Yo vi tres luces negras, de Santiago Lozano

Respondele al universo

Martha Ligia Parra

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– José de los Santos: ¿Y en donde has andado?
– Pium Pium: Deambulando por ahí
en una selva llena de muertos.
En la manigua estamos todos:
los mutilados, los desmembrados,
los sepultados por las minas.
Los esclavos
y los traídos de otras tierras
por la corriente del río.
Me encontré con el abuelo Justino.
Viejo, su muerte está aún selva adentro.
Tiene que ir hasta la tierra del origen.
– José de los Santos: Al origen
(Diálogo de José de los Santos con Pium Pium, el hijo muerto) 

 

Conectar con el misterio, con el mundo de los vivos y de los muertos, con la naturaleza y los demás seres, es lo que invoca Yo vi tres luces negras, de Santiago Lozano. Para el realizador caleño, esta obra es el resultado de más de una década de exploración narrativa de la cultura afro del Pacífico colombiano.  Y nace de la necesidad de encuentro con una de las regiones más explotadas y abusadas de Colombia. En Siembra (2015), su primer largo, codirigido con Ángela Osorio, quiso abordar la guerra de los hombres por la tierra. Y en Yo vi tres luces negras, la violencia humana contra la naturaleza. Y la destrucción que le ocasionan el narcotráfico y la guerra.

 

José de los Santos (Jesús María Mina) es para Lozano un personaje que en su cuerpo encarna ese lugar de explotación y abuso. Y en su voz representa el llanto y la resistencia de la tierra. No les teme a los muertos, tampoco a los vivos. Unos y otros lo atormentan y demandan favores. A él le cuesta cada vez más aceptar su misión de aliviar a los moribundos, de orar por los muertos. Como el Caronte de la mitología griega, ha realizado esta labor por mucho tiempo, pues heredó el saber de su padre Justino. Pero ya siente el peso de la tarea. Su misión ahora es emprender el último viaje. Acepta con dignidad que debe morir: regresar al origen para reencontrarse con sus ancestros.

 

Sin embargo, tampoco le será fácil cumplir ese destino, en un contexto hostil, de amenaza permanente, controlado por guerrilla y paramilitares. José deberá “luchar por llegar vivo a su propia muerte”. A este sabedor, que ha rezado por tantas almas, le duele no haber podido enterrar ni hacerle la novena a Pium Pium, el hijo asesinado. José de los Santos siente que ya lo ha visto todo del mundo visible y del mundo intangible y también que nadie lo respeta. “A mí todo el tiempo me dicen que me van a matar, que por qué los rezos, que así como matamos al Pium te vamos a matar a vos”.

 

La violencia sobre la comunidad también amenaza con la extinción de los saberes y prácticas vitales para la pervivencia de su cultura. Esas muertes afectan, tanto el tránsito de las almas hacia la otra vida, como el proceso de duelo de los vivos. Además, para el cineasta las tradiciones culturales de las comunidades del Pacífico se han convertido en otras víctimas de la guerra en Colombia. Según Lozano, las propias tradiciones “han servido como un medio de resistencia y de libertad ante la violencia”.

 

El espacio visual y sonoro de la película logra sumergir al espectador en un estado de trance, de connivencia entre el mundo real y el de las presencias. Las almas de los fallecidos miran con tristeza directamente a la cámara, reclaman en silencio no ser olvidados, recuerdan que siguen ahí y que acompañan a los vivos.

 

También junto a José de los Santos nos situamos en un espacio liminal, de transición entre la vida y la muerte. Cuya atmósfera está descrita de modo potente. A ello contribuye, tanto la precisa puesta en escena y dirección artística, como la inspirada banda sonora, la suave marimba y la voz de la cantora Nidia Góngora. En ese sentido, la selva se convierte en un personaje más y está captada en su enigmática inmensidad.   Para Lozano, “la selva no es un territorio que se descubre, sino que se revela ante quienes se encuentran inmersos en ella. Y es ahí donde comprendí la experiencia que vive el protagonista de esta película”.

También junto a José de los Santos nos situamos en un espacio liminal, de transición entre la vida y la muerte. Cuya atmósfera está descrita de modo potente. A ello contribuye, tanto la precisa puesta en escena y dirección artística, como la inspirada banda sonora, la suave marimba y la voz de la cantora Nidia Góngora.

La cinta evita identificar directamente los bandos de los grupos armados. Unos y otros causan el mismo daño, destruyen la vida, hieren de muerte a la comunidad, al río, a su cultura, a la naturaleza.  El cambio abrupto del paisaje y el fuerte contraste entre naturaleza y máquina se expresa, a través del sonido y la imagen de un brazo mecánico: Es la excavadora que violenta sin piedad el río. Con gran economía de planos, la escena resulta elocuente y poderosa.

 

Yo vi tres luces negras aporta una vuelta de tuerca al conflicto y a cómo ha afectado al pueblo afro. Y lo hace desde otra perspectiva, donde tienen cabida quienes no están en el plano terrenal. Lozano deja abierto el diálogo para explorar las distintas capas que tiene la manigua y nuestra relación con ella, el duelo, los efectos de tantas violencias, las múltiples amenazas a las tradiciones del Pacífico colombiano. Sin embargo, ese acercamiento quiere, igualmente, conservar el misterio respecto a dicha cultura y sus formas de ver el mundo.

 

La película, al mismo tiempo, llama la atención acerca de los saberes de la medicina tradicional y los rituales heredados de los ancestros. Y sobre temas actuales y urgentes: los desaparecidos, la minería ilegal, la devastación de la selva, los grupos armados, la extracción del oro, el desplazamiento, las fumigaciones: “la fumiga acabó con todo esto. Imagínese, esos árboles tan grandes, tan bonitos. Ya no queda nada”. Y como dice el protagonista: “Esa gente que vino a apoderarse de todo, dañándole la cabeza a los pelaos, con cuentos, volteándoles en contra de su propia gente”.

Mención especial merece el reparto encabezado por Jesús María Mina, quien encarna la dignidad, serenidad y dulzura del anciano sabio. Aunque lo parezcan, los actores no son naturales, todos ellos tienen experiencia y formación actoral. Un acierto más de esta hermosa y poética película.

 

Vale la pena recordar al escritor y antropólogo Manuel Zapata Olivella, para entender que, en la cosmovisión afro, los muertos interactúan con los vivos. La muerte no es el final, sino una transición hacia una comunión con los ancestros; quienes desempeñan un papel activo en la vida de los vivos. Las tradiciones africanas ven la vida y la muerte como partes de un ciclo continuo.

 

Para finalizar, la canción de la película rinde homenaje a los manglares que en el Pacífico colombiano son guardianes de vida. La letra de Nidia Góngora conecta con la esencia y el espíritu del filme. Y habla de la necesidad de escuchar lo que estos santuarios naturales claman:

Respondele universo, respondele

Oye el llamado que hace la tierra

Oi volando a rendir cuentas

Se juntan almas

Ya se fue el miedo

Brilla la luz

Vuelve a la tierra.