Ana López
Orlando Culzat se llevó el premio a mejor dirección con su ópera prima Golán en el pasado 16 Festival Internacional de Cine de Cali. Empezamos mencionando este reconocimiento porque, entre otras cosas, esta película ocurre cerca de la ciudad de Cali, su historia está centrada en la sociedad caleña y, por supuesto, su director es caleño. En Golán, Pedro es un joven de trece años que se ve enfrentado a la muerte de su abuelo como un acontecimiento que está rodeado de las tradiciones, los vicios y conflictos que afloran cuando la familia extensa se reúne. Las circunstancias de la reunión rápidamente pasan a un segundo plano para dar lugar a las vivencias de Pedro, quien en medio de la soledad se confronta con los ritos de pasaje típicos de su clase para un joven de su edad. La relación con el sexo opuesto no escapa al repertorio propuesto por la película y está creada como muchas otras circunstancias para poner a prueba la valía de Pedro.
Como ópera prima la película tiene aciertos y riesgos, como también ciertas falencias sobre todo en algunas de las actuaciones. Quizá el principal riesgo que corre la película tiene que ver con la decisión de poner la luz sobre la oscuridad, la decisión de enfrentar in situ lo que está ocurriendo como una apuesta en el tratamiento y no dejarlo solo como mera contención. Pedro va sorteando los pasajes desde el silencio del testigo que observa, que no reacciona, que no modula, lo cual puede ser visto e interpretado no solo como una imposibilidad sino también como un silencio que oculta, que es cómplice y cobarde, pero, sobre todo, que en el contexto tanto familiar como social no levanta la voz y es sumiso ante el privilegio y el poder.
Pero hacia el final, en Golán hay una apuesta estética en la que se llega hasta la instancia de la resolución, no es solo contención y emoción llevada al espectador. No basta con mostrar, pues no hay novedad en la secuencia de vivencias que se dan para un adolescente en entorno familia cuando hay cierta distensión de los adultos y es el momento de saborear la libertad. Vale la pena señalar que en este caso no se trata de las aventuras estivales, no se marca una temporada vacacional, sino que es el trópico, el sofoco es permanente, cotidiano, esta sensación a traviesa la película, pues también los adultos están inmersos en un universo creado con este elemento presente en su estructura.
El protagonista habla poco, observa y vive lo que va llegando, lo que está afuera y lo que parece inevitable como lo dictamina el detonante, algo tan natural como la muerte del abuelo. Un hecho que la madre asume con solemnidad, y es puesto en escena de manera barroca como parte del código social y, al mismo tiempo, con la decadencia que significa la exageración pomposa. La muerte del patriarca será un punto de inflexión, un momento de reorganización o de permanencia de las estructuras familiares, sociales y económicas. Será el momento en el que se revelan los secretos, es tras la muerte de esa figura de contención y poder que es posible hablar, es por eso que aparece la disputa y que surgen nuevos poderes en el entorno familiar, pero es también el momento propicio para transgredirlos.
Es por esta razón que el valor de la película no está solo en la decisión moral del protagonista de enfrentar a su familia, sino en la valentía para encontrar su propia voz. Quizá para algunas opiniones sería más efectiva la contención, no decir, no enfrentar, no mostrar, no ser explícito, mantener el silencio y solo sugerir. No obstante, no es solo ingenuidad en la decisión de poner en evidencia las prácticas que están hoy en el centro de la discusión mundial, como las agresiones contra las mujeres, sino también una forma de interpelar al testigo, al que está ahí de manera pasiva y que se niega hablar como un gesto de fidelidad a su tradición, a su género o a su clase.
Será el momento en el que se revelan los secretos, es tras la muerte de esa figura de contención y poder que es posible hablar, es por eso que aparece la disputa y que surgen nuevos poderes en el entorno familiar, pero es también el momento propicio para transgredirlos.
Por otra parte, también parece haber en la película una manera de interpelar la forma, esa fascinación por el cine más contenido, por aquel en el que no se muestra, por el que no se enfrenta, moverse de esa comodidad en la que no se toma posición, en la que la ambigüedad deja todo en manos del espectador, incluso en los problemas que no admitirían tal ambigüedad moral, es también una decisión estética y sobre todo ética. De esta manera, la película descubre la estructura, la manera en que se perpetúan las prácticas, si se quiere las denuncia, denuncia el silencio, la aceptación y la pasividad. Pedro posiblemente no entiende todo lo que ocurre, no cuestiona todo el tiempo, pero tampoco es una víctima, al final alza su voz para salvar su pellejo, pero en este gesto fisura la estructura de la familia, no hay vuelta tras la ruptura que implica su propia defensa.
La película dialoga también con el cine de Cali, de Colombia y de América Latina. Aporta elementos en las búsquedas que interrogan el statu quo, la institución familiar, las formas de ser hombre, pero, sobre todo, de hacerse hombre. Busca ir un poco más lejos, atiende el deseo de rebelarse, de dar la propia versión y, al tiempo, que señala lógicas sociales, políticas y estéticas que tendrían que ser revisadas.