El oro del Chocó, de Camila Loboguerrero

El pueblo circular y una mirada naciente

Andrés Múnera

Las misteriosas imágenes silenciosas que filmó en 1972 la cineasta Camila Loboguerrero en El oro del Chocó, cuando trabajaba para la división de Radio y Televisión Educativa del Ministerio de Educación Nacional, contienen la especulación temporal cíclica que advertía Mircea Eliade en su obra El mito del eterno retorno: “El pasado no es sino la prefiguración del futuro” un mundo mantenido “en el mismo instante auroral de los comienzos”.

 

La cineasta, después de vivir la Francia de Mayo del 68 y de recibir su título en Licenciatura en cinematografía en la Universidad de Vincennes, regresa a Colombia para filmar el proceso de extracción del oro en la región del Pacífico. Veintidós minutos dura la pieza que despliega al propio oro, ríos, poblaciones, montañas de minerales y sedimentos de relatos materiales, naturales y humanos como un recorrido descriptivo y fantasmático. En una porción de extracción aurífera se esbozan las fauces de lo que ha significado para el Chocó su relación con el oro, esa paradoja volátil que hila oportunidad con condena, esclavitud y devastación con efímera riqueza, un oro que dinamiza despojo a la vez que termina insertando la maquinaria de guerra en el Litoral.

 

Una secuencia como universo concreto de expolio: Una ingente draga de la compañía estadounidense Chocó Pacífica penetra en las entrañas de uno de los ríos mientras a una de sus orillas decenas de mujeres, con sus bateas, se inclinan mecánicamente intentando encontrar oro de las aguas encenizadas, las que filma Loboguerrero como una película de BertHaanstra, solo que acá el movimiento material de un proceso de recolección extractivista modula toda una capa de derrotas, coreografías brumosas de los orfebres chocoanos de Quidbó y Lloró y de mujeres que con sus bateas descienden a los socavones como motivos de Doré hacia una espiral de tinieblas, donde yace el mineral enquistado con la sangre de un pueblo condenada a derramarse como acontecimiento circular.

 

Es la latencia de una mirada que está en búsqueda de sí misma. La cineasta seguiría filmando cortometrajes documentales en medio de la época del sobreprecio (sistema de recaudo que hacía el Estado cobrando un porcentaje a los espectadores dentro del costo de las entradas de cine). Luego, en 1984, Loboguerrero filmaría Con su música a otra parte, primer largometraje de ficción escrito y dirigido por una mujer. Pero en sus primeros acercamientos embrionarios con la cámara de 16 mm. están gestos como El oro del Chocó, que contienen la energía ambigua bullente de los archivos, con lo revelado y lo velado, esa fuerza cíclica que pide nuevas lecturas cada cierta época, nuevos ojos que enfrenten las miradas de sus fantasmas, que sean testigos de sus movimientos por el encuadre, que estudien, con vocación restauradora, los gestos silentes de un territorio y sus gentes que aún respiran bajo el soporte a pesar del olvido y la vejación de la historia.