Daniel Tamayo Uribe
En este momento el cine colombiano goza de una fertilidad quizás antes nunca vivida respecto a la producción de películas de animación. No solo porque ha habido un aumento en el número de obras de este tipo, sino por la diversidad de estilos que han aparecido y que siguen emanando de nuestra cinematografía en construcción. Más allá de encontrar en esta novedad el valor de la misma, creo que la situación puede ser un síntoma de que también como creadores, productores, editores, distribuidores y, por qué no, críticos, parte de nuestro ecosistema audiovisual, estamos aprendiendo a reconocer lo cinematográfico como parte de la realidad. Estas ideas vienen a mí al volver a un cortometraje que estará disponible hasta fin de año en Retina Latina, se trata de Todas mis cicatrices se desvanecen en el viento (2022).
El cine de animación ha consistido en un reto para mí como crítico y como cinéfilo –aunque de niño haya vistos muchas películas animadas como las de Disney y aún hoy vea animes–. Esto se debe a la pregunta que me he hecho frente a las posibilidades que ofrece la animación misma: ¿Qué tiene de diferente la animación respecto al cine filmado con cámara o cuya imagen es, digamos, real? La pregunta ha provocado que las potencias animadas se escabullan de mí. La contra respuesta es, entonces, obvia. Hay que ir hacia el otro sentido. El cine de animación es, ante todo, cine.
Las imágenes se desvanecen
Estamos en el vacío, uno oscuro. Allí podemos ver lo que compone la realidad. Pequeños objetos como átomos, tal vez pixeles. Son en su mayoría verdes y rojos y se mantienen más o menos fijos según lo que la memoria sienta. El cine es memoria, pues todo lo que vemos en la pantalla es un pasado que se reproduce. El lugar negro en que nos encontramos se compone de esos átomos de color y de los espacios entre ellos, rellenos de nada, que constituyen el lugar donde habitamos al ver una película. Todas mis cicatrices nos sitúa allí, donde las imágenes son la frágil luz que con un dedo puede taparse. Inicia la proyección o reproducción y ellas van moviéndose para en horas, minutos o segundos finalmente desvanecerse.
Los sonidos y la mirada actúan
Recordemos que en esta película (como en toda sala de cine) el espacio es negro y solo vemos estas como finas luces de colores que componen lugares y objetos. En ese entorno más o menos estable y sus recuerdos correspondientes, las cosas parecen congeladas, como impresas “tal cual quedaron grabadas”. Lo que las activa es algo que viene a chocarlas, a sacudirlas, a rozarlas, a recorrerlas. Solemos hablar de imagen en movimiento, pero también nos acordamos de que es un efecto visual que se produce en el encuentro entre la luz proyectada a alta velocidad y los ojos que la ven. Parece que lo que se mueve son otras cosas, como la mirada misma y el sonido, ondas en el aire que –se me ocurre escribir en este momento– colisionan con esos como átomos y los mueven (tal vez la aparición del cine con banda de sonido lo que hizo fue darles otra dinámica a las películas).
La cámara-mirada avanza, da vueltas, se acerca, se aleja, atraviesa. El orden de la mirada en el espacio produce sentido, significado. Nos recuerda que cuando se trata de películas (y de todo) cómo vemos es lo que, en buena medida, determina qué vemos.
En la película de Carlos David y María Angélica lo que actúa es la mirada y el sonido. Las imágenes están quietas o en movimiento, pero eso no es lo que hace avanzar la película. La acción dramática no descansa en lo visual ni en personajes actuando ni en diálogos o discursos. Una como perspectiva subjetiva a la que los espectadores estamos inexorablemente abocados es lo que van navegando por el ambiente oscuro con las luces atómicas. La cámara-mirada avanza, da vueltas, se acerca, se aleja, atraviesa. El orden de la mirada en el espacio produce sentido, significado. Nos recuerda que cuando se trata de películas (y de todo) cómo vemos es lo que, en buena medida, determina qué vemos.
Los sonidos son lo que sucede y construyen parte de la realidad al momento de sonar. Hoy en día estamos acostumbrados a que las películas suenen de ciertas maneras, que los pasos que damos o abrir una puerta suene, aunque en el registro hecho con la cámara e incluso con la grabadora no incluya esos sonidos. Todas mis cicatrices explicita lo que es una película, una memoria construida. Los sonidos en el corto son como un amortiguador de puerta recién agitado, como aves cantando mientras vuelan, como un líquido hirviendo a punto de ebullición, como la existencia desmenuzándose frente a nuestros ojos. Este último no existe, pero allí está. Eso nos recuerda la performatividad del sonido y del cine en general, que se crea al mismo tiempo que sucede. Eso es acción.
La música mueve y es movida
Una vez más: estamos en el sitio oscuro con los colores deambulantes. Allá, como lo que suena y la visión, la música emprende acción. Entre muchas cosas que seguro es ella en el cine, hay en dos relaciones en que destaca su presencia: con las emociones y con el montaje. Suele decirse que la música funciona para llevar a los espectadores a sentir determinadas emociones de acuerdo con la escena que esté sucediendo. En Todas mis cicatrices no hay tanto escenas como tiempos y lugares, las emociones son primero de lo que pasó antes de lo que pasa (aunque sucedan en simultaneo). La música primero es causada por las emociones y luego es la que las provoca. Es una reacción que re-acciona, vuelve a activar los afectos de donde se originó. La música r-e-mociona. Una película, entre otras cosas, es sucesión de estados afectivos.
En ese sentido, la música también se vuelve el conducto por el que recorre la película, uno de los ríos a través del que ella se desenvuelve. Ahí entra como forma ambiental (muy de moda en los últimos años), facilita la habitación en el espacio oscuro de luces fugaces. En muchas ocasiones sirve como estructura, colchón, base para editar las películas –y editar en silencio es de las cosas más difíciles y contraintuitivas al menos para mí– pues, quizás, es que hace palpable ese movimiento con sentido que pretendemos dar a las imágenes. Por supuesto que la música es hecha y ubicada en tal o cual lugar. Ella, como el cine, es moción que producimos y que, al hacerlo, nos mueve. Nos movemos a nosotros mismos a través de películas. Siempre detrás y delante de las películas hay alguien.
El cine es siempre acciones de la memoria
Grabar con una cámara, utilizar material de archivo, producir imágenes con IA. Todo eso convertido en cine es básicamente animar. Todo eso, proyectado en una pantalla, es prácticamente recuerdos. Verlos es ir aprendiéndolos para al tiempo ir recordándolos. Las imágenes, los sonidos, las músicas son formas y acciones para la memoria de algo pasado que se convierte en algo más. Fuerzas que entran en choque y producen energías.
La realidad es justamente es constante proceso. Nos lo podemos representar como estar en un espacio negro con fuerzas, a manera de luces, en movimiento. Las colisiones energéticas bien pueden producir marcas. Todas mis cicatrices se desvanecen en el viento es un ejercicio cinematográfico por antonomasia. La película precisamente consiste en volver sobre la memoria a través de las marcas que dejaron eventos pasados y que hicieron daño. La travesía por las heridas y la memoria, entre otras cosas, nos constituyen como individuos, pues así, entre los millones de átomos que parecen moverse aleatoriamente, logramos fijar algunos de ellos, frágilmente, y con ellos atisbar una imagen que logramos identificar. Da la impresión de que eso es el yo y lo que llamamos realidad: delicadas imágenes. Como el cine, un poquito más duraderas, pero de todos modos impermanentes, ellas también se desvanecen en el viento cuando la función se acaba.
He dejado algo abandonada la película de Carlos David y María Angélica para hablar del cine de animación. Quizás una injusticia más que tienen aguantar estas películas, en su mayoría cortometrajes, que enseñan que las sustancias del cine y de la realidad parecen ser las mismas. Junto a mis modestas disculpas, y contrario a lo hice (abandonar), solo quisiera añadir que espero que esta animación de cine colombiana, y muchas otras, aún no se termine de desvanecer en el viento, aunque finalmente deba hacerlo. Otras cicatrices vendrán, así funciona la memoria.
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