Lina María Rivera (Sunnyside)
“Lo más admirable del fantástico es que lo fantástico no existe, todo es real”
Breton
Hace más de cuatro décadas que el grupo de cineastas caleños autodenominados “Caliwood” reescribió la historia y mirada del cine colombiano. Cuando a través de una postura contra la porno-miseria, a favor del cine de autor, experimental y de bajo presupuesto, se acercó a temáticas sociales y políticas desde el cine de género, reinterpretando el gótico inglés en un contexto caluroso y latino. Iniciando, un sentido fantástico-político, categorizado como “Gótico Tropical”, con el que, a pesar de haber marcado un hito entre el público y los cineastas de las pasadas generaciones, el interés por narrar lo real desde lo imaginario no logró arraigarse de manera sólida ni constante en nuestra cinematografía. Por ello, el segundo cortometraje dirigido por Jeferzon Cardosa y producido por Melisa Zapata, abanderado con su visión “Gótica popular” desde su primer cortometraje, 28 de Mayo, nos insta a preguntarnos sobre el resurgimiento aquella mirada y, sobre todo, por qué esta logra ser tan llamativa entre todo tipo de audiencias, incluyendo los círculos especializados.
El origen del gótico fue el resultado de las guerras consecutivas en Europa y mitos populares sobre muerte, cadáveres y resurrección. Una raíz que puede unirse a nuestra ancestralidad, de la mano de los mitos y el rancio catolicismo, en casi cada región, pero que ha pasado desapercibida como una fuente de fantasía. Sin embargo, aquella aproximación a lo real podría convertirse en la tan anhelada reconciliación del público con el cine colombiano. Debido a que, mientras sube el número de producciones anuales y se expande el prestigio de las mismas en su recorrido por festivales, el número de espectadores decrece de manera preocupante. Quizá porque, aunque la denuncia social es una necesidad casi visceral en todos los autores colombianos, se ha olvidado que el cine es entretenimiento por antonomasia.
No obstante, el cine de género parece ser el punto medio en el que un cortometraje sobre la violencia, el narcotráfico, el crimen organizado y la pobreza sea también una historia de vampiros, amor, venganza y fantasía. Donde el tributo al cine de culto, desde los guiños al expresionismo alemán, Nosferatu, Drácula de Bram Stoker, hasta Vampiros en La Habana, Memorias del subdesarrollo y Thrist, de Chan-Wook, reavivan en el público emociones aún inéditas e inexploradas en un contexto estrictamente Bogotano y folclórico. Lo que inspira a la audiencia a entrar en una realidad paralela que fascina por su singularidad, mientras busca convencerlos de ser ellos los protagonistas de aquellas historias. Cambiando los rostros, las voces y el subtexto social del gótico para volver lo fantástico un elemento ordinario. Iniciando el “gótico popular”, con el que La Banda del Sur Films ha logrado dilucidar las fronteras de la pantalla para crear una comunidad alrededor del concepto que termina por soportar y superar su obra.
Esta reinterpretación del género elige borrar de sus temáticas la opresión y abuso entre diferentes clases sociales, para plantear aquellas relaciones de poder y violencia en un único universo económico y social que termina por revelar que la “sangre” que corre como metáfora y, con la que finalmente Leidy se transformará, habla sobre una lucha por la supervivencia más que contra un enemigo. En el que el único camino para la “salvación” es convertirse en uno de “ellos”. Tal como demuestra la poética de la imagen inicial y de cierre en la que el plano general de la Plaza revela la inversión de sus valores cuando los dos protagonistas terminan de cabeza, a pesar de que el ambiente permanece aparentemente inalterado. Marcando también esta visión desde la sinopsis en la que se nombra a Pedro como un vampiro del subdesarrollo, recordando a las ideas de la película y novela homónima: Memorias del subdesarrollo, en las que se plantea una visión del mundo que se caracteriza por invertir el talento e ingenio en responder a las circunstancias y moldearse para sobrevivir.
Esta reinterpretación del género elige borrar de sus temáticas la opresión y abuso entre diferentes clases sociales, para plantear aquellas relaciones de poder y violencia en un único universo económico y social…
Precisamente en aquella noción primitiva de los personajes, toma fuerza la elección del subgénero del vampirismo para narrar Paloquemao, ya que con ella plantea una relación entre animales y humanos que se ha instaurado desde el inicio del género, que nos incita a preguntarnos si nuestra violencia desmedida y generalizada es un síntoma de nuestra sociedad subdesarrollada. Trascendiendo a la clase popular para establecer aquel cuestionamiento en toda la sociedad colombiana, dado que cada víctima del vampirismo en el cortometraje hace referencia a un tipo de violencia que inunda nuestro país: la desaparición de personas, trata infantil, feminicidios y narcotráfico, las cuales perviven únicamente porque hay una red entre clases y campos de poder que las permiten, infundan y perpetúan a su conveniencia.
Sin embargo, su efectividad se construye menos en su discurso y más en su estética alejada del cine clase B, característica del gótico tropical, así como en su constante construcción de fans alrededor del “gótico popular”. Debido a que toma símbolos tradicionales como la virgen y los reinterpreta al unirlos con iconos del cine de género como el legendario vestuario de Drácula, diseñado por Eiko Ishioka, o las herbolarias de la plaza para incluir en ellas el “vampisol”. Construyendo un diseño de producción basado en la nostalgia, como elaborando un señuelo para atraer fans del género a este nuevo contexto y geografía. Al igual que al público no especializado o sin interés en lo fantástico, al tomar signos populares como la Plaza de mercado, el desmantelamiento del “Bronx”, los vendedores de chunchullo o Noel Petro, para convertirlos en emblemas de lo gótico y vampírico. Logrando unir dos públicos aparentemente irreconciliables.
Esto se une a una distribución y marketing enfocado en la experiencia. A través de tours por la plaza de Paloquemao, proyecciones en prisiones y la misma figura de Jerfeson Cardoza, que insisten en instaurar la idea de que el “Gótico popular” no solo es cine sino también realidad, pero que, para acceder a su rica fantasía, la única puerta es La Banda del Sur Films, y más específicamente a través de Jeferson, quien sin dudarlo se ha convertido en el emblema del género. Logrando un impacto sin precedentes entre círculos tan diversos que, así como mutis le enseñó a Buñuel que se podía hacer el gótico tropical, le están demostrando a los mercados internacionales y al público que nuestro cine tiene más lenguajes, y que el “Cine colombiano” no es un género per se, sino que puede ser tan diverso y rico como el de otras periferias del mundo. Dejándonos una sola certeza: que el verdadero mal que circunda cada calle y época de nuestra patria, tanto como la causa de las guerras interminables y la sangre que no deja de correr, es a pesar y sobretodo, el mal de la supervivencia.