Daniel Tamayo Uribe
Una sensación de crudeza compartida. Entrevista laboral (2024) no tiene una forma cruda, aunque pueda llevarnos a decir “qué crudo”. Tal vez es un síntoma que tendemos a sentir antes de y al salir de una entrevista de trabajo. Allí la película no es sensacionalista ni descarnada. Más bien ella es sensata. Tal vez a causa de ello es distanciadora, pero no distante. Paradójicamente, al tomar distancia genera cercanía.
Googleando definiciones de la palabra “crudeza”, lo primero que me aparece es que es la “cualidad o estado de algunas cosas que no tienen la suavidad o sazón necesarias”. Entrevista laboral ciertamente no es suave ni pretende serlo, pero sí es cuidadosa. Muy precisa en sus amplios encuadres y consciente de su sobreposición sonora. Se ve y suena como paisaje, su pinta y vibra es paisajística. Pero antes de dejarse ver (como es, paisajística), ella empieza con una cita que afirma que hay una frontera, no franqueada, entre el pensamiento y el paisaje que este ve a través de sus ojos. ¿Cuál será la frontera que se nos menciona al inicio de esta Entrevista y que cuesta atravesar?
El pensamiento es el de cada uno de nosotros y para ver paisajes nuestro primer impulso suele ser alejarnos, así creemos poder abarcar más con la mirada. Y así sucede. Pero el sonido funciona distinto. A lo mejor tendríamos que ubicarnos justo en medio del paisaje y tener un micrófono que registrase lo más abiertamente posible. Este contraste entre ver y escuchar es como percibe (y percibimos en) Entrevista: distancia de los habituales planos medios y primeros planos, saliéndose de los espacios cerrados, y sumerge en el ambiente sonoro de la calle en vez de amplificar las voces y los sonidos, producidos o recreados, de los cuerpos de los personajes, actores u objetos de los escenarios. Casi no escuchamos lo que dicen los personajes –bueno, la mayoría de ellos– ni lo que hacen. La película no se lanza a lo crudo con contundentes gestos faciales, actuaciones o diálogos.
Vuelvo de nuevo a esa definición de “crudeza” que había encontrado y pienso que a Entrevista tampoco le falta la “sazón necesaria”. Ella no es típicamente picante, pero sí es spicy. En parte lo es por la presencia de Zach Morris, gringo rubio que en Colombia fue famoso hace unos años por ofrecer cursos de aprendizaje de inglés. Este hombre aparece fuera de los paisajes, en planos más cerrados. Se ve color pastel, sonriente y en espacios tan limpios que parecen falsos aunque verosímiles, esos que hemos visto en muchas producciones gringas donde “todo está en su lugar”. Las palabras en inglés de Zach se escuchan fuertes y claras (sin subtítulos). Por otra parte, todo esto tiene poco y nada que ver con el tono realista de los ruidosos y ambientales paisajes sepia, de las ladrilludas y asfaltosas calles de estratos bajos de Bogotá, que abundan en Entrevista. A través del montaje se fricciona el contraste entre los paisajes y los cuadros, así el calor de ese movimiento resalta lo spicy.
Es en esa diferencia que cobra sentido lo que sucede en cada tipo de imagen (visual y sonora) y entre ellas. A Zach se le ha pedido que actúe junto a una blanca rubia. Realizan acciones tipo cotidianas que presentan un tipo de vida de clase media acomodada “americana”: despertarse en la mañana con reloj, hacer el desayuno, vestirse conforme la jornada, ir de vacaciones familiares. De otro lado, está el protagonista de la película, el joven Gabriel de piel trigueña que circula por diferentes espacios de Bogotá, primero persiguiendo a un perro que se escapa de su cuidado. Luego de eso lo vemos en su cotidianidad: cenar con sus padres, ir a una fiesta con amigos, “hacer vueltas” y estar con celular y audífonos. Lo que hace el gringo llega a sentirse postizo y ridículo pero seguro. Gabriel parece actuar de él mismo bajo una tragicómica vulnerabilidad. El juego entre ambos “reinos” resalta los condimentos en esta Entrevista. Un asunto tan sutil como lo es un sabor puede determinar si se está de un lado o del otro en el llamado “mundo”.
Entrevista alterna los paisajes en que figura divagante Gabriel, cuya voz en español colombiano poco oímos, aunque hable, con los cuadros que acapara Zach con sus muy vocalizadas frases en inglés. El colombiano no parece notar la presencia de los espectadores mientras que el gringo con frecuencia mira a cámara. Zach está en un estudio mientras que Gabriel puede estar en el apartamento en que vive Diego Cardozo (actor que interpreta al protagonista). Cada imagen puede ser un estereotipo de lo latino y de lo gringo; lo uno opaco, desordenado y espontáneo; lo otro claro, limpio y maquillado. “El sueño y la realidad”, la observación de tono documental con Gabriel y la pronunciada puesta en escena de pinta ficcional con Zach.
El juego entre ambos “reinos” resalta los condimentos en esta Entrevista. Un asunto tan sutil como lo es un sabor puede determinar si se está de un lado o del otro en el llamado “mundo”.
En su lado paisajístico, la obra de Osuna parece una versión documental y colombiana de La ventana indiscreta, de Hitchcock (1954). En ambas películas se convierte en voyeristas a los espectadores. La obra estadounidense nos ubica junto al protagonista, Jeff, también observador. Vemos con sus ojos pero la identificación con él o el actor, James Stewart, se sostiene por el punto de visión en común: la ventana del apartamento desde donde observa su vecindario. En contraste, el voyerismo cinematográfico de Entrevista no nos pone junto a Gabriel, quien no es voyerista pero sí mira. Aquí no miramos con sus ojos y no oímos lo que él escucha; vemos su entorno y escuchamos los ambientes alrededor, como aquel fuera de la ventana de su cuarto. Allí lo vemos mirar su celular en varias ocasiones. Diferente al filme de Hitchcock, la inmersión sonora y el alejamiento visual de la película colombiana van “poniéndonos en los zapatos de Gabriel”.
En su otra faceta, la de pasteles en estudio, la película nos pica como voyeurs al poner a Zach a hablarnos. Esto se produce justamente al sentir la proximidad con Gabriel. Algunos espectadores colombianos podrían sentir afinidades con el gringo, pero la mayoría no puede evitar, en mayor o menor medida, identificarse con el bogotano; o al menos entenderlo. El rubio parece venido de la nada (por más que así no sea en realidad). El protagonista, en cambio, está preparándose para una entrevista laboral. Lo que pica es darnos cuenta de que no solo vemos a Zach enseñando un way of life, sino que Gabriel también lo hace a través de la pequeña pantalla de su celular. Podemos sentir la carga que muchos, como el joven colombiano, llevan en sus espaldas hasta la vejez. Hemos llevado ese mismo peso.
Aquí vuelve lo crudo, ya que toca la entraña. Busco ahora “crudo” en vez de “crudeza” y encuentro que se dice “de un alimento: que no ha sido preparado por medio de la acción del fuego, o que no lo está hasta el punto conveniente”. Entraña un deseo, uno que sostiene al “mundo”, lo alimenta, pues resulta inalcanzable: la imagen de cómo vivir resulta el medio de entrenamiento con el que nunca se está “preparado al punto conveniente” para esa forma de vida. Aunque lo dudamos (pensamos), vaga o profundamente, algo de ahí seguimos deseando. Entonces damos con la frontera entre ese nuestro pensamiento y el “paisaje”, en realidad un cuadro más pequeño y apastelado. Frontera entre una cara y otra: la de Zach y la de Gabriel.
Entrevista es autoconsciente, ella también es una imagen y sostiene una frontera entre la pantalla en que se proyecta y los ojos de los espectadores que la vemos. La película no puede franquear ese lindero, pero sí se aventura al choque entre un lado y el otro dentro de su propio dominio, el del cine. Allí, donde los sujetos del reino documental entran en el reino del pastel, el tono onírico nos permite fantasear y conocer con lo absurdo, al tiempo que nos permite reír un poco con las “vulgaridades” de Gabriel, unas con las que cualquiera puede llegar a sentirse identificado. Es, a lo mejor, una cierta pequeña risa cínica una justa reacción luego de algunas entrevistas laborales, como esta del cine, uno que es amable con aquello que es crudo en nosotros.