Uno: entre el oro y la muerte, de Julio César

Aquí todos somos víctimas de este mierdero

Verónica Salazar

Entre los grandes conflictos que atraviesan el territorio colombiano está la minería, tanto regulada como ilegal. Hay quienes dicen que esta práctica maldice todo lo que toca, y Uno: entre el oro y la muerte retrata esto desde varias perspectivas, en concordancia con esa idea.

 

Uno es la ópera prima del director Julio César Gaviria, quien se ha destacado por su trabajo previo con cortometrajes y producciones de televisión y streaming, especialmente de tipo documental. De la mano de Clover Studios e Imaginer Films, productoras que buscan internacionalizar la industria audiovisual de Colombia, entrega una pieza llamativa, entretenida, que inicia una conversación.

 

Esmeralda es la protagonista de Uno. Es una madre que acaba de perder a su familia: su esposo, funcionario de una minera canadiense, y su hijo. Ella, en medio de su dolor, se adentra en los secretos de su esposo y la comunidad que habita, en busca de respuestas sobre su muerte. La historia gira en torno al conflicto entre la comunidad, la empresa canadiense, el estado y un grupo al margen de la ley, pero también toca el proceso de duelo que vive Esmeralda en medio de la duda, el misterio, la presión y el deseo de respuestas.

 

Esta película, respaldada por una impecable producción y una masiva campaña mediática, se une a otras piezas audiovisuales que se han aventurado a tratar el tema de la minería y la corrupción en Colombia. Ya han tocado este tema el documental Marmato, que lo aborda directamente, y So Much Tenderness, que se enfoca mucho más en la carga emocional de alguien afectado por esto. Ahora, Uno utiliza esta coyuntura, cargada de indignación y misterio, para entregar una pieza mucho más comercial, que busca indignar y sorprender mientras entretiene.

 

Desde el principio, se deja claro que esta historia bien podría ocurrir en cualquier lugar de Latinoamérica, pues retrata una situación transversal a esta región. En esta línea se ubica el relato en La Alameda, un territorio ficticio pero representativo de los pueblos mineros colombianos. Las locaciones usadas y los personajes que las habitan se pueden encontrar en casi cualquier zona de Colombia, a pesar de que se grabó todo en Guatapé, El Peñol, Marinilla y Tarazá, espacios protagonistas del conflicto por los recursos naturales, entre otros que plagan nuestro contexto. Desde la propuesta visual hay muchos elementos que se eligieron porque funcionan, como decisiones de fotografía, planos e incluso el color elegido para crear la atmósfera que atraviesa La Alameda.

…esta historia bien podría ocurrir en cualquier lugar de Latinoamérica, pues retrata una situación transversal a esta región. En esta línea se ubica el relato en La Alameda, un territorio ficticio pero representativo de los pueblos mineros colombianos.

En este lugar ficticio donde el agua envenena, las personas matan y los responsables callan, se respira angustia. Todos ocultan algo, todos desconfían, todos están asustados. Tanto los locales, que viven en condiciones básicas y a veces precarias, arriesgan sus vidas por trabajar la tierra y son tratados como criminales por ello; como los extranjeros, que trabajan esa misma tierra con la bendición estatal y en consecuencia pueden darse vidas lujosas en medio de un territorio lleno de necesidades, en una tierra herida.

 

La historia de Uno es dura, incómoda y misteriosa. Sigue muy de cerca las pautas de lo que debe llevar un guion de thriller. Hay recursos distribuidos por la cinta que apoyan estas sensaciones y, desde la estética, refuerzan esa zozobra que habita el pueblo y atraviesa a los protagonistas. Todo se narra desde la perspectiva de Esmeralda, lo que podría explicar el color verdoso de la imagen, pero el conflicto presenta otros actores que poco a poco van revelando sus puntos de vista, así como sus rostros. Sin embargo, se destaca la mirada femenina desde la cual Juliana Ospina escribió el guion y, finalmente, se encarnó el personaje principal. También es notable el proceso de investigación por parte del equipo, pues se tuvieron en cuenta diversos elementos claves dentro de esta tensión, que desde su lugar aportaron al resultado final. Hace falta una construcción más fuerte de ciertas situaciones para que los giros dramáticos no se sientan gratuitos en algunas ocasiones, pues la emocionalidad que plantea no siempre está justificada en la diégesis.

 

Uno está cargada de virtuosismo en aspectos técnicos como el montaje, la fotografía y el sonido. Tiene unidad estilística y su factura es de alto nivel. Además, su reparto es experimentado y funciona bien en conjunto. Marcela Mar y Juan Pablo Urrego, actores muy teatrales y con bastante experiencia en televisión, encarnan a los dos personajes con mayor carga dramática. En general es una película que funciona y finalmente cumple con casi todo lo que promete, además, genera una sensación positiva en el espectador. Es interesante ver que el cine colombiano puede permitirse estas exploraciones de género en grandes producciones, que a su vez se interesan en representar temas complejos como la corrupción, la violencia y el colonialismo. Mientras construye emociones universales ante un conflicto transversal en Latinoamérica.

 

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