Una película (secreta), de Jerónimo Atehortúa

Fantasmas en el FICCI 64 – parte 2

Daniel Tamayo Uribe

¿Y con cuáles fantasmas hay que sentarse a charlar? Entre la vasta programación de este FICCI 64, hay un espacio quizás marginal o fortuito para los espectros. El programa 3 de cortometrajes colombianos se caracterizó por contener diversas obras de proyección experimental que, además, tenían alguna presencial que podría caracterizarse como espectral (muertos, sensaciones, animales) en el cine.

 

Este es propiamente encuentro con espectros, presencias ausentes pasadas que cobran vida. El cine también es, como tecnología propia del capitalismo, fetichista. Las películas como mercancía tienden a ocultar su proceso de producción, en mayor o menor medida, por lo que mágicamente a nuestros ojos aparecen como simplemente proyectadas en las pantallas. Allí yace parte de su encantamiento. Entre otras cosas, que suelen permanecer bajo las sombras, está el hecho de que estamos en cuanto espectadores ante el encuentro con fantasmas. Esto sale sutilmente más a la luz con el programa 3. Allí ahora nos fijamos en una obra en particular.

 

Una película (secreta) (2025) dice y tiembla como un niño que no se aguanta las ganas de gritar una confidencia a todo viento. Es juguetona y nos va soltando pistas en sus intervenciones escritas, entre profundidades filosóficas y una agudeza burlesca. Se agita como montando un caballo de antaño que inevitablemente prepara para el vértigo que es el encuentro con los espectros pendientes. Parece que nos dan menos cosa los fantasmas equinos, animales que con frecuencia veo como aquellos que, más que ninguno, merecen venganza. ¿Por qué y cómo?

 

Es una cuestión de deudas. Una película (secreta) insiste en lo mucho que el cine debe a los caballos, porque fue a través de las sucesivas fotografías de su galopeo, que registró Eadweard Muybridge, que se empezó a estabilizar epistemológica y perceptivamente la imagen en movimiento. Hemos dado por sentada la solidez en que reposa esa estabilidad. Ya son más de cien años de cine y es cierto que ha habido una persistencia, pero justamente el inestable galopeo de los caballos y la pregunta “¿crees en los fantasmas?”, escrita en la película, ponen en entredicho la obvia estabilidad.

 

Una película (secreta) es una película colombiana. Es una tercera hija de Jerónimo Atehortúa Arteaga, las dos primeras son Mudos testigos (cuyo primer padre fue Luis Ospina) y Accidentes de la historia, ambas del 2023. Todas tienen genes comunes: películas del periodo del cine mudo colombiano como Aura y las violetas (1924) o Alma provinciana (1926), entre varias más. Otra deuda, una melodramática, es la que nos insinúa la película. Es obvio, pero no igualmente común escuchar decir que el audiovisual colombiano (y latinoamericano) le debe al melodrama, mejor recibido en la televisión en forma de telenovela. En cambio, la historia del cine (colombiano) tiene un pendiente con las relaciones amorosas, grandes romances, grandes villanos y grandes tragedias.

 

En la película aparecen de forma fragmentaria algunas situaciones que involucran hombres y mujeres en torno al amor, el deseo y el poder. La deuda con el melodrama que se cuchichea entre las imágenes y los sonidos de Una película (secreta) tiene que ver con otra relación erótica, una que atraviesa esos mismos tópicos. Tal vez es el fantasma cuya presencia es más obvia y que por ello resulta, muchas veces, la que menos se mira. La película de Atehortúa, entrecortada entre los textos cómico-filosóficos blancos y amarillos, los fragmentos de diversos archivos cinematográficos que se mezclan y los sonidos misteriosos e inquietantes, llega a un punto en que ya no se aguanta guardarse el secreto.

… la historia del cine (colombiano) tiene un pendiente con las relaciones amorosas, grandes romances, grandes villanos y grandes tragedias.

El movimiento empieza a frenarse hasta quedar congelado. Lo que vemos y lo que oímos avanza y se devuelve. Da la impresión de que en el mecanismo hay un cortocircuito. Una película (secreta), como toda obra de cine, siempre tiene un asunto que resolver: su relación con el dinero. El fetichismo cinematográfico encuentra uno de sus puntos críticos aquí pues, lo quiera o no, “es difícil ocultar la plata”. No se trata de simplemente de definir grandes o pequeños presupuestos, de si ser una “mega producción” o una de “bajo costo”. De hecho, en general no parece claro qué hay que hacer con este fantasma, aunque todos sepamos que el destino humano tiene que ver con el destino del dinero, como se lee implícitamente en el cortometraje.

 

Una película (secreta) intuye que la rendición de cuentas fantasmal, cinematográfica, con el dinero tiene que ver con el melodrama y los caballos. Hay un vínculo con los afectos y el galope. Nada parece muy estable, hay deudas por saldar. La película secreta es la de esos tres fantasmas, pero todavía no sale del paréntesis. Probablemente, como esa deuda, la venganza de los caballos (explotados) nunca podrá ser consumada “justamente”. Sin embargo, galopar libremente a todo viento parece una buena imagen en que proyectar el futuro (de las películas), deseo que puede estar latente entre algunos de los programas que tuvieron lugar del 1 al 6 de abril en Cartagena y para el que los fantasmas dan luz en las sombras.