de Aurora, a quien la viuda descubre –o cree descubrir– en el metro, dudando al final de las visiones que parecen inventarle sus paranoias.

Los nueve años de rodaje que han transcurrido desde Señoritas han sido un experimento cifrado por los hallazgos en el cine de Lina Rodríguez. Podemos sospechar que se interesa por darle al sentido de sus planos una razón dramática cuando se ilumina con la presencia de alguno de sus personajes.

El énfasis en la edición, que fragmenta y conduce la mirada del espectador, enriquece formalmente la anécdota, y su puesta en escena libera a los actores para que construyan sus personajes con base en la improvisación, a través de diálogos que permiten comprenderlos en sus conflictos y en el rompecabezas que ensambla narrativamente el guión cuando alrededor del tema del exilio, como centro temático de la historia, suceden desvíos que van más allá del alegato con el que se denuncia una situación y se rebasa lo circunstancial con lo esencial: observar el comportamiento del corazón de las tinieblas que ilumina, bien o mal, la incertidumbre de un destino riesgoso.

Se trata de la barbarie, pero también de las preguntas sobre el significado de ser mujer en un mundo maltratado por la testosterona; del asesinato que nutre los noticieros y de la vida íntima que consuela con el espejismo del amor los desastres de la vida pública; de la mala costumbre que propaga la muerte como una expresión de la sordidez y de la buena costumbre de la vida que atraviesa fronteras para continuar en el mundo.

No sobra hacerse una pregunta ante cualquier película: ¿qué intentó el director al narrar una historia con la forma que eligió para moldear sus aspectos visuales?

Los nueve años de rodaje que han transcurrido desde Señoritas han sido un experimento cifrado por los hallazgos en el cine de Lina Rodríguez. Podemos sospechar que se interesa por darle al sentido de sus planos una razón dramática cuando se ilumina con la presencia de alguno de sus personajes. Sucede en el momento del suspenso que inicia la historia, con el plano en el que Aurora aparece o se retira con un movimiento pendular, compartiendo la espera de lo que todavía es inexplicable y se revelará como ese viaje hacia el exilio que emprende en el baúl de un automóvil donde se esconde para cruzar la frontera entre Estados Unidos y Canadá. La imagen es suficiente para narrar lo que después explicarán los diálogos. Y entre la cámara y la escritura, la plenitud del ser humano, a pesar de sus fragilidades, se revela por la mirada de Rodríguez –así como se propone una pregunta que nos hace en silencio Aurora al final de la película, reflejada en un espejo ante el que llora con un dolor torrencial, confundida al descubrir que la presencia de su primo en Toronto pudo ser una trampa de la ira y la frustración que la persiguen, y una consecuencia del hecho cumplido de la muerte, girando el rostro para interrogar al espectador con su mirada o para que el espectador se interrogue y llegue a sus propias conclusiones sobre lo que ha visto en la pantalla–.

La brevedad de la escena invierte los términos de un estilo generacional en el cine latinoamericano, obsesionado con los actores naturales. So Much Tenderness o Herida abierta tiene la fortuna de contar con actrices profesionales que actúan por el sortilegio de su talento como actrices naturales, desvaneciendo la impostura de la ficción con el tono documental que revela la verdad de sus personajes, una verdad que se consigue con un largo entrenamiento dramático, así como en la escritura la sencillez de una trama se consigue con una larga reescritura en la que se edita, con la transpiración de la inspiración, lo que no contribuye al relato.

Pienso entonces en otra excepción al canibalismo que respira en las pesadillas del cine colombiano: Lina Rodríguez, como Franco Lolli en Gente de bien (2014), se interesa por el material cambiante de las emociones de sus personajes sin buscar el marketing de la sociología hecha ficción o hacer del cine un púlpito del apostolado político con ansias de redimir las desgracias locales; sin aprovechar los delirios nacionales para narrar “historias basadas en la realidad”; sin rodar con la mala conciencia de la culpabilidad por los azares políticos de la guerra civil que continúa enfrentándonos o repetir los infortunios de los rebeldes sin causa que viven su adolescencia amenazada por el crimen; sin consentir la mirada del exotismo que espera en los festivales por la vida de un continente reducida al lugar común de sus tragedias.

Un cine que no deja de ser legítimo y útil para los investigadores que quieran tener una mirada sobre el caos, como también es legítimo y, quizás, rebase la cronología de su realización, el cine de monsieur Lolli o de madame Rodríguez por la forma como nos descubren qué significa algo tan sencillo –o tan complicado– como estar vivo.