MIDBO – Muestra Internacional Documental de Bogotá

Lo real repensado

Andrés Múnera

He podido asistir a varias ediciones de la Muestra Internacional Documental de Bogotá (MIDBO) además de las películas y los componentes académicos de cada año, recuerdo reiteradamente sus interpelaciones del así llamado “cine de lo real”, un metabolismo propenso a la transfiguración, una plataforma para sembrar crisis en los postulados que se pueden llegar a tornar pedregosos, en las funciones del festival descubrí esos secretos lumínicos y contundentes como la escuela documental belga de Eric Pauwels y Olivier Smolders, el cine como exploración autobiográfica sensorial del canadiense Peter Mettler o las experimentaciones alucinadas de denuncia del colectivo mexicano Los Ingrávidos; añadiendo lo fundamental que fue para mi formación como realizador el haber asistido al Seminario Pensar lo real, sobre todo la edición que contó con Ana Vaz, Ben Rivers, Lois Patiño o Sky Hopinka. Le tengo un cariño especial a la MIDBO que va más allá de la entusiasta cinefilia, lo considero un laboratorio de constante reformulaciones al ejercicio de filmar al otro, cada año desde su curaduría se engendra esa matriz iniciática que me mueve a desplazarme por sus películas como una peregrinación anunciada. Este año la muestra cumple veinticinco años y quería rendirle un pequeño homenaje de la única forma que lo puedo hacer, hablando de cine, siendo fiel a la intuición despertada y abrazando la incertidumbre y el balbuceo que la MIDBO siempre genera. Lo haré en forma de breves telegramas/bocetos que intenten construir una forma desde las brumas de la memoria para que al final del recorrido se pueda divisar el mapa como unas líneas de errancia de la mirada. Empecemos.

 

De lo ominoso a lo especulativo: Vaz, Wiedemann y Mazzolo

La cineasta brasileña Ana Vaz regresa con É Noite na América a maniobrar las estéticas volátiles sobre los intersticios de la mirada, en el quiebre de la experiencia de mirar al semejante, al organismo vivo adyacente con el cual se comparte el plano tangible y mental de nuestra experiencia de la vida fugaz. Vaz, emergente de la osamenta de cemento pensada por Lucio Costa y trazada por Oscar Niemeyer bajo el mandato de Juscelino Kubitschek, Brasilia, filma el urbanismo abrasivo como un animal herido que jadea a través del trabajo fotográfico de Jacques Cheuiche, sus retratos de los animales apresados en los suburbios de Taguatinga recuerdan a los ejercicios bestiaricos de Denis Côté o de Nicholas Philibert pero en Vaz tienen la conjura de la prosa del Peregrino, de J. A Baker, y de Discípulos, en Sais de Novalis, imaginan el sueño de un reino donde seres humanos ofician de conciudadanos en una república de seres vivos junto a animales, plantas, nubes y estrellas.

 

A la par, el curador y cineasta Sebastián Wiedemann compone con Oculto la elegía de un desgarro, sembrando los aditamentos sensibles e inciertos que se resguardan en las imágenes de archivo, que gestiona como un chamán de sombras, luces, impurezas y resquicios de lo cognoscible antes de entrar al gesto súbito y atroz de lo humano desmembrando a lo divino natural. Una herida que Wiedemann busca volver figurativa con las evocaciones sonoras de Gareth Davis y Aidan Baker configurando un mosaico de hombres con motosierras que terminan siendo arrastrados por la marea roja de un cuerpo celeste que cae. Finalmente, el gran cineasta experimental argentino Pablo Mazzolo cierra con The Newest Olds su díptico cinematográfico explorativo y sensorial sobre los entornos urbanos y rurales de las zonas liminales entre Windsor y Detroit en la región fronteriza entre Canadá y Estados Unidos, haciendo de la sobreimpresión de espacios un acontecimiento en sí, un registro que se piensa a sí mismo en su inmediatez imaginativa como ya lo había tratado en Oaxaca Tohoku (2012) esta espacialidad viva sobreimpresa multicolor se estrenó en el Festival Internacional de Cine de Toronto en la sección Wavelengths junto a trabajos de Jessica Sarah Rinland, Ben Rivers o Tacita Dean, una sección donde la experiencia cinematográfica es pura autoconsciencia bullente de herramientas y caminos trazados. Mazzolo con su más reciente película confirma las infinitas posibilidades para recorrer sus audacias fotoquímicas.

 

La noche sin tiempo: el cine de Sylvain George

El eje central estuvo a cargo del filósofo y cineasta Sylvain George, uno de los mejores documentalistas del cine contemporáneo, el autor de Nuit obscure – Au revoir ici, n’importe où (2023) desarrolló una ponencia en la sala central de la cinemateca distrital sobre su trabajo, una entrega con fervor obcecado sobre la inmigración y las políticas nefastas de la Unión Europea que moldean e instrumentalizan el estatuto y la ontología del inmigrante para legitimar políticas migratorias cada vez más violentas y deshumanizantes, ya sea desde Calais en la Alta Francia o el bastión Melilla suspendido entre España y Marruecos, el cine de Sylvain revoluciona las epistemologías del cine documental, la etnografía y la denuncia para profundizar en la complejidad de los cuerpos suspendidos y desarraigados, habitar los gestos y las fisuras de los ritos cotidianos de sus “personajes” inmigrantes-espectrales que se desplazan por los asentamientos urbanos fronterizos como fantasmas de una película de Jack Clayton, George no adoctrina con el registro, filma la independencia del fragmento como acto revolucionario, en contra de la narrativa lineal hegemónica de los medios de comunicaciones y de las políticas neoliberales de la Unión Europea, su cine tiene los aromas apresados de Cavalcanti, Burnett o Rogosin pero también de la prosa de un Mailer o Coetzee. Sus películas, siempre en un blanco y negro aséptico, capturan sombras sobre los adoquines, farolas fundiéndose y oleajes anunciando los ecos de tierras prometidas entre mares que parecen abismos lunares, una mera noche sin tiempo, un cine avasallador que hace del detenimiento un artefacto político y estético del despertar.

… el cine de Sylvain revoluciona las epistemologías del cine documental, la etnografía y la denuncia para profundizar en la complejidad de los cuerpos suspendidos y desarraigados, habitar los gestos y las fisuras de los ritos cotidianos de sus “personajes” inmigrantes-espectrales …

Construir con lo que no está: Villar y Mendonça Filho 

Qué otra cosa podemos hacer… Vivos o muertos, de la gente solo tendremos retazos que organizamos a nuestra manera, que miramos desde nuestra perspectiva”  dice la cineasta Catalina Villar a propósito de su más reciente largometraje Ana Rosa. La cineasta radicada en París vuelve a Bogotá para conferir con su voz, la forma de un misterio que emerge a la superficie por el receptáculo de una fotografía, la de la abuela paterna de la directora, sometida a una lobotomía, a un dolor que opera como caja de resonancia en una época cuando la mayoría de las mujeres eran llevadas por sus padres, hermanos o esposos a diferentes centros para ser intervenidas con el infame procedimiento potenciado por los neurólogos Egas Moniz y Walter Freeman. Villar no fabula por medio de la puesta en escena, filma un trasegar repleto de interrogantes, el dolor familiar enquistado se amalgama a un estudio lúcido de los abismos éticos y políticos en las prácticas médicas/psiquiátricas; la abuela Ana Rosa deja una estela evanescente que el espectador siente como agujas en los ojos, el paisaje además de desolador es revelador; Villar no propone una realidad uniforme e inequívoca, dibuja una subjetividad valiente que se mueve por los resquicios de lo férreo en la tradición, en la costumbre, en la ciencia y en la institución familiar. Villar a la par que descubre nos transforma en el proceso.

 

Tal cual lo consigue el cineasta de Recife , Kleber Mendonça Filho, Aquarius (2016) que nos transforma con su documental Retratos fantasmas, su arqueología personal, la de su propio cine, la de su hogar en Recife, la de las salas de proyección, la de esos arcanos orfebres de la luz y el movimiento que son los proyeccionistas, la coyuntura política brasileña del momento, la cinefilia como entrega absoluta y esa devoción febril que convierte las salas de cine en templos litúrgicos donde pregonan los fantasmas mientras la fe nos envuelve en forma de marginales siluetas. El material de archivo de Mendonça flota a la par de los recorridos del director por iglesias evangélicas, salas de cine y terrazas, el afecto sensorial se pliega a la arquitectura de la infancia, abrazándola hasta no reparar que el espacio que nos acoge es la premonición de la ruina que nos observará perecer.

 

Mi experiencia transitando esta versión de la Midbo podría resumirse en la secuencia final de Retratos Fantasmas, el ser conducido por un espectro a las salas a renovar mis votos con el cine, ese rito insondable que se escapa de toda liturgia y que se alimenta de mis interrogantes.