Liz Evelyn Echavarría Hoyos
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Después del estreno de La tierra y la sombra (2015) vuelve a sorprender la dirección de César Acevedo. En su ópera prima, hizo un retrato crudo sobre las precarias condiciones de los cañeros del Valle del Cauca, presentó los conflictos de una familia en el campo colombiano con los retos de salubridad y acceso a servicios médicos que tienen. Acompañó esta historia con un escenario gris, lleno de ceniza y silencios. Horizonte, el segundo largometraje de Acevedo, también tiene un escenario gris y silencioso. Es una mirada sobre los escombros que quedan de la violencia, con todo lo que esa palabra implica en Colombia: reclutamiento forzado, desplazamiento, expropiación de tierras, desaparición, tortura y asesinato. Al mismo tiempo es la búsqueda de la redención desde una realidad paralela, desde un misterioso espacio amplio, oscuro, lleno de niebla y zozobra, la vida después de la muerte. Ambas películas cuentan con una fotografía impecable a cargo de Mateo Guzmán.
Es necesario mencionar elementos como el uso de las sombras y la luz, porque son muy destacables en la película. Por ejemplo, la imagen gris y los espacios boscosos que dan textura a cada fotograma, son elementos que aportan algo de realismo mágico a la historia. Con esta película el director marca un estilo a partir de la sobriedad y la sutileza en la fotografía en contraste con un guion rudo y directo.
El filme inicia con Basilio, un personaje no muy bien interpretado por Claudio Cataño, que parecía incómodo en elegir un acento y una personalidad para su papel. Basilio busca a Inés, su mamá, quien inicialmente no reconoce en esa voz a su hijo, porque llevan años separados. El personaje de Inés es interpretado por la chilena Paulina García, quien también carece de credibilidad en varios momentos de la película. No obstante, la película se sostiene desde las formas artísticas y poéticas para presentar el relato.
Desde que a Basilio lo reclutaron de manera forzada los paramilitares de la región, es un hombre que ha errado y ahora es errante. Madre e hijo inician un viaje en busca de la casa del padre de Basilio y, a partir de allí, comienza un recorrido por la historia social y política del país. ¿Ya se ha visto esta temática en el cine colombiano? Sí, muchas veces, pero si las historias frías y violentas se repiten en la vida real, entonces es valioso y necesario que las películas se conviertan en espejos reiterativos que permitan mantener viva la memoria.
Para contextualizar la historia, el director opta acertadamente por la cámara subjetiva. Así, los/as espectadores/as están obligados/as a ver, escuchar y sentirse testigos/as de las escenas que la voz en off va narrando y que otrora describía con mucha precisión el sociólogo y periodista Alfredo Molano en su libro Los años del tropel. Todo lo que retrata con tanto decoro y cuidado estético Acevedo en este filme envía mensajes poderosos, sin necesidad de usar palabras. Está en las calles vacías, en las casas en ruinas y, fundamentalmente, en las imágenes fantasmales que se yuxtaponen en ese retrato del horror que persigue a Basilio, autor de los crímenes, y a Inés, quien se encarga de guiar a su hijo en el camino a la redención para que el alma vuelva al cuerpo. Es un viacrucis que plantea una reflexión que se hace repetitiva y necesaria mientras la realidad siga siendo así: los hombres hacen la guerra y las mujeres la sufren, sean madres o no.
Todo lo que retrata con tanto decoro y cuidado estético Acevedo en este filme envía mensajes poderosos, sin necesidad de usar palabras. Está en las calles vacías, en las casas en ruinas y, fundamentalmente, en las imágenes fantasmales que se yuxtaponen en ese retrato del horror …
A través de cada encuentro y desencuentro que tienen madre e hijo, Basilio va encontrando maneras de sanar y de acercarse a su pasado desde una perspectiva más catártica si se quiere, desde una mirada compasiva y conciliadora. Sin embargo, ese pasado perturba de manera aterradora, al punto de que en el otro mundo –llámese plano metafísico o realidad paralela– después de elegir matar a los vivos, extrañamente se elige volver a matar, matar a un muerto. Esto también es destacable, porque es nuevo y diferente en una película colombiana. Es como si el director decidiera amalgamar las mejores piezas de las mejores películas colombianas de los últimos años y realizar Horizonte.
En esta historia, sea casual o no, hay varios guiños a Una madre, de Diógenes Cuevas (2022), una película de carretera donde madre e hijo emprenden un viaje atravesando montañas, valles, dilemas sociales y emocionales. En ambos largometrajes el/la espectador(a) acompaña el camino y está invitado(a) u obligado(a) a exigirse y entregarse un poco a la paciencia y a la contemplación. Horizonte exige, además de lo anterior, incomodarse, dejarse caer, recordar episodios catastróficos que tal vez muchos(as) no vivieron directamente, pero que están bajo el suelo que pisamos y habitan los ríos que corren a lo largo de Colombia. Asimismo, hay escenarios que contrastan el silencio doloroso con la belleza de los paisajes. Al final de la película, como si se tratara de Dorothy Gale recorriendo el camino amarillo en Mago de Oz, Basilio se va por un campo de trigo hasta que la cámara lo pierde de vista, un cierre muy inteligente.
Hay una reflexión final que no conmueve, pero que plantea un punto reiterativo y no por ello equivocado: la unión es la respuesta hacia el camino de historias diferentes y mejores construcciones sociales. Tal vez el horizonte sea una búsqueda, un camino solitario y silencioso que cada vez que nos acercamos a él, se aleja.
