Un día de mayo, de Camilo Escobar

¿Hay que matar al padre?

Verónica Salazar

 

El inicio de la adolescencia se caracteriza en gran parte por un constante cuestionamiento de las imposiciones parentales. Suficiente de esto ha explorado el psicoanálisis, estableciendo roles de crianza específicos en la madre versus el padre. Aún hoy, este acercamiento influencia la mirada de muchos cineastas, e incluso se puede aplicar al hecho en sí de hacer y ver películas; buscamos recrear la experiencia de ensoñación a través del relato fílmico, según Christian Metz.

 

Esto es Un día de mayo, de Camilo Escobar (2025). Un cortometraje coming-of-age que nos adentra en la mirada de Joaquín, un niño de diez años que observa las dinámicas de su familia desde su rol como hijo y hermano menor. La suya es la típica familia tradicional latinoamericana: tiene un padre proveedor, tosco en su comunicación, preocupado por la plata y por establecerse como dominante; una madre dócil que se encarga del cuidado del hogar y de atender a su esposo; y una hermana mayor que está descubriendo nuevas emociones propias de la adolescencia. Joaquín es un observador, habla poco y a medida que el relato avanza comienza a expresar sus cuestionamientos acerca de los roles de género y actitudes que siente que se le imponen dentro de su familia.

 

A pesar de ser silencioso, al protagonista lo respaldan dos elementos que lo hacen el personaje más elocuente del cortometraje: la actuación de Dante López y la dirección de fotografía, hecha por David Correa. Con un juego entre el detalle y el fuera de campo, la cinematografía nos ayuda a identificar qué ocurre dentro de la mente de Joaquín. Cuando comparte tiempo con su hermana y su mamá la luz es difusa, los planos cerrados, la profundidad de campo es mínima, y esto genera un efecto de ensoñación, de estar viendo recuerdos con nostalgia más que la vida que tenemos en frente. Adicional a los gestos y actitudes de Joaquín, esto nos indica que tiene una conexión más cercana con las mujeres de su familia. Un guiño a Edipo, para sumar al abordaje psicoanalítico.

 

Por otro lado, la herramienta que el corto usa para reforzar esa tensión establecida por las relaciones de poder en la familia es el fuera de campo. El conflicto ocurre allí. Lo escuchamos y lo imaginamos, pero no lo vemos. El papá y la hermana de Joaquín se pelean a los gritos y solo aparecen en el plano al final de la escena, donde los vemos desde otra habitación, donde está el protagonista. Sentimos la violencia, la represión, el juego de poderes, ese intento desesperado por demostrar dominancia.

 

Asimismo, el uso de la música, los objetos y espacios cotidianos para establecer los valores del universo diegético tienen carácter dual: la música romántica suena en la casa cuando el padre no está; y cuando él llega, se detiene. Ahora lo que se escucha es una voz masculina fuerte, contundente y airada. La madre y la hermana habitan espacios más íntimos en la casa: el dormitorio, la cocina. El padre es presentado en las zonas comunes: el comedor, la sala. Esta separación se da durante todo el relato y fortalece la narración desde distintos ángulos.

 

Esta breve historia es una conmovedora representación de la vulnerabilidad y la cotidianidad desde una mirada en crecimiento. Joaquín nos presta sus ojos, nos ayuda a desplazar nuestras ideas y nos toca el corazón porque, finalmente, no hay nada más humano que las emociones y su exploración.