El origen de las especies, de Tiagx Vélez, Juliana Zuluaga y Analú Laferal

El origen de lo no humano que no deja de transpirar humanidad

Daniel Tamayo Uribe

El origen de las especies (2024) es, ante todo, una película. Y aunque pueda parecer una obviedad, conviene tener en cuenta la compleja naturaleza de las obras cinematográficas para aproximarse a esta narración mítica y futurista con visos de ensayo, poesía y hasta ritual. Sus tres directoras, Tiagx Vélez, Juliana Zuluaga y Analú Laferal hacen un collage en el que mezclan materiales previos, como cortometrajes de las propias autoras, con otros creados para la obra, guiada por un discurso queer y por el diálogo con On the Origin of the Species (1859), de Charles Darwin.

 

La película muestra el proceso del fin de nuestra especie, al menos como se entiende comúnmente, desde el “prólogo” como evento destructivo vivido por personas del común, pasando por “La llegada” de una especie como tránsito entre la humana y la nueva, luego por la gestación del “nacimiento”, hasta finalizar con “La despedida” de la vida humana hasta entonces conocida para dejar las puertas abiertas a lo desconocido. Esta es la estructura más general de la relación que se establece entre la forma y el contenido aquí.

 

Es esa relación la que determina la forma de habitar, o no, las películas. Ellas nos arrastran, nos guían o ni siquiera nos toman de la mano. Este origen de las especies colombiano nos somete a la viscosidad sonora de la naturaleza salvaje, nos deja, quizás perdidos, en la selva de las imágenes, y nos propone, entre la reflexión, la poesía y el panfleto las palabras de algun_s –para usar la nomenclatura de la película– personajes que viven el relato y participan de este discurso mítico de un posible futuro de la vida (¿humana?) en el planeta Tierra.

 

Sin duda, a muchos lectores les parecerá rara esta película. Esto tiene que ver con la idea más común que se tiene de lo que es una película. Igualmente “lo raro” se vincula con que hay de fondo y de frente un discurso queer (que en inglés significa “extraño” o “poco usual”). Sin embargo, su extrañeza no viene fundamentalmente de su relación con, digamos, la filosofía queer y con la comunidad LGBTIQ+ (aunque para muchas personas esto represente algo extraño y condenable). Lo llamativo –en cuanto diferente, novedoso, exótico o misterioso– radica en la aproximación de “l_ trans” a los discursos más característicos de On the origin of species de Darwin, como lo son la supervivencia del más fuerte, la teoría de la evolución y la selección natural.

 

Este encuentro se da en un escenario relativamente apocalíptico. El cine, como muchas otras formas artísticas y creadoras, permite a estas tres directoras y a los espectadores ponernos en una posición privilegiada. En este caso, la de narrar o ser testigos de este “apocalipsis” sin estar en él, aunque casi. Como se trata de un acontecimiento turbulento, hay que asumir esa experiencia, y lo que viene luego, como posición para relatar y divagar entre pensamiento y sensaciones. El sonido es avasallante y embadurnador la mayor parte del tiempo. Hay pocos momentos de respiro en este sentido. Esto convive con el relato, los poemas, los diálogos y las reflexiones de l_s personajes, en algunas ocasiones encarnados en voces intensas y quizás algo monstruosas, en otras ocasiones en texto sobre la imagen.

El cine, como muchas otras formas artísticas y creadoras, permite a estas tres directoras y a los espectadores ponernos en una posición privilegiada. En este caso, la de narrar o ser testigos de este “apocalipsis” sin estar en él, aunque casi.

Las imágenes de este origen nos ponen en un escenario de exploración y contemplación a nivel micro, macro y subjetivo. Podemos atestiguar los cambios que sufren ríos y montañas al mismo tiempo que recorremos selvas y ruinas. Atravesamos un proceso de transformación de dimensiones planetarias y hemos quedado expuestos a un entorno que a veces se torna monótono por la infinitud de sus detalles y de su diversidad. También nos topamos con algunos espacios por donde ha pasado la industria y la tecnología humanas, con lo que nos remiten a esa confusa y ambigua relación entre lo natural y lo artificial y lo humano y lo no humano. Los encuentros con estos espacios me dieron descanso de la inmersión en la abundancia de plantas, aguas y tierras.

 

Entre tales sonidos y tales imágenes aparecen las formas más cercanas a lo humano. Contados momentos con música; escenas interpretadas, performadas, vividas; palabras dichas y escritas. No es casualidad que la película comience con una serie de clips con personas comunes y corrientes, podría decirse, que parecen habitar en una zona rural. No hay sonido directo, sino más bien uno sórdido que ambienta el relato escrito del principio del fin ¿y de un nuevo principio? Diría que partimos del momento sonoro y visual de transición desde lo humano hacia posibles, especulares, formas sonoras y visuales de algo nuevo o al menos desconocido.

 

El relato transcurre sobre dichas formas, también bajo ellas y a través de ellas, se expresan los diferentes puntos de vista, son presentadas algunas ideas y tienen lugar los diálogos. Estas formas discursivas y las imágenes y sonidos son los que sobreviven al fin, hacen parte de su proceso o son la preparación para lo que viene. Las directoras plantean que el escenario del fin de la especie a lo mejor se puede vivir de una manera más terapéutica y que son ciertas formas, criaturas, valores e ideas las que perviven o que constituyen el último resquicio en el puente hacia ¿lo posthumano? ¿Son ellas lo que sobrevivirá de lo humano en las nuevas formas de vida? ¿Es aquello de lo humano que más colinda con sus límites y, en esa medida, lo que tiene mayor capacidad de persistir a pesar de la extinción de su “naturaleza”? ¿Es esto lo queer, lo trans?

 

Probablemente me equivoque al juntar estos dos conceptos. Pero creo que comparten el estar situados en lo difuso, lo variable y lo fronterizo de los cuerpos, las identidades, los géneros, lo ontológico. Desafían los esencialismos fijos y los naturalismos ortodoxos. ¿Son, pues, filosofía y práctica ideales para abrazar la humanidad que se despedaza ante las crisis climáticas y sociales y cuyo probable futuro sea el fin? Podrían abrazar el fin de la especie, pero también su inicio. El origen de las especies no solo hace referencia a nuevas especies sino que, como relato mítico, interpela la idea, la mayoría de las veces poco clara, que tenemos de lo que es el ser humano como especie. Interpela tanto a la prehistoria, arrojados a la “pura naturaleza”, como a la contemporaneidad, inmersos en las culturas y las tecnologías en que ya no distinguimos “lo natural” de “lo innatural”. Como mito de unas criaturas queer que aparecen en la Tierra plantea un posible nuevo destino, o punto de paso, a la evolución entre el azar y las selecciones natural y artificial. ¿Serían lo queer y lo trans una mejor comprensión de lo que es ser humano, ahora y siempre cyborg, al tiempo que la mejor expresión del abandono de su idea y su cuerpo?

 

Como antes les dije, la película es también un proceso ritual, uno para saldar las deudas que sobreviven y gestar un nacimiento sobre lo que muere. Con el “apocalipsis” ya está acabado el patriarcado y el machismo, las fronteras nacionales y el colonialismo, el sol no brilla y los dioses no figuran. En cambio son mujeres las que realizan el rito, se redime la herida ancestral que infligieron los extranjeros (¿europeos? ¿occidentales?) sobre los antepasados (¿por ejemplo, precolombinos?), se mira a la luna como a una diosa y lo que quema es el fuego interior en los cuerpos. ¿Hay una selección natural o artificial sobre dichos elementos? Habría que preguntar a las diosas creadoras, las directoras en este caso. Independiente de su respuesta, su selección nace del deseo de llevar el doloroso proceso del fin de la especie de una forma más amable.

Con el “apocalipsis” ya está acabado el patriarcado y el machismo, las fronteras nacionales y el colonialismo, el sol no brilla y los dioses no figuran.

La otra cosa que pervive es el deseo, energía vital, dentro y fuera de la película. Deseo de vivir pero también deseo de placer. L_s personajes trans en este origen se caracterizan, entre otras cosas, por un hedonismo que literalmente dilata la humanidad. La supervivencia llega a implicar la entrega al placer y la copulación más allá de la especie. Dolor y placer se juntan como parte del acontecimiento liminal. ¿El desaforado deseo sexual es afecto primordial animal o cultural humano? ¿natural o artificial? ¿Hay un gozoso apego a lo humano a la vez que un doloroso desprendimiento? O, por el contrario ¿placentero desapego y sufrido aprecio?

 

La tesis de la película, de la que parte su ensayo discursivo y dramático, es lo trans como apuesta epistemológica y terapéutica para afrontar un escenario casi siempre presentado como trágico. En ello se hace referencia a algunos discursos contemporáneos como “el pachamamismo”, la decolonialidad, el feminismo y, por supuesto, lo queer. Su aparición discursiva, junto con la selva visual y la imponencia sonora, por momentos aplacó la suspensión como estado anímico al que llegué por ratos y que me permitía diseminarme más fácilmente en las interrogantes y sensaciones que creaba la película.

 

Esto, sin embargo, corresponde íntimamente a la situación que nos plantean las directoras y a la que ellas también se vieron sometidas. Situación en que estamos empujados hacia los límites de lo que llamamos humano y su naturaleza. Es fácil caer en una trampa al distanciarse de definiciones esencialistas y cristalizadas de términos como los mencionados. La trampa radica en hacer el movimiento de alejarse. Ello ubica uno o dos ejes, al menos aquel del que se aleja y puede que otro al que se acerca. En El origen de las especies un eje es lo humano y otro lo no humano. Allí el difuso límite. Mas en este proceder, quizás característico de lo queer, hay una reafirmación axial. A pesar de las imágenes, los sonidos y las palabras de la película como deseos que arrastran, la ruta no logra perder de vista su punto de partida aunque su destino siga siendo desconocido.

 

Parece que las trans y las queer de esta película de lo no humano no dejan de ser humanas. Su origen no deja de transpirar humanidad. Ante dicho escenario tal vez no nos sea suficiente con travestir las especies, como proponen las directoras. Aun en el escenario de prescindir de las palabras y categorías, otra propuesta, persisten sonidos e imágenes que se aferran. El futuro, ya presente y pasado, puede estar primero en observar otras formas de vida como serpientes, aves y plantas que quizás vemos, directoras y espectadores, con poca atención. Así, a lo mejor, podríamos suspendernos más libremente en medio de sonidos e imágenes, aunque con mayores obstáculos y retos, hacia lo desconocido. Claro que esa decisión no está exclusivamente bajo el control de nuestras capacidades, de nuestra naturaleza, cineasta o humana.