David Ocampo Hernández
Construir un universo cinematográfico en Colombia suena descabellado. Los únicos referentes mainstream que tenemos son las franquicias de superhéroes, muy distantes de los recursos y cosmogonías del cine que se produce en la región. En medio de un cine colombiano que suele girar en torno a la violencia, la pobreza o el trauma social, Ramírez Pulido parece estar levantando otro camino. Uno más íntimo, encerrado, sí, pero en lo afectivo: donde los personajes están acorralados por sus emociones, por sus vínculos, por los gestos que no saben nombrar. Sus películas no buscan explicar un país, sino explorar cómo nos relacionamos, cómo cargamos con el otro, incluso cuando no queremos.
Su cine ha venido consolidando un universo particular desde El Edén (2016), pasando por Damiana (2017) y La Jauría (2022), donde los espacios de reclusión –institucionales, naturales, emocionales– se repiten como escenarios en los que se tensan las relaciones, se prueban los vínculos y se deja ver una humanidad tosca pero honesta.
1 Hijo & 1 Padre (2025) mantiene la premisa de encerrar personajes en espacios que los confrontan, pero el tono se desplaza hacia la comedia. Aunque el entorno es menos opresivo, persiste esa tensión que atraviesa los vínculos masculinos: distantes, toscos, muchas veces mediadas por el sarcasmo y la burla como forma de afecto. Kevin, un joven problemático, es enviado por su colegio a un retiro obligatorio junto a su padre, con el fin de encontrarse consigo mismo y conectar con su progenitor. El padre biológico se niega a ir, por lo que es acompañado por don Andrés, su padrastro, cuya figura escuálida y tímida contrasta cómicamente con la complexión grande y fornida de Kevin.
Así se genera un primer impacto cómico que se desarrolla a medida que conocemos a las demás parejas de padres e hijos: un padre gordo y soez con su hijo flacuchento y aparentemente tímido; otros más parecidos, pero igual cómicos por los crímenes de sus hijos –hay hasta un traficante de drogas en ciernes dentro del grupo.
El cálido paisaje boscoso, junto con la fotografía y el color cuidadosamente trabajados para construir la atmósfera, nos va adentrando en la mirada de Kevin. Él hurga en las redes sociales de los demás asistentes al seminario, mientras también se ve a sí mismo en las fotos de sus familiares y de Andrés. Tal vez no quiere aceptar que ahora este personaje sea su padre, lo ve más como un hermano, o como alguien inferior.
El cálido paisaje boscoso, junto con la fotografía y el color cuidadosamente trabajados para construir la atmósfera, nos va adentrando en la mirada de Kevin.
En un partido de baloncesto –muestra del deporte como competencia por excelencia–, Kevin y Andrés se ven humillados por el padre gordo y su hijo. Esto detona en Kevin esa ira que guarda, acercándonos lentamente, en un periodo de descanso, a esa mirada con la que sabemos que no se va a quedar callada.
Un “Gordo triple hijueputa” escrito en el tablero de baloncesto enciende el conflicto dentro del grupo. El otro padre quiere irse, no acepta la ofensa; mientras, cabizbajo y en calzoncillos, oculta su rabia. El seminarista (también de figura cómica por sus gafas y su cuerpo delgado) lo convence de quedarse para la última actividad: una caminata en pareja con su hijo, pensada para conectar en medio de la naturaleza.
Ambas parejas de padre e hijo se pierden. Kevin y Andrés, sentados, no quieren gastar el poco de agua que les queda. El otro padre llega al borde del infarto y les pide agua. Andrés se compadece y se la da, el hombre la malgasta bebiéndola y lavándose la cara. La tensión crece. Él anuncia que se va a devolver y les agradece. Silencio. Kevin mira con rabia a Andrés: ya no tienen agua, y su padrastro se mostró débil ante el otro padre.
De un momento a otro, un “Con gusto, gordo triple hijueputa” sale de la boca de Andrés. Y junto con Kevin, se lanza a correr entre risas. Por fin han conectado de una manera familiar, evocando un paseo en charco con el resto de la familia: símbolo de la unión que ahora sienten.
El autor, entonces, nos deja conmovidos. Después de varias risas, comprendemos que la familia se va encontrando cuando nos vemos reflejados en las acciones de los otros. Nos brinda otra perspectiva de este universo masculino que Ramírez Pulido ha venido trazando: un universo donde el afecto aparece entre la rabia, la torpeza y la risa, y donde los lazos más fuertes se construyen en los bordes difusos entre la burla y la lealtad.