Más allá del fantasma: Realismo espectral en la literatura, el cine y el arte en Colombia, de Juliana Martínez

Íñigo Montoya

Durante la transición del milenio y especialmente en este siglo, los artistas colombianos desde distintas áreas han buscado distintas aproximaciones para hablar de la violencia histórica del país, proponiendo una alternativa a líneas desarrolladas por formas poéticas o conceptuales como el realismo mágico, la sicaresca, el realismo sucio y hasta el mismo McOndo.

 

En este libro, Juliana Martínez propone como alternativa el realismo espectral, un concepto que define, caracteriza e ilustra con claridad, coherencia y rigurosidad a partir de un pequeño corpus de artistas y obras. Para llegar a esto, la investigadora colombiana y profesora de la American University (Washington D.C.) parte de los postulados de Jacques Derrida, T. J. Demos y Avery Gordon, así como del texto Literature, Testimony and Cinema in Contemporary Colombian Culture: Spectres of La Violencia, de Rory O’Bryen (2008). Igualmente, hace referencia al término de “el giro espectral”, propuesto por María del Pilar Blanco y Esther Peeren para dar cuenta de este cambio de perspectiva en lo disciplinar y en la producción cultural, y según el cual “el fantasma deja de ser visto como algo oscurantista y se convierte, en cambio, en una figura que aclara, con un potencial específicamente ético y político.”

 

Luego de una larga y fundamentada introducción, el texto presenta tres capítulos, el primero, dedicado a la escritura de Evelio Rosero; el segundo, a las películas de William Vega, Jorge Forero y Felipe Guerrero; y el tercero, a las obras de Juan Manuel Echavarría, Beatriz González y Erika Diettes.

 

Para esta reseña de Canaguaro nos interesa destacar el aparte cinematográfico, donde el texto se centra en las películas La sirga (William Vega, 2012), Violencia (Jorge Forero, 2015) y Oscuro animal (Felipe Guerrero, 2016), las cuales, según la autora, cuestionan y expanden los esquemas y las formas como se ha representado la violencia histórica en el cine colombiano, y que, además, proponen enfoques estéticos y éticos alternativos. Para llegar a esto, el capítulo primero traza las diferencias entre el realismo literario y cinematográfico, para luego contextualizar cultural y sociopolíticamente el cine nacional y latinoamericano, todo ello sin perder de vista las referencias y análisis a las tres películas según el discurso las necesite.

 

Con todo este desarrollo del concepto de realismo espectral podemos entender que este no se limita a hablar de espectros y fantasmas, sino que es una reflexión y análisis que aborda ciertas formas de concebir el tiempo, el espacio, el sonido y la narración en los relatos sobre la violencia del país en estas películas y que se hace extensivo a muchas otras que están representando el conflicto de una manera distinta, menos anecdótica y sin ser tan explícita. “Es una estética que busca formas de contrarrestar la desaparición, el silenciamiento y el olvido que evita el apego melancólico a la pérdida.”, cita Martínez a Alberto Ribas-Casasayas y Amanda Petersen; y añade, “…estas películas ponen en primer plano el pedido de justicia, no reconocido ni resuelto, del espectro y crean espacios en lo que la violencia (física, simbólica y sexual) que subyace a la apropiación de tierras que alimenta el conflicto armado colombiano puede ser, más que “vista”, intensamente sentida.”