Gloria Isabel Gómez
En 1917 una adolescente llamada Carmelita Suárez comenzó una revolución a gritos en la frontera con Estados Unidos. Como empleada doméstica, diariamente era fumigada junto a sus compatriotas de México antes de cruzar al estado de Texas desde El Paso. Parece exagerado afirmar que las personas eran fumigadas, pero este fenómeno fue legal hasta la década de los cincuenta y disminuyó hasta su erradicación definitiva en 1964.
Años después y a kilómetros de distancia, Colombia prohibió la aspersión aérea con glifosato, un fenómeno que hasta 2015 afectó la población rural de más de once departamentos, quienes presenciaron la pérdida de cultivos, la desaparición de flora y fauna, la contaminación de fuentes hídricas y el deterioro en salud de niños(as) y campesinos(as) que desarrollaron cáncer, esterilidad, malformaciones congénitas, efectos transgeneracionales, enfermedades respiratorias, abortos y otros padecimientos.
En 1984, en medio de estos dos acontecimientos, Jorge Silva comenzó a filmar Mujeres y Flores, un documental sobre las condiciones laborales de las floricultoras en la sabana de Bogotá, quienes narran las consecuencias de trabajar con pesticidas. A medida que exploramos el entorno de explotación en el que se desenvuelven, estas mujeres construyen la analogía triste que ha marcado sus vidas, pues mientras sus rosas florecen, ellas se marchitan… Y para ellas, la belleza efímera de las flores es comparable con la salud de sus cuidadoras, quienes dedican su tiempo y esfuerzo a mantenerlas con vida.
La película, estrenada originalmente en 1988, fue restaurada por Marta Rodríguez y Felipe Colmenares en la Cinemateca Nacional del Ecuador. En 2023 fue re-estrenada en la sección Cannes Classics, un evento que celebra el patrimonio cinematográfico. En su selección de hace dos años incluyeron este trabajo de Jorge Silva y Martha Rodríguez, dos cineastas que desde sus inicios han dado voz, imagen y poesía a las comunidades indígenas, campesinas y trabajadoras.
Al tratarse de una restauración, es inevitable pensar en la vigencia de la película en nuestros tiempos, pues, aunque las condiciones laborales del gremio floricultor han cambiado, lo que vemos en pantalla permanece intemporal. La lucha obrera en América Latina continúa y sigue siendo un reflejo de la desigualdad material y política que existe entre los trabajadores(as) y sus patrones.
Amor, Mujeres y Flores también cuestiona nuestros actos de consumo y el impacto que tienen en la calidad de vida de las personas que producen lo que comemos, vestimos y compramos, pues la obra construye un espejo, pétalo a pétalo, a través de los testimonios de las mujeres, quienes narran sus historias de abuso, abortos, leucemia y enfermedades, mientras la cámara filma los esfuerzos cotidianos que ellas realizan para que miles de flores salgan del país con el propósito de llegar a manos extranjeras o despreocupadas.
… la obra construye un espejo, pétalo a pétalo, a través de los testimonios de las mujeres, quienes narran sus historias de abuso, abortos, leucemia y enfermedades, mientras la cámara filma los esfuerzos cotidianos que ellas realizan para que miles de flores salgan del país …
Estos compradores tienen el poder económico para sostener la operación de algunas empresas de flores en Colombia, y no es casualidad que sus países defiendan las nuevas formas de fumigación de nuestros pueblos, como, por ejemplo, los centros de detención o las políticas contra la migración.
La proyección de esta película en salas de cine y su restauración en 2K les permite a las generaciones más jóvenes descubrir un cine militante que siempre ha reivindicado la dignidad de las comunidades que filma. Además, nos invita a reflexionar colectivamente sobre la explotación laboral y la precarización del trabajo campesino.
Esta versión incluye un testimonio inédito de Martha Rodríguez, un fragmento en el que la directora bogotana se dirige a la audiencia para hablarnos del esfuerzo personal y artístico que significó para ella terminar este largometraje, en cuyo rodaje falleció su compañero de vida, Jorge Silva.
La muerte del director coincidió con el clímax del documental, en donde vemos las protestas de las trabajadoras y la toma pacífica de sus instalaciones de trabajo. La secuencia se filma en un espacio que alberga una contradicción silenciosa, pues está lleno de belleza a pesar de ser un escenario de sometimiento, injusticia y veneno. En esta lucha –que es también la de la cineasta– se logra sintetizar cómo opera el poder en condiciones de inequidad gigantescas, pues las mujeres son expulsadas con violencia por las fuerzas armadas, demostrando que los intereses del pueblo nunca son la prioridad de estos agentes.
Para finalizar, la conexión de esta escena con las palabras de Martha Rodríguez nos permite comprender que su presencia en la versión restaurada no tiene como propósito narrar anécdotas de filmación, sino demostrar que terminar esta película fue un acto de rebeldía política y de terquedad, pero sobretodo, un acto de amor por Jorge Silva, por esas mujeres y por su país. Y este amor se impregna en el documental, modificando el título original del proyecto y agregando una dimensión personal a una obra que es social y política. Como resultado, Amor, Mujeres y Flores nos deja una pregunta que podemos trasladar a otros sectores, como el de la moda o la cosmética: ¿Cuánto cuesta producir belleza?