Margarita Espinel Villamizar
“Los habitantes de mi aldea dicen que soy un ser despreciable y peligroso… y no andan muy equivocados”. El peligro del río amenaza siempre a quienes se encuentran obligados a vivir en la orilla, las plantas, los animales y las criaturas nocturnas son una constante fuente de zozobra y de incomprensión. Puede que a causa de este ambiente hostil y salvaje las personas no encuentren más consuelo para aceptar su existencia que refugiarse en prácticas bestiales, en hábitos peligrosos y en creencias absurdas, en juegos mentales que son un rompecabezas incompleto. Ángel, un nombre intencionalmente cómico para un hombre considerado brujo, es un personaje con más misterio en su imaginación que el que realmente transmite a quienes lo rodean y a quienes tengan la disposición de ver esta película.
La brujería, la santería, el fanatismo y la sed de manejo de fuerzas del más allá son cosas que han caracterizado las poblaciones pequeñas de Colombia, se dice que en cada pueblo hay una llorona y que cada familia tiene su bruja o brujo. No obstante, con el paso del tiempo y el aumento del escepticismo religioso, estas creencias han ido en decadencia. Ya no se llenan tanto las iglesias los domingos y las tías ya no acuden a una rezandera para conseguir favores de sus amores o para ganarse la lotería. Precisamente esta falta de creencia es aquello que permite el desarrollo de personajes y situaciones como los presentados por Aguilera Cogollo en su largometraje Positivo Negativo (2024). A medida que este documental avanza, vamos viajando por un pueblo a orillas del río Sinú, un pueblo que parece no haber podido escapar de la avaricia de sus míticos habitantes, quienes deseaban a toda costa el fruto sagrado: el oro. Luego de que el oro escapase y diese forma al río, los años han pasado y la gente del pueblo no parece estar interesada en el famoso Totumo de oro, por el contrario, el río ha perdido su magia, el pueblo se conforma con sus corridas de toros de madera y el río se conforma con ser el discreto observador de eventos que parecen evidenciar el vacío miserable de la cotidianidad.
Un personaje rompe con esta cotidianidad: un viejo cada vez más cerca de la muerte, que se encuentra en una carrera contra el tiempo, en la que este último indudablemente lleva la ventaja, no solo ante él, sino ante todos los seres vivos. Un viejo que lleva consigo un cansancio profundo que se refleja en los quiebres de los callos de los pies y en las arrugas del cuerpo que, al estirarse, dan evidencia de las ásperas caricias del sol durante muchos años. Este viejo de nombre curioso es consciente de lo que le espera en el infierno si no logra hacerse librar de sus pecados. Extrañamente recibe cantos de “purificación” donde, en lugar de pedirle a un dios que rompa las cadenas, se le dice “ahora mismo te rompo las cadenas”. Puede que aquellos que recuerden estas canciones, en las misas del colegio público, tengan que considerar que tal vez esta mujer que canta tiene habilidades que el escritor de la canción ignora y por ello la letra no encaja del todo en la tonada tradicional. Adicionalmente, busca alguien con quien compartir sus supuestos poderes, evidentemente nadie está interesado en pasar la vejez con la angustiosa espera de ir al infierno, aunque uno de sus nietos se muestra particularmente curioso y por ello comparte con él e incluso chismosea de lejos lo que el viejo hace.
Este viejo de nombre curioso es consciente de lo que le espera en el infierno si no logra hacerse librar de sus pecados.
Todo este camino lento en compañía del viejo y su testimonio, así como algunos comentarios del cuidador de la yegua, llevan a pensar que este señor Ángel puede ser brujo de palabra, “brujo de mentiras” como dirían los niños. Una persona despreciable en la medida en que se lo come la pereza y la autocompasión, viviendo en un pueblo donde pasa por invisible en medio de una población que se divierte molestando a los animales y actuando como bestia, mientras el polvo y la evidente falta de algo mejor que hacer los mantiene en extremo distraídos como para notar que el tiempo pasa y que, precisamente, las distracciones crueles los hacen tan despreciables y peligrosos como el mismo viejo Ángel.
Se presentan no únicamente momentos incómodos de ver para algunos como el ya mencionado pseudo juego con los animales, también hay escenas que dan pie a hundirse en reflexiones como si de estar clavado en el barro se tratase: un niño que desesperadamente expulsa algo de sus bolsillos ¿Expulsa algo valioso? ¿Expulsa algo de lo que quiere deshacerse? ¿Expulsa el peso de vivir? ¿Vale la pena “quitarse el peso de encima” cuando al final se está condenado a quedarse clavado en la orilla? Son innumerables las opciones de respuesta a estos interrogantes y cada espectador puede interpretar esas escenas a su manera; el momento de espiar y el momento de analizar qué tan “jodidos” están los interesados en el supuesto brujo transmiten una incertidumbre justificada sobre el uso que se le da al tiempo, la dirección que toma la mirada del artista y el reflejo de la sociedad que se brinda… “habiendo cosas tan bonitas por aquí (…) estás fregado con el cuento del viejo ese” y puede que más de uno se sienta fregado al no poder conectar un hecho con otro, los eventos sueltos, los detalles dispersos y sin tejido, las arrugas y manchas de una piel vieja en contacto con una piel nueva, desconocida y aun así tocada por el sol y maltratada por una mano precisa que ha hecho un corte en medio del pecho, corte que pudo ser una herida con intención de hacer el mal o que bien pudo haber sido realizado para salvar la vida de esta mujer, nada tiene una respuesta, tampoco parece haber necesidad de ofrecer una, ya que se trata de un juego con las creencias y no solo aquellas relacionadas a las cualidades de brujo de Ángel, sino a los mismos gestos de quienes son expuestos; las caricias se ven falsas, los cantos se oyen vacíos y cuando, al final, no es posible ver nada más que un viejo que juega con agua, es evidente que esta película deja el vacío de lo que no fue y de la ausencia de poderes sobrenaturales del viejo.
Llega el atardecer y, a medida que el paisaje oscurece, las nubes se ven más espesas, el sonido de naturaleza que acompaña el lento camino se hace más intenso y una voz que llama recibe los coros de aves, renacuajos, insectos e innumerables animales que tal vez es imposible distinguir; todo esto se va desvaneciendo con los aleteos de las aves que emprenden la marcha, organizadas como bailarinas. Puede que sean ellas mismas las que, con su pacífico volar, provocaron el sueño entre la alegría y la tristeza de aquellos que a orillas del río, al nacer, vieron el oro desaparecer.