Cuadernos de Cine Colombiano No. 32

Diversidades, disidencias y pluralidades

Verónica Salazar

Colombia es, indiscutiblemente, un país diverso. En consecuencia, se esperaría que su capital cultural y lo que aquí nos congrega –el cine– lo fueran también. Sin embargo, no siempre hemos tenido representaciones de todos los grupos que habitan el país, y mucho menos en el campo audiovisual. Como lo señala Marta Cabrera en la edición 32 de Cuadernos de cine colombiano, el cine naacional comenzó desde un punto muy masculino, blanco-mestizo y heteronormado, que luego fue transformándose gracias a las representaciones y al reconocimiento de la identidad.

Cabrera realiza un recorrido cronológico e identitario del audiovisual en Colombia que nos permite tener una imagen amplia para luego adentrarnos en ejemplos muy puntuales del sector, como lo son el campesino, el indígena, lo queer y los movimientos feministas, todos estos encargados de dejar ver la diversidad que habita el país a través de las autorrepresentaciones.

En el artículo Locas de pueblo, por Guillermo Correa, entendemos la base teórica que dio pie a la trilogía documental homónima. Fue resultado de la investigación Locas de pueblo: historias de vida y resistencia en el departamento de Antioquia. Con claridad se explica cómo fue el acercamiento a las historias de la comunidad LGBTI+ en zonas profundamente binarias y machistas, como lo son los pueblos antioqueños. Se hace una exploración teórica de las identidades que Locas de pueblo representa; las locas, las maricas, las trans, todas son categorías diferentes que se construyen desde aspiraciones sociales muy propias, y todas atravesadas por el conflicto armado colombiano, lo que de cierta forma les da cohesión.

En una edición dedicada a la diversidad también está Marlon Brando en Cartagena. ¿Cómo? En una película italiana neorrealista con visión racista y clasista pero aceptada en su época. Quemada, de Gillo Pontecorvo, es la película que trajo al laureado actor a filmar a Colombia. Pero en el artículo ¿Dónde ponemos a Evaristo? se habla de otro tema más importante. Narra, en forma de crónica, cómo Pontecorvo se enamoró de Evaristo Márquez, un local cartagenero que contrató para ser su protagonista como actor natural. Además de esto, para el filme se contrataron 737 extras palenqueros que recibieron un trato diferente al que se les dio a los extras de la sociedad blanca cartagenera. Con el ejemplo de la exotización de Evaristo como actor natural y Cartagena como locación principal de la película y otras intenciones mencionadas en el artículo, se explica cómo hoy Cartagena ha llegado a ser el destino turístico ideal para las personas de mirada colonial, incluso, en parte a esto se debe que el Festival de Cine Colombiano tenga lugar en esta ciudad. A pesar de que Quemada fue realizada sin la intención de exotizar, se puede considerar que su rodaje fue extractivista, clasista y con un resultado que muestra la estructura sociorracial de Cartagena que hoy, más de cincuenta años después, sigue vigente.

No es posible hablar de diversidad sin mencionar la representación femenina en el sector audiovisual. Si bien antes se veía poca, hoy vemos que, no sólo hay más mujeres haciendo cine sino que hay una intención de ver el cine femenino desde otros puntos de vista, como el académico, el crítico y en otros departamentos que no sean sólo la dirección. Hay mujeres haciendo, viendo y hablando sobre cine. En esta edición de Cuadernos de cine colombiano conocemos la historia de la colectiva Octopi, que nace de la necesidad de reflexionar acerca de un reportaje que salió acusando a un reconocido director de cine de abuso sexual. Mencionando la participación de otras iniciativas como Mujeres al Borde, REC Sisters y el Ciclo Rosa, la colectiva se compone de seis mujeres que han llevado, principalmente de la cotidianidad y la academia, la discusión alrededor de los acontecimientos como el mencionado pero también han hecho veeduría a los espacios audiovisuales del país, velando por que haya representación femenina.

En esta edición de Cuadernos de cine colombiano conocemos la historia de la colectiva Octopi, que nace de la necesidad de reflexionar acerca de un reportaje que salió acusando a un reconocido director de cine de abuso sexual.

Otro actor fundamental en la diversidad colombiana es el campesinado. Y este se ha visibilizado, cada vez más, a partir de evetos políticos como el Paro Agrario de 2013, cuando se comenzaron a hacer piezas idílicas que no sólo abordaban el ambientalismo sino que le daban identidad al territorio y superaban esa visión blanca que predominó en los siglos XIX y XX. Dentro de las comunidades encontramos a la mujer campesina, que tuvo que enfrentarse a la discriminación por ser mujer, por ser pobre y por ser analfabeta. Entre realizaciones sobre los territorios encontramos poco a poco unas que dejan ver ideas en busca de la escucha, que estudian y exploran la identidad; todo esto, haciendo contraparte a las imágenes de poder desde las cuales se narró el campo a través de un lente homogéneo, racializado y patriarcal.

Así mismo hemos visualizado a las comunidades indígenas colombianas, que no solamente han sido tratadas como objeto de uso y paisaje para muchas piezas audiovisuales, sino que su participación ha sido en el marco del concepto de derechos de autor, uno con el que no coinciden las realizaciones, pues los pueblos indígenas argumentan que todo viene de la naturaleza y vuelve a ella. Todo es colectivo. Hoy hay una nueva generación de comunicadores y comunicadoras indígenas por todo el país que están cambiando el lente con el cual se crean producciones cinematográficas. La mayor diferencia es que ya no estamos frente a acercamientos antropológicos que parten del ojo blanco, sino que vemos nuevas formas de cine y nuevos protagonistas; ahora los indígenas no son objetos de estudio sino sujetos que nos sugieren formas de ver, como por ejemplo, una toma del río con una voz en off correspondiente al río mismo, pues la perspectiva nueva nos sugiere que el río tiene vida, el aire tiene vida, el sol, la tierra y todo lo que nos rodea tiene su espíritu. Aquí nos encontramos con autorrepresentaciones que rompen con lo establecido y se parecen más a un cine etnográfico hecho por los sujetos que miran –se miran–.

Por último, Cuadernos de cine colombiano cierra con cuatro entrevistas que nos permiten conocer iniciativas como el ciclo de Cine Rosa, Mujeres al Borde, El Wi Da Monikongo y el proceso de archivo de cine indígena. Sus representantes: Carmen Millán de Benavides, Ana Lucía Ramírez, Clau Corredor, Liliana Angulo, Pablo Mora y Óscar Guarín. Es una oportunidad para adentrarse en cómo Carmen Millán de Benavides pasó de discutir la “mujerología” a liderar y construir un ciclo de cine nacional que además llegó en un momento coyuntural, dotándolo de una carga simbólica fundamental en el contexto de Colombia y su diversidad. Por su parte, Mujeres al Borde tiene escuela audiovisual y festival internacional de cine, que nacieron como respuesta a la necesidad de existir de otras formas posibles y desde lo comunitario, cuando tener acceso a una cámara audiovisual era un privilegio. Desde allí hubo una construcción de memoria colectiva que hoy persiste. Por su parte, el Consejo Audiovisual Afrodescendiente de Colombia, Wi Da Monikongo, reúne todo tipo de participantes audiovisuales afro que buscan fomentar la creación, discusión y el consumo de contenido afro, es decir,  las comunidades negras, afrocolombianas, palenqueras y raizales. El Wi Da, además, lidera el Festival Internacional de Cine Comunitario Afro Kunta Kinte. Finalmente, hay una reflexión alrededor del ejercicio de archivo que hacen Pablo Mora y Óscar Guarín con las obras Niwi Umukin ante el tiempo (Pablo Mora) y La Amazonía (des)cinematografiada 1910-1950 (Óscar Guarín), piezas muy diferentes entre sí pero que comparten su base en imágenes de archivo documental en territorio indígena colombiano. De nuevo, realizaciones que buscan convertir al objeto ne sujeto.

 

Cuadernos de Cine Colombiano No. 32. Diversidades, disidencias y pluralidades. Cinemateca de Bogota – IDARTES. Bogotá, 2022.