Santiago Nicolás Giraldo Enríquez
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Así es la vida, abuelita.
A la final solo quedamos los dos, usted y yo.
Primero fue mi mamá, ahora parece que es mi tío.
Pero no se puede así, ¿verdad? […]
Tarde o temprano las cosas vuelven a uno, y hay que enfrentarlas.
Ratas, ratones, rateros (1999), de Sebastián Cordero
Es bien conocido que una gran parte del cine suramericano ha estado históricamente alineado con las realidades sociales de la región y con los conflictos internos de cada uno de sus países. Los problemas que atañen a nuestro continentico son ensordecedores y casi imposibles de eludir. Aun en el cine así llamado “comercial”, aun en el cine político, aun en el cine de género, o en cualquier otro, la sordidez es un humo transparente que se pega a nuestras películas. Desde finales de la década de 1980, además, se han hecho cada vez más cintas situadas dentro de un tipo de violencia urbana con ciertos esquemas (que se corresponden con la cotidianidad de este, nuestro territorio “en vías de desarrollo”) y patrones comunes, que bien se podrían agrupar, como parte de la crítica y la teoría ha hecho, en los conceptos(tan amplios) de “realismo sucio” o “cine de la marginalidad”.
Como es natural, la “suciedad” o la “marginalidad” nunca son iguales en dos lugares distintos (aunque sea a escala tan pequeña como un barrio). Si en la literatura de este tipo, por ejemplo, nos enteramos de condiciones de supervivencia, de su malestar intrínseco y de reflexiones al filo del colapso, aquí nos inmiscuimos con ellas, nos zambullimos en sus grietas. La herrumbre de las imágenes y los chillidos del sonido tienen la rabia imparable de una puñalada y el destello ansioso de un disparo. En Tres lunas nuevas (2025), el protagonista es el lumpen bogotano. También lo son las inagotables deudas. Y las familias rotas. El consumo de drogas duras –no solo por lo adictivas que pueden resultar, sino también por el peso que conlleva consumirlas y entrar en el entorno social que las circunda–.Ser amigo del miedo y amante de la muerte. Reflejarse en charcos de aceite y sangre. Crecer entre las sombras. Huir hacia donde sea.
Son tres historias independientes que van cada vez más hondo. Su hilo conductor es más estilístico que narrativo, no solo porque los espacios y cómo están filmados se asemejan, sino, y más importante todavía, porque en las tres subyacen unos mismos valores acerca de las luchas diarias, las formas de vivir la ciudad que sufren estos personajes y su caída hacia la incertidumbre. El profundo pesimismo y la crudeza plantean situaciones agudas quela narrativa extiende superficialmente en algunos casos, resuelve con fluidez en otros, y llega a impostar en ciertos más. Reunidos, sin embargo, dan una consistencia general que hace de la entrada a esos callejones un golpe certero. Una experiencia que se siente como caer sobre alambres de púas grafiteados en laberintos de hormigón y hollín. Como quedar atrapado en las llantas del sinsentido.
Son tres historias independientes que van cada vez más hondo. Su hilo conductor es más estilístico que narrativo …
Su visceralidad es efectiva porque los espacios, los diálogos, los rostros, las texturas y los detalles de lo que se lleva a la pantalla, se sienten amargamente reales. Porque dan cuenta de una perspectiva del sur, en la que se filtra ese espíritu en común de las películas que enfatizan el acento, la arquitectura y los gestos de la violencia perpetuada en nuestro sub-sub-continente. Un espíritu directo que ahonda en la realidad que construimos a tropezones. Hecha por hijos, nietos, sobrinos, primos y hermanos del horror que nos persigue, acechante.
Nos lanza el humo en la cara y esa es la fuerza de que exista. No es pasiva en su enunciación ni en su atmósfera, que es lo que más se esmera en moldear y lo que más resalta en su discurso. Nos mira a los ojos como miembros de una sociedad que se escandaliza por su propio odio. Que se pretende distinta. Que se nombra entre eufemismos. Con un corazón raspado y maltrecho. Con pupilas humeantes y dientes de cobre. Pegada con sacoly babas. Jornalera de parcelas de bazuco. Drenada por las alcantarillas de su indiferencia. Camandulera y cuchillera. Sentadita encima de las agujas que amanecen frente a los colegios y los puteaderos.
El escupitajo que somos.
