Nochebuena, de Camila Loboguerrero (2008)

La Pirámide de Wall Street

Oswaldo Osorio

Se repite la historia del cineasta colombiano que debe estar oxidado después de tanto tiempo de no hacer cine, con la particularidad de que esta vez es una mujer, prácticamente la única de la vieja escuela que había hecho ficción. Aunque después de sus dos desaprovechados largometrajes anteriores, más la larga espera para el tercero, no había mayores expectativas sobre esta película, sin embargo, esta reaparición de Camila Loboguerrero ha sido ciertamente respetable. Se trata de un filme a la medida de sus intenciones, modestas pero bien definidas, esto es, hacer una película que conecte con el público de forma inteligente a través de la comedia, enmarcada en una cierta idiosincrasia de los colombianos y sin hacer las concesiones que hace, por ejemplo, el cine de Dago García.

 

Lo primero que llama la atención de este filme es que arremete contra algunas de las más sacras instituciones sociales y colombianas, a saber, la navidad, la familia, el matrimonio, la condición de clase y, más importante aún, la “platica” que bien o mal habidamente cada quien se ha ganado. El punto de partida para hacerlo es un guión armado con solidez y sin pretensiones, escrito por la misma directora junto con su hijo y protagonista, Matías Maldonado. Este guión consigue armonizar a un coro destemplado de personajes, quienes alcanzan la justa medida entre la necesaria caricatura que exige la comedia y un trasfondo de verdad e ironía que enmarca aquel sainete. Es decir, se trata de otro intento por describir, o más bien, enrostrarnos, cómo somos los colombianos.

 

Y específicamente de los colombianos que habla el filme son los que pertenecen a la alta sociedad, aunque sean de distinta estirpe: por un lado, está la vieja aristocracia, por el otro, los que han trepado por vía de la corrupción política, y finalmente, los extranjeros, que siempre han sido dueños de medio país, como efectivamente queda confirmado al final de esta historia. Pero independientemente del origen de su fortuna, la película evidencia que todos ellos tienen los mismos vicios e intereses, todos han contribuido a “taquear” el retrete de este país con sus inmundicias y sus corruptelas, las cuales no se limitan al plano económico.

 

Es por eso que la bella hacienda, que seguro vio tiempos mejores pero que ahora es tal vez el último baluarte de esta familia en decadencia, funciona eficazmente como una alegoría al país y a sus habitantes. Y en ella se dan cita, en el día de la nochebuena, algunos de los especímenes de la diversa fauna que compone al pueblo colombiano, desde el más servil y ladino trabajador, hasta el Gobernador con todo su dinero, su poder y su mal gusto.

 

El colombian dream

El asunto de fondo que mueve la historia y a sus personajes es el de siempre, el “colombian dream” del que nos hablaba Felipe Aljure, esto es, el dinero fácil, por supuesto. En este caso no por vía de la delincuencia ordinaria, sino que todo está “oficializado” en un robo con fino membrete. Cada quien sucumbe a su ambición de ganar mucho por poco, resultando víctimas de un mal negocio y de confiar en un truhán que se ocultó en el prestigio de la clase a la que pertenecía.

El asunto de fondo que mueve la historia y a sus personajes es el de siempre, el “colombian dream” del que nos hablaba Felipe Aljure, esto es, el dinero fácil, por supuesto.

Es sorprendente la forma en que la historia que cuenta esta cinta coincide con el reciente escándalo de las “pirámides” que conmocionó y sorprendió a todo el país. Aunque, si se piensa bien, en realidad no es ninguna coincidencia. Tanto los personajes de la película, que invirtieron en la bolsa extranjera, como los cientos de miles de colombianos estafados por el sistema de ahorro de las pirámides, estaban en busca de lo mismo: dinero abundante y sin esfuerzo, el tema preferido del cine colombiano reciente y la fuente de muchos de los males que aquejan al país.

 

Por otra parte, esta cinta de Camila Loboguerrero resulta muy lograda también en su aspecto visual. Sin llegar al virtuosismo, se puede ver en ella un sentido cinematográfico que resulta atractivo estéticamente y eficaz narrativamente. El planteamiento visual aprovecha la locación y sus espacios, así como el coro de personajes y situaciones, para crear un relato en general agradable y por momentos estimulante. Los tics y el sintetismo televisivo de muchas de las películas decembrinas no hacen parte del lenguaje de esta cinta, lo cual ya es ganancia para un cine nacional que ha arrastrado el lastre de la mala televisión y la –por lo general– buena literatura.

 

Tal vez sólo hay algo que molesta de esta película (y que, paradójicamente, no es problema de ella por sí misma), y es la imposibilidad del espectador de identificarse con algún personaje, especialmente con el protagonista, con el truhán de cuello blanco. Y cuando digo identificarse me refiero más a buscar simpatías que parecidos, porque parecidos hay muchos y, justamente, ésa es una de las virtudes de fondo de este filme.

 

Pero es que se trata de un asunto inherente a su planteamiento, es decir, la razón de ser del filme es dar cuenta de esa ambición y corrupción de los colombianos. Sin embargo, aunque pueda resultar divertido verlo en la pantalla, en realidad nadie quisiera verse reflejado en ellos. Y, precisamente, ése es uno de los problemas capitales de la relación del cine colombiano con sus espectadores. Por eso muchos colombianos no van a ver el cine criollo y prefieren mirar para otro lado, el cine de Hollywood, por ejemplo, porque pueden ver acción, corrupción y violencia, pero sin que esto les cree mala conciencia.

 

Publicado el 5 de diciembre de 2008 en el periódico El Mundo de Medellín.