Joan Suárez
La madera es flexible y fuerte a la vez: sostiene lo que está arriba, las hojas.
Es el nivel que media entre lo subterráneo, donde nacen las raíces,
y lo que se eleva en el aire, que son las ramas.
La madera sostiene, preserva y da equilibrio.
Eliana Fernández.
Usted, para Ana (nieta), es la mamá (abuela) que nunca fue conmigo (hija).
Matrioshka
Las personas, al igual que las piedras, tienen una capa resbaladiza de musgo y fisuras que ocultan trámites pendientes para liberar los pesos de la conciencia. En el ámbito actual, donde muchos compiten por sanar y soltar, buscando atribuirse dosis de superioridad moral, surgen las heridas: un lugar para ser escuchados y tocar las cosas de fondo. Enfrentarse al rebote de ideas contrarias y permitirse escuchar para comprender y avanzar ligeros de culpas.
Algo de esto propone la película Matrioshka (2025), del director y productor bogotano Jorge Forero. Cada visita familiar, luego de un largo tiempo de distanciamiento, puede abrir viejas grietas y secretos. Parece incuestionable que el silencio no nos permite mirar hacia adentro, que a menudo se convierte en un matiz superficial para simular que todo está bien, mientras demonios del pasado permanecen dormidos en la mente.
De ahí que la metáfora del director sea emplear el cuento popular ruso sobre una muñeca especial: matrioshka, y las genealogías o el implexo familiar. En la película, cada protagonista ha seguido su propio destino, pero también ha sido artífice de su vida, transitando por asuntos (hechos, situaciones o circunstancias) que prefieren no enfrentar, hasta que el mundo las obliga a mirarse en una retrospectiva sanguínea: abuela, madre e hija.
El director Jorge Forero, después de vincular tres historias sobre la guerra, en la que sus protagonistas son hombres y no entienden el vértigo de Violencia (2015), y su espiral imparable e incontrolable; por si acaso, cada uno de ellos expresa un país herido en el campo y la ciudad. Historias sucesivas e intercaladas en las que sus espíritus intentan liberarse y superarse a sí mismos. Los persiguen fantasmas bélicos en diferentes niveles de confusión y frustración, conspiración y secuestro, parientes y amigos. Todo es un movimiento enigmático y electrizante. Sin embargo, Forero presenta nuevamente una historia introspectiva con Matrioshka y menos estimulante, lúcida y enérgica que Violencia.
Por el contrario, en Matrioshka como si de un retiro se tratara, Ana (la nieta) regresa para disfrutar un fin de semana con su abuela y su madre. Con la suavidad y serenidad que da el ambiente de la casa, enclavada en la montaña, se descifra para el espectador que los roles están invertidos y alterados. En pasividad cada una asumió una manera de estar y compensar sus ausencias desde la maternidad y su contexto. No existe la tal continuidad genealógica y las miradas acosan el pánico de la mente y las palabras. La intriga psicológica se revela en cada espacio de la casa. Al inicio, mientras están en la cocina, es un momento festivo para la abuela, pero algo molesto para la hija, quien vuelve a ver a su madre después de un tiempo.
La cita del fin de semana se activa con leves momentos de indiferencia, reclamos, reproches y confrontaciones. Tintes en el que están inmersas estas mujeres y, de seguro, el mismo espectador. Ellas están en un invierno interior que se niega a superar el rastro del ayer. La neblina se abriga de fuego, vino y conversación para abrirse a los silenciossospechosos, los prejuicios y las etiquetas sociales que se infiltraron y marcaron su camino.
La cita del fin de semana se activa con leves momentos de indiferencia, reclamos, reproches y confrontaciones. Tintes en el que están inmersas estas mujeres y, de seguro, el mismo espectador.
Gracias al talentoso reparto de Vicky Hernández, Ana María Sánchez y Alma Rodríguez, que “insuflaron sus personajes con su memoria emocional”, Forero consigue un relato profundo (que se desvanece) sobre un viaje interior hacia la libertad, donde se lloran tensiones y se buscan respuestas a través de diálogos sencillos, pero con momentos de liviana carga emocional. Sin esencia ni sustancia. Por instantes algunas secuencias transmiten una sensación orgánica, casi tangible, y es efectiva para la carga emocional que envuelve a las tres mujeres y su relación, en un tejido reducido y pequeño para conjurar la confesión y el desahogo.
En la actualidad, la búsqueda espiritual ha sido absorbida por el mercado, convirtiéndose en una moda para monetizar emociones. Matrioshka también puede situarse en esta travesía esnobista, mostrando a sus tres protagonistas, Ana, Julia y Lucía, atrapadas en la misma órbita superficial del “nuevo ser ascendido”, donde se busca romper el círculo de responsabilidades y liberarse de los castillos de arena que creamos (o esculpieron) en nuestra mente. Aunque estas mujeres no practican yoga ni siguen técnicas de meditación, dentro de la casa procuran crear un entorno de sanación, curación y perdón a través de la palabra y las lágrimas. Un camino tan falso de testigos que se queda en las paredes, los libros y las cosas en el baúl.
Otra película que sin ningún misterio ni milagro vincula a tres mujeres es Mamá (2017), del también bogotano Philippe Van Hissenhoven. Un relato sobrio en el que se observa este mismo contraste. Sus personajes son más jóvenes y en equivalencia familiar, es decir, abuela, madre e hija. Se constituye como un viaje emocional de cambios y renuncias, actos de empatía y transformación desde la soledad y la presencia. Situada igualmente en la ruralidad y luego de una visita inesperada, el hogar solitario de Victoria se activa anímica y de manera caótica con la llegada de su nieta de siete años, entusiasta y llena de ternura. Un hilo que confronta y altera, irrita e incómoda. Sin embargo, simboliza la complicidad y la gratificación de las palabras, tan perdurables en cada instante del presente.
La película de Forero intenta examinar cada detalle que predispone a sus protagonistas y solo logra imágenes frías y consoladoras, tan apacibles, que la casa campestre y sus alrededores (cuando se va la luz, la lluvia, la noche, el espejo, el río) son un eco de su ambiente íntimo y transitorio. Y así es la idea casi infinita y cíclica de la matrioshka, cada figura de madera encierra otra dentro de sí. Una división celular y replicante de los dramas familiares, su efecto hereditario y estructuras repetidas. Y el director recombina este árbol genealógico carente de intuición, y sin una salida sólida e inteligente como la que logró en su obra anterior de profunda carga psicológica e intimista. Sin embargo, ya los egipcios nos habían advertido en una sublime oración a su diosa Isis, deidad de la magia, la maternidad, la fertilidad, la protección y la sanación: “Soy todas, que soy una, que soy ninguna”.