Gonzalo Restrepo Sánchez
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André Bazin afirmó que el problema del realismo en el arte surge de la confusión entre lo psicológico y lo estético, entre el realismo verdadero, que implica la necesidad de manifestar simultáneamente el significado concreto y esencial del mundo. Un pensamiento que consideramos acertadísimo, y todo para introducir este trabajo documental de David Herrera en la dirección e investigación en el plano etnográfico, para que, a través de sueños, una abuela, ya fallecida, y una bella mujer wayúu, llamada Virginia, nos desafíen a aquel misterio de conocer qué es lo que quiere decirle su adorada anciana. Virginia desea ser una líder de su comunidad y protegerla. Pero, ¿a costa de qué? Antes de una posible respuesta, tendremos que ir en la búsqueda –al igual que Virginia– de “Jeripa” (ese lugar para una segunda vida de los muertos wayúu).
De todas formas, esos primeros planos de un sosegado rostro de una mujer wayúu nos llevan a sus inquietudes personales –sobre todo aquellas que van más lejos de lo tangible y lo terrenal–. Y no es que necesitemos ir al “más allá”. Desde este punto de vista, el director con cámara en mano y de un rostro a otro o de un leve aspaviento a otro. Nos revela toda una serie de “desasosiegos serenos” de la joven Virginia. ¿Según los sueños con su abuela, para buscar el camino correcto? “El mundo está siempre ahí como realidad; a lo sumo, es aquí o ahí distinto de lo que presumía yo […]” (Husserl, 1949, p. 17).
Los sueños, presagios y la muerte que para los wayúu “viene dos veces”, según escuchamos en la cinta, y ante la ausencia de un soporte semántico de lo sobrenatural, podemos plantearnos a manera de interés semiótico la siguiente panorámica: “[…] Si algo caracteriza a esas imágenes de lo sobrenatural en el discurso, en la ‘conformación’, del narrador [en este caso Virginia], es que [al igual que el ‘realismo mágico’] nunca llegan a ser diáfanas y guardan su misteriosa profundidad” (Moreno, 1979, p. 30). Una reflexión provocadora fundamentada en lo sobrenatural y que nos permite aceptar que “el signo no tiene la capacidad de atravesar lado alguno de lo sensible”.
Con base en la puesta en escena de un tiempo, espacio heterotópico (espacios que tienen relación con otros lugares) y todo eso que se supone en la relación hombre-mujer y su futuro. En este orden de ideas, es indudable que el filme es en sí mismo una recomposición sin ninguna trivialidad sobre la “realidad” (Husserl) que presenta obviedades aborígenes, brindándonos certezas y que, en los pocos momentos en que las imágenes consiguen entrever una zona de irresolución a partir de una indagación dentro de sí misma en Virginia, podríamos desentrañar los códigos y los sentimientos de ese mundo en el que viven sus protagonistas, que a lo mejor se “apartan de sí mismos” para poder agarrarse a la libertad –según las propias imágenes del final del metraje– inmutable.
A modo de conclusión, David Herrera puede tener auténtica profundidad y trascendencia, al no limitarse a la descripción, sino lanzarse de lleno a través de los diálogos escuchados por las mujeres aborígenes, sin el interrogante de las causas que provocarán ese sueño en Virginia. Por otro lado, parece que el cineasta solo está alerta a construir a partir de evidencias, devolver más certezas en el devenir de los actos de Virginia; y no precisamente porque, al final de la película, cuando esa danza de libertad en una parcela determinada de la realidad haya de concluir. Son imágenes que ofrecen y evocan con total seguridad un nuevo lugar desde el que mirar o una nueva forma de proceder en la personalidad y arrojo de Virginia.
¿Y qué decir acerca de los sueños de Virginia? (La otra base del discurso cinematográfico que estamos analizando en Ouutsü, mujer soñadora). Pues que en las culturas aborígenes nuestras y en la cultura wayúu, los sueños son vistos como un suceso auténtico y no físico, en el que se comienza a participar de una manera disímil en existencia y percepción. Los sueños, entonces, son considerados como una fuente de conocimiento respaldado por una cultura y se utilizan para proferir presagios positivos o advertencias acerca de situaciones que están por venir y sin ser sacudida por los “alijuna” (todos los que no son wayúu).
Son imágenes que ofrecen y evocan con total seguridad un nuevo lugar desde el que mirar o una nueva forma de proceder en la personalidad y arrojo de Virginia.
Ouutsü, mujer soñadora consiente reproducir las formas de la realidad de un territorio guajiro y cultura, y con hacer una traducción costumbrista de un movimiento reiterado en el tiempo de Virginia, que únicamente es inteligente para enunciar desigualdades en la idiosincrasia (por muchos conocida) y por todos desconocida. Cuando el director coloca la cámara al lado o detrás de un grupo de mujeres, es suficiente para expresar también que viven en una precaria situación económica o la de su familia, para no señalar prácticamente nada que no se sepa de antemano.
Y es que una cultura como la de los wayúu, nunca obstaculiza el juicio y/o perspicacia de ciertas “versiones inapelables”, como parecen ser en este caso de Virginia y otras mujeres muy cercanas a ella, que a veces piensa y habla al sujeto en forma de principio de turbación, agüeros y de tropiezos cada vez que se afrenta el cuerpo, el alma, y que conjetura en la misma medida el azar, el caos (aunque del caos nació el destino) y lo factible en cuestiones imprevistas. Entendamos aquellos augurios, accidentes y espacios paranormales.
Referencias
Husserl, E. (1949). Ideas relativas a una fenomenología pura y una filosofía fenomenológica. Fondo de cultura Económica.
Moreno, J. (1979). Aproximación a la semanticidad de lo sobrenatural en la fábula garciamarquina. En C. Vázquez Z. (Ed.), Cali. Poligramas pp.59-70. Escuela de Estudios Literarios Universidad del valle.
LINK DE VISUALIZACIÓN:
https://rtvcplay.co/series-documentales/hijas-de-la-luna/ouutsu-mujer-sonadora
