Entrevista laboral, de Carlos Osuna

El privilegio de la distancia

Danny Arteaga Castrillón

Entrevista laboral nos ubica justo en la frontera en la cual la voz del otro pierde su claridad, una en la cual el lenguaje debe tomar formas distintas a las de la palabra, donde debemos agudizar la mirada para acercarnos a una mejor comprensión de lo observado. Hay quizás en ello, en esa distancia obligada, el propósito de forzarnos a entender la realidad social y a sus individuos. Ya no está siempre el diálogo para explicarnos lo que sucede, sino que debemos aproximarnos desde lejos a leer los movimientos, los labios, las muecas… intentar asir con cuidado el signo que irradia el individuo en su relación con el entorno.

 

Así, Carlos Osuna, con esta película sobre la búsqueda de un lugar, retrata la cotidianidad de Gabriel, un joven rapero y grafitero de dieciocho años que deambula por las calles del barrio Patio Bonito, en Bogotá, en un aparente azar, pero cuyos actos poco a poco se traslucen en un propósito que acaso gravita solo en su mente y que pareciera no rimar del todo con la marginalidad de su sector, donde, sin embargo, al menos en ciertos espacios, se percibe un cierto sentido de comunidad.

 

Y enfatizo en la palabra percibir, porque, como ya se mencionó, Osuna nos ubica en la distancia, nos hace voyeristas y nos permite contemplar desde lejos lo que vive Gabriel en las horas retratadas: su relación con los otros, con su perro que se extravía y con los tenderos, sus conversaciones por teléfono, sus momentos más íntimos tras las ventanas de su hogar. Nos figuramos a nosotros mismos desde una terraza viendo al protagonista y su familia en breve intimidad. Alcanzamos a adivinar sus conflictos, sus sueños.

 

La quietud de los planos nos permite así regocijarnos en la contemplación de lo ajeno, aunque muy en el fondo sabemos que un acto voyerista es, en últimas, una manera de observarnos a nosotros mismos. Algo siempre hay en el otro que se parece a nuestra conciencia. Por ejemplo, la búsqueda de algo, un espacio en el trabajo, un ascenso, un viaje o un lugar en el mundo donde comenzar a ser, como en el caso de Gabriel. La película nos lleva, entonces, a leer las señales que emana el personaje, las partículas de su pensamiento, breves instantes de su voz, incluso una fugaz mirada hacia nosotros, como si nos hubiera descubierto en pleno ejercicio de nuestro morbo.

 

De esa forma, además, la película pone a prueba nuestros prejuicios y los estereotipos afincados en la conciencia. Así, al principio nuestra observación traduce los movimientos en una pretensión delictiva, porque creemos que en aquellos espacios periféricos no hay otra opción para la juventud. Pero es cuando la película arma sus fragmentos, y los pone a dialogar, que entendemos el contorno de la mente de Gabriel. A pesar de permanecer en el plano de la figuración, hay todo un sentido en su actuar, uno coherente y loable, acaso esperanzador. Como cuando comprendemos la presencia de la pareja de gringos sonrientes en distintas escenas coloridas, que contrastan con el resto, o el episodio onírico que reúne todos los elementos y personajes destacados en una sola secuencia irracional y simbólica.

A pesar de permanecer en el plano de la figuración, hay todo un sentido en su actuar, uno coherente y loable, acaso esperanzador.

Entrevista laboral, además, nos pone quizás a prueba y nos alienta a contemplar sin sesgo, a entender que hay algo más allá o más adentro de quienes observamos desde nuestra conciencia, desde el bus, desde el hogar, desde la cima. Lo que está afuera de nosotros, a nuestro alrededor, viviendo, luchando, inevitablemente se vuelve pensamiento, incluso emoción; por eso la importancia de acallar el prejuicio y observar a los otros y su entorno como quien observa un horizonte hacia el cual nos encaminamos, como parece sugerir la historia. Es preferible que nuestro pensamiento conserve cierta inocencia y no que se atore en una perpetua suspicacia. “Esto no se trata de virtud sino sobre decidir cambiar, o liberarse de alguna manera, de esa configuración predeterminada, la cual es: ser profunda y literalmente egocéntrico, y ver e interpretar todo a través del lente de sí mismo”, dice David Foster Wallace en su discurso Esto es agua.

 

De ahí, además, que la película revele de algún modo su propia búsqueda, análoga a la de su protagonista, un afán de hallar algo en su trasegar narrativo, en los planos elegidos, en la quietud, en el contrapicado que nos muestra la fuga del perro, en una esquina azarosa de casas de ladrillo, en las ventanas que operan como pantallas y, sobre todo, en su plano de secuencia del recorrido de un reciclador por una calle caótica y marginal, donde nos hacemos testigos de la complicidad de la comunidad con la cámara y con el propósito estético de la obra. Esa búsqueda es quizás la pretensión de atrapar la belleza en medio de aquella periferia gris y casi en obra negra, y que tal vez se aglomera del todo en la escena de la ventana empañada, detrás de la cual Gabriel, distraído, traza un corazón; es como si ese momento fuera al mismo tiempo el clímax visual y narrativo de la película, donde el protagonista, en nuestra conciencia, se transforma definitivamente.

 

Es grato el declive en el que a partir de ese momento nos sumerge la película, aunque sin perder el sentido crítico, sarcástico, incluso nostálgico que ha atravesado toda la historia. Parece incluso solazarse en la ingravidez en la que nos suspende hasta que nos abandona en nuestra quietud, como si nos dejara flotando en el mismo punto, desde donde podemos apenas contemplar marcharse al sujeto observado, y en ese momento nos es inevitable pensar, con cierta paranoia, que alguien acaso, desde una distancia secreta, pueda estar también contemplándonos e intentando leernos.