Simón Morenoz
Crecer consiste en descubrir, a partir de experiencias, el significado de las palabras. Estas revelaciones, por lo general, ocurren de forma inesperada, como la primera vez que nos perdemos en la calle y sentimos el desamparo, o la primera vez que nos raspamos las rodillas y conocemos el ardor. Los años pueden sumergir estos recuerdos en un terreno movedizo, alterando su cronología o distorsionando sus detalles, pero la forma en que estas experiencias nos hicieron sentir suele ser inmune al paso del tiempo.
Fieras, el primer cortometraje del realizador bogotano Andrés Felipe Ángel, cuenta la historia de una de esas primeras veces. Fabián, un preadolescente de Ciudad Bolívar, es obligado a pasar la tarde después del colegio con los amigos de su hermano, un grupo de jóvenes mayores liderado por uno apodado “La comadreja”, en quien Fabián hallará complicidad y refugio, dos atributos inexistentes en la fría y distante relación con su hermano.
En este mundo con barrios de calles empinadas, adultos ausentes, partidos de fútbol, invasiones a casas abandonadas, juegos de PlayStation, figuras de Goku y cuadros del Sagrado Corazón de Jesús, Fabián descubre el amplio rango de emociones que se puede sentir en una manada: enfrenta el peligro, pero conoce el cuidado; padece la rudeza, pero descubre la ternura; siente el miedo, pero encuentra el valor; recibe la indiferencia, pero también el afecto. En esta manada, cada uno ha perdido y ha ganado algo, el amor y la muerte se miran a los ojos y se abrazan apasionadamente.
En Un beso de Dick, la obra de culto del escritor colombiano Fernando Molano Vargas, su personaje principal fantasea con hacer una película en la que un muchacho y una muchacha se enamoran. En un punto de la novela, la tía del protagonista le pregunta qué ocurriría si esos muchachos, en vez de una pareja heterosexual, fueran dos hombres. Es inevitable pensar en Fieras como una respuesta a ese argumento hipotético y una continuación del proyecto ético y estético de Molano, donde la amistad, el amor, el deseo y la marginalidad son categorías literarias.
El cine ha cerrado filas sobre el relato de amores heroicos, trágicos e intrépidos. Cuando pensamos en películas románticas, es inevitable que las primeras que vengan a la mente sean aquellas en las que la trama se esfuerza en poner a prueba a los personajes en su propósito de estar juntos, o se explaya en los motivos que explican el final de su romance. Fieras, por su parte, se centra en algo menos epopéyico, pero acaso más poderoso y universal: el nacimiento mismo del deseo, que suele ser un momento de duda y confusión, pero también de absoluto resplandor, como cuando llueve y hace sol. El mayor acierto de Fieras es ese: el uso de recursos argumentales y estilísticos para representar los contrastes y paradojas en los que edifica el deseo.