Mi bestia, de Camila Beltrán.

De eclipses y adolescencia

Orlando Mora

El pasado jueves 24 de octubre se estrenó en el país la película colombiana Mi bestia. A pesar de antecedentes relevantes como su participación en la sección Acid del Festival de Cannes y su premio en el de Sitges, su paso por la cartelera comercial está siendo lánguido, perdida como uno más entre los varios títulos nacionales que pasan fugazmente por la cartelera local, sin que el público tenga tiempo de fijar en ellos su atención.

 

Por fortuna la obra de Camila Beltrán ha entrado en segunda semana y es de esperar que esa oportunidad alcance para que más espectadores la vean y juzguen, seguramente para sorprenderse de su calidad y de los trazos originales que la distinguen. No abundan en el cine colombiano piezas que asuman riesgos creativos como los que toma con plena consciencia la directora.

 

Empecemos por mencionar que se trata de un primer largometraje, lo que de entrada orienta la mirada no solo a destacar sus valores presentes, sino a vislumbrar y a considerar lo que insinúa como potencialidades de futuro. Mi bestia es una ópera prima, aunque su realizadora posee un recorrido de años y que, según su perfil, se extiende a la producción, el montaje y la dirección de cortometrajes.

 

Si bien Camila Beltrán firma el guion en asocio de la argentina Silvina Schnicer, es evidente que la historia por sus raíces le pertenece y que presumiblemente ha partido de sus propios recuerdos, retocados y transformados conforme a la experiencia recogida a lo largo de los años. Mucho o algo de ella debe haber en Mila, la niña de trece años que protagoniza la película y que prácticamente aparece en la totalidad de las escenas, lo que da cuenta de su absoluta centralidad.

 

La frase de Ortega y Gasset de “Yo soy yo y mi circunstancia” resume de alguna manera la trama del filme, que se aplica con rigor ejemplar y sin desvíos a mostrar cuáles son las circunstancias en que se desenvuelve la vida de Mila, entendiendo que en esa etapa de tránsito que es la adolescencia lo que acontece en el entorno cercano juega un papel definitivo y prefigura un destino del cual con frecuencia resulta imposible escapar.

La frase de Ortega y Gasset de “Yo soy yo y mi circunstancia” resume de alguna manera la trama del filme, que se aplica con rigor ejemplar y sin desvíos a mostrar cuáles son las circunstancias en que se desenvuelve la vida de Mila…

La fortaleza de Mila reside en su silencio y en la forma como calladamente transita por los ambientes en que se mueve, en primer lugar, el familiar, con una madre lejana por responsabilidades de trabajo, lo que la deja en manos de la empleada de la casa, una mujer que le transmite una visión de las cosas acorde con su nivel cultural.

 

Tampoco la educación prejuiciada que recibe en un colegio de monjas ayuda, lo que junto a la opresión de una ciudad que poco confiable y en la que mujeres jóvenes desaparecen, y a la amenaza velada del novio de la madre crean un contexto de incertidumbre y miedo en vísperas del temido eclipse rojo y de los anuncios del fin del mundo.

 

La directora propone un sugestivo juego con el cine de género, al servirse un poco de códigos del fantástico en lo que toca con el temido eclipse que marca la línea de progresión de la trama, pero los coloca en relación con el realismo minimalista de la vida de la joven, logrando por esa vía superar las frecuentes limitaciones de ese tipo de cine y su tendencia a disolverse en la más pura intrascendencia.

 

Mila vive bajo el anuncio de algo extraordinario que está pronto a ocurrir; en el entretanto transcurre una vida cotidiana con pasajes en los que empieza a descubrirse como mujer y a querer romper con las cosas que la atan, en una transformación que será tan importante como el eclipse de la luna roja que se avecina.

 

El título de la película alude de alguna manera a esa fuerza instintiva de libertad que se desata en el final. De Mila hemos visto a lo largo de la película momentos de su vida exterior, pero queda claro que a la directora le interesa lo sumergido, lo que no se ve, lo que sucede en el interior de la joven. Recuerdo a Jean- Luc Godard hablando de una de sus obras: “En Vivir su vida he intentado filmar una mente en acción, el interior de alguien visto desde afuera”.

 

La propuesta visual y sonora de Camila Beltrán luce largamente concebida, con planos muy cerrados y una distancia focal que evita el énfasis, en un ejercicio de búsqueda estilística y estética plausible y esperanzadora. En Mi bestia se anuncia con resonancias propias una nueva voz de un cine colombiano que hoy existe, pero que cruza como un fantasma por la cartelera nacional.

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