Luisa Milena C.
Oigan, ¿vamos a cine?
Vamos a ver Malta
No me digan que no pueden porque tienen que administrar un Motel.
Les acepto que me digan: “Lo que pasa es que ya no está en cartelera”.
Ojalá todas las pelis colombianas que valen la pena se quedaran tres o cuatro meses en cartelera o se pudiera acceder a ellas luego.
Vamos a ver más cine colombiano pa’que algo así sea posible. Vamos a llenar las salas, sobre todo con pelis como Malta, que está dirigida por Natalia Santa.
Ella estudió literatura, su ópera prima fue La Defensa del dragón y en su trabajo hay una dedicación al ámbito del guion. Esto se nota en Malta. Santa nos entrega unos personajes redondos, complejizados por las situaciones en las que están inmersos y por las interacciones entre sí. Siendo este el punto más fuerte de la película.
La directora quería “que no fuera fácil juzgar” a dichos personajes: a la mamá, a la hermana, a Mariana. Esta última es una joven que vive con su madre, abuelo, hermana y hermano menor; su contexto familiar es de grises, blancos y negros; su relacionamiento con el mundo también. En medio de todo ello, Mariana solo quiere irse, quiere irse a Malta.
El lenguaje de la película aparenta pasar desapercibido, pero en realidad nos ofrece un acercamiento a un entorno con sus personajes, particularmente a Mariana y su universo íntimo, siendo ella la protagonista y el punto de vista de la película. La vemos de cerca por medio de planos cerrados casi al punto de la incomodidad, pero la asumimos con naturalidad porque hay un cotidiano orgánico en la narración.
Es placentero evidenciar que la pieza nos invita a sentir mucho sin una manipulación emocional o un forzamiento de ello en quien la mira. Como espectadora, recibo de forma autónoma lo que me entrega la película y decido cómo sentirme al respecto. Quiero decir que no se trata de una escena “tipo Disney”, donde me aborda la angustia al ver un Simba en peligro en medio de una estampida. Esa sensación proviene de la narrativa construida para dicha escena: música suntuosa y dramática; planos que refuerzan dicho conflicto, diálogos que desesperan por su verdad de fondo, etcétera.
En Malta, sentimos lo que orgánicamente sentimos. Empatía, molestia, “pena ajena”, cariño y hasta odio o fastidio por los personajes o los sucesos. Dependerá de la propia percepción y forma de vivir las emociones. Eso la hace más íntima, más compleja, cercana y realista.
La película nos permite el disfrute, nos saca risas y nos conecta con algo personal, independientemente de si tenemos identificación con Mariana o no. Como espectadores podemos vivenciar una suavidad al verla mientras reflexionamos sobre aspectos de peso o problemáticos; el deseo sexual, el coqueteo juvenil, la maternidad ardua, la paternidad ausente, la rutina laboral, la libertad femenina… la desconexión del entorno propio, la no pertenencia…
Podríamos desligar más aspectos, pero necesitan ver la película.
Por eso, vamos a cine.
Vamos a ver Malta.