Bajo una lluvia ajena, de Marta Hincapié Uribe

Simón Moreno Salinas

Lo primero que salta a la vista en Bajo una lluvia ajena es cómo se han transformado los medios de comunicación en tan solo un cuarto de siglo. Para finales del siglo XX, las videollamadas, tan omnipresentes en nuestros tiempos, aún formaban parte del repertorio de la ciencia ficción. El correo electrónico apenas si se conocía y, pese a su efectividad, imponía las barreras de la comunicación escrita. Estas limitaciones técnicas serían el germen de un formato ahora descontinuado: la videocarta.

 

Por ese entonces, Marta Hincapié Uribe, directora antioqueña, estudiaba cine en el Centro de Estudios Cinematográficos de Cataluña. Vivía en Vic, un municipio a una hora de Barcelona, junto a una comunidad de inmigrantes de distintas partes del mundo. Con su cámara de estudiante de cine como recurso, les ofreció grabar unas videocartas que personalmente enviaría después, a través de VHS, a sus respectivos destinatarios en diferentes lugares del mundo.

 

Estas videocartas serían, dos décadas después, el principal insumo de su segundo largometraje: Bajo una lluvia ajena. Aunque documentales, no carecen de cierta puesta en escena: sus personajes, inmigrantes palestinos, ecuatorianos, ghaneses o colombianos, se permiten cierta complicidad con la cámara. Eligen la canción que quieren de fondo mientras envían sus saludos, se maquillan, y hasta preparan las recetas de sus países. En medio de su desarraigo, de su no-lugar, la cámara se convierte en un dispositivo de su identidad, como una rama de la cual pueden asirse. La consciencia de ser vistos les convierte en actores. Las personas devienen en personajes. Su rostro abarca todo el plano, casi hasta desbordarlo, y expresan sus emociones: la nostalgia, la añoranza de la patria, el deseo de que sus seres amados se encuentren con bien y, por encima de todo, la confianza irrevocable en un futuro mejor. También, en algunos, la ferviente promesa de su regreso. Son unos Ulises modernos. Se descubre una paradoja: para ser una película hecha con material de archivo, habla mucho acerca del futuro.

 

Pero no solo son las videocartas. En el dispositivo de Hincapíé, se yuxtaponen otros tipos de imágenes. Inspirada en el libro Viaje al país de los blancos, de Ousmane Umar, la película relata la historia de un joven ghanés que muere en el intento de cumplir su sueño de emigrar a Europa. Como en un cuento de Rulfo, se trata de un relato imaginario, fantasmagórico y en primera persona. Otra videocarta, si se quiere, pero enviada desde ultratumba. El espectro de su remitente circula por el footage de las fiestas patronales, las prácticas económicas y las avenidas y paisajes catalanes que grabó la misma directora. La ficción no solo se intercala con el documental, sino que se diluye sobre él.

Son unos Ulises modernos. Se descubre una paradoja: para ser una película hecha con material de archivo, habla mucho acerca del futuro.

También en el libro del Génesis se cuenta la historia de unos hombres que desfallecen en su propósito de alcanzar el paraíso. Dios, al enterarse de sus planes de construir una torre que los lleve al cielo, hace que cada uno hable un idioma diferente, incomunicándoles entre sí. ¿Quiénes tienen el derecho de llegar al paraíso? ¿Quiénes el de habitarlo?

 

A estas imágenes documentales y literarias, se suman otras más: las del archivo familiar. En los años veinte, el abuelo de Hincapié, un médico de la alta sociedad antioqueña, viajó a Barcelona a avanzar con su formación. Sin la posibilidad técnica de las videocartas, las imágenes postales del Arco del Triunfo, la Basílica de San Pedro, entre otros bastiones de la cultura mediterránea, fueron el testimonio de sus pasos por Europa. Unas huellas que su nieta seguiría casi un siglo después. Al respecto de estas imágenes, se trata de una continuación en la filmografía de la directora: también en su primera película, Las razones del lobo, Hincapié aborda las paradojas de la historia familiar, y revela sus grietas y resonancias. Una historia que tampoco es muy distinta a la historia global.

 

Pero Bajo una lluvia ajena es, además, una pregunta por lo que pasa con la identidad y los afectos en las migraciones, por la polisemia de la palabra patria y, sobre todo, por los interlocutores de una historia en la que, aunque ya nadie grabe videocartas, hay quienes siguen construyendo la torre que los lleve al cielo. Y tantos otros que permanecen incomunicados.

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