Choibá: la danza de la ballena Yubarta, de Simón González Vélez

Gonzalo Restrepo Sánchez

 

¿Qué ha habido películas documentales donde la ballena es el argumento protagonista? Pues claro que sí. La historia del cine y los festivales de cine ambiental son testigo de ello, enfatizando que todo nos conduce a un mundo de propuestas educativas. En Colombia la Fundación Yubarta ha realizado investigaciones y divulgadas en artículos científicos orientados hacia este tema.

 

De entrada, en este análisis de Choibá… plantearía que en la actualidad se realizan más documentales que filmes de ficción en el concierto del cine colombiano, aunque, habría que proponer que el asunto se debate más en esa línea delgada entre el documental y el falso documental. Pero, no importa, lo válido es que se está haciendo cine, y es lo que corresponde.

 

De todas formas, habría que dejar en claro en estas primeras líneas y, para la reflexión, que todas las aproximaciones teóricas y epistemológicas sobre el documental varían como instrumento ideológico. Y lejos de concentrarnos en la correspondencia que guardan esas imágenes filmadas con nuestro mundo exterior, creería vale más recapacitar la relación que guardan las imágenes proyectadas en la sala de cine con el acierto y discernimiento que un habitante de la sala de cine tenga sobre ellas.

 

Acerca de la película “Choibá, la danza de la ballena Yubarta”, narrada a partir de una mujer (la apneísta profesional Sofía Gómez Uribe) que entre la tierra y el mar metaforiza la vida, y de los protagonistas encargados de su realización que van apareciendo en la pantalla –entre ellos el director del filme, Simón González–, va dejándonos una atractiva introspección sobre los puntos de vista en la puesta en escena del documental: “La cámara tiene una capacidad […] de tomar decisiones y narrar todo desde una retórica específica: no sólo sirve para exponer un argumento, sino para exponerlo de cierto modo, con tal de causar cierto efecto en el espectador” (Aguilar, 2019, p.46).

 

Y sin exigencias con respecto a la ausencia de barreras en cada uno de los “planos rodados” sobre el hábitat de las ballenas, estos maniobran en torno a un paisaje –amontonando todas las voces en off que escuchamos de sus realizadores– y que, además, hurgan los entornos de la naturaleza y el paisaje dentro y fuera del mar. Así que la película nos muestra un recorrido pausado de memoria sobre las ballenas Yubarta, y hasta juguetonas con la misma naturaleza del misterioso mar.

 

En consecuencia, el director Simón González construye un filme más por la atracción que siente por la ballena –si bien, intuyo le faltó más pesquisa sobre estos mamíferos marinos en sí–. No obstante, habría que afirmar que la cinta está cercada por un halo de idealización que cae en un romanticismo que nace de la aventura del propio rodaje, pero, igualmente, al tema y a la manera como se está trasfiriendo al espectador.

 

Las protagonistas (las ballenas) vemos que inician un viaje a partir de las imágenes preestablecidas de los espacios a merodear, y, por ello, el día a día es lo mismo y lo mismo –según lo observado en el documental–, que, si no estimulan a una atracción o persuasión apasionada, de pronto, sí naíf en el sentido de su simplicidad y falta de pretensiones.

 

… la cinta está cercada por un halo de idealización que cae en un romanticismo que nace de la aventura del propio rodaje, pero, igualmente, al tema y a la manera como se está trasfiriendo al espectador.

 

Sin la dureza de los “caminos” que hay que transitar para ir de un lugar de la inhóspita naturaleza a otra, por parte de los realizadores del filme, se les abona el rodar con serenidad el panorama, porque no tienen que llegar a ningún lado, ya que están siempre cercanos al inmenso mar. Esta insinuación, quizá, surge del hecho de que el sonido del paisaje y las imágenes de las ballenas tienen un montaje sobre la misma importancia del fluir del agua y el movimiento de los cetáceos que alumbra la visión de ese mundo en particular.

 

Al predominar el sonido en Choibá…, y que es fundamental para el carácter natural con que se ha sido grabada la película, y no una prontitud que delimite su estructura, podemos consentir que no solo en este caso, sino en muchos otros filmes, es ese motor que lo aviva todo, y como corolario, los espectadores se regocijan de las provocaciones sensoriales que el hábitat les brinda, y que, al mismo tiempo, logra opacar una parte de los inconvenientes narrativos.

 

De pronto, sentimos que el sonido agazapado detrás de las imágenes rodadas debajo del mar, también, son protagonistas. Y desde este punto de vista, pero con un poco de denuncia, la historia del cine reciente recomienda El mar sónico, de Michelle Dougherty, Daniel Hinerfeld y narrado por Rachel McAdams (2016). Un documental estadounidense que estudia el sonido en el océano y lo valioso que es para la conservación y bienestar de los animales marinos.

 

A partir del tercer tercio del filme, y a medida que nos aproximamos al final, y cuando todas “las cartas –cinematográficamente hablando– han sido puestas sobre la mesa” probablemente seamos conscientes de que el trayecto fílmico de todo lo observado en Choibá…, ha sido algo más predecible de lo esperado.

 

Aguilar. S. (2019). Del falso documental a lo falso de los documentales: el falso documental como síntoma del documental. Revista Científica del Estrategias, Tendencias e Innovación en Comunicación, (19), 41-60. DOI: http://dx.doi.org/10.6035/2174-0992.2020.19.4