La trampa, de Ferney Iyokina Gittoma

Trampas audiovisuales

Daniel Tamayo Uribe

A diario vemos registros audiovisuales de animales en nuestras pantallas. En muchas ocasiones no sabemos cómo estos afectan a tales seres. Depende de cuál es la intención con que hagamos o utilicemos uno de esos registros, así como del resultado al momento de llevarse a cabo. Estos registros, imágenes y sonidos, como suele decirse de las tecnologías y las armas, pueden usarse para el bien o para el mal. Aunque siempre cabe preguntarse qué tanto bien puede hacer un arma. Es una de las preguntas que me nació al ver La trampa (2024), película que toma forma de trampa para animales.

 

Dirigida por Ferney Noé Iyokina Gittoma, indígena Okaina, de la zona del Amazonas, quien en el cortometraje vuelve, a través de un elíptico montaje y observadoras cámaras, sobre unos hechos que vivió de niño y que involucran particularmente a su abuelo, Noé Siake, y una trampa para peces que este construyó en Ta+Fe (se pronuncia taufe), “selva donde se pierde la gente” (nos cuenta Ferney en off).  La trampa se ubicó en un río en el “territorio ancestral Okaina”, en una quebrada nombrada Xulla, “río mío”. Se percibe la tensión si se puede considerar un entorno natural como propio al mismo tiempo que es uno donde el propietario puede perderse.

 

Busqué el significado de la palabra “tensión”, dice que es: “estado de un cuerpo sometido a la acción de fuerzas opuestas que lo atraen”. Mi primera impresión fue pensar la tensión y recrearla en mi cuerpo. Y pensé: ¿qué atrae en este caso que nos propone la película? Entonces se me ocurre que ella misma es el cuerpo que siente las fuerzas. Le atraen la exuberancia del paisaje, el respetuoso y afectuoso recuerdo del abuelo, la mirada de los animales. ¿La cámara quiere dominarlos? ¿A Ferney le atrae esa idea? El abuelo Noé quería cazar, para ello intervino el espacio.

 

A partir de esa pulsión, que también la vivió Ferney de niño, nace la película. Ahora el nieto interviene el espacio. La tensión pervive y puede notarse desde el inicio. Primero está el río y la trampa, una trampa que hace de la trampa de la historia y que hizo el abuelo, pero que ya no está. Se ve en varios planos y hay gente en ella. El montaje corta precipitadamente: se evidencian las elipsis que vendrán en la película. Luego la cámara se mueve por el río, pero ahora el río está rojo, como si fuera de sangre. Se escucha la voz de Ferney y se siente que él está detrás del lente. En un momento ve en lo alto de un árbol una ave blanca, delgada y alargada. Creo que es una garza. Hace un agitado zoom para detallarla.

 

La atracción tensiona el pasado y el presente. En Noé y Ferney habita una misma fuerza. Podría decirlo con las mismas palabras: “desean capturar animales con su trampa”. Noé capturaba peces, pero cuando otros animales como delfines o anacondas caían en la trampa, él iba y los liberaba. Ferney captura, con su cámara en mano y su cámara trampa plantada en la tierra, animales varios: garza, venado, serpiente, jaguar. ¿Los captura sin afectar su libertad? Dice en Wikipedia que “una cámara trampa o cámara de fototrampeo es un dispositivo automático usado para capturar imágenes fotográficas de animales en estado salvaje”. Las trampas, de caza o audiovisuales, se usan en espacios en disputa, donde fuerzas diversas se encuentran. Los animales se resisten a ser capturados, no son pasivos, incluso en una foto o un video. Muchos devuelven la mirada.

La atracción tensiona el pasado y el presente. En Noé y Ferney habita una misma fuerza. Podría decirlo con las mismas palabras: “desean capturar animales con su trampa”.

Ellos también sienten una atracción, son en ocasiones curiosos y, probablemente, se dan cuenta de que hay una presencia “extraña”. Ya son muchos los contactos entre animales (y humanos). Son muchas las trampas de caza y audiovisuales, como lo atestiguan muchos de los registros que vemos en nuestras pantallas. A mí me pasa que con frecuencia se me presentan videos de animales, sea en que los rescatan activamente, en que los observan con quietud, en que los siguen en alguna persecución o lucha. Nos atraen. Me hallo “voyerista de naturaleza”. Todos entramos, bien como capturadores, bien como espectadores. Se palpa la vida y la muerte en tales registros. A lo mejor ellos nos pueden mostrar más de nosotros que de los animales que capturan. Nos miran pero no solemos darnos cuenta. ¿También estamos capturados? ¿Hemos caído en la trampa?

 

Ferney vuelve sobre su abuelo y la trampa. Parece que él sí se dio cuenta de la mirada que devuelve la trampa. La imagen se tiñe de rojo. El sonido, luego de sentirse natural, es abrasador. Algo debe consumirse. El encuentro con los animales requiere de una mayor atención. Ferney logra representar la ráfaga con que solemos ver. Nosotros en nuestras pantallas, si se nos topan este tipo de imágenes, solemos verlas de pasada y poco nos detenemos aunque las veamos “completas”. O al menos es lo que a mí me sucede. Ferney también logra un congelamiento de la imagen, detener nuestra mirada. Puede que igual caiga en la trampa, que quede capturado como el jaguar que nos mira. Así podemos tener un registro nuestro. Sin embargo, no es poca cosa. Vale empezar por darse cuenta de si estamos en una trampa. Me parece que Ferney piensa que sí. A lo mejor esa imagen hay que quemarla, pero eso puede implicar quemar lo capturado, como un territorio o un animal. Es difícil. Tal vez también nos quemamos como un fuego que purifica, aunque sea un poco. Por fortuna es la pantalla. Ese pasito, a diferencia de la mayoría de otras pantallas, nos lo facilita el cine.

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