Quiero que me mantengan, de Harold Trompetero

Gonzalo Restrepo Sánchez

 

La reciente película de Trompetero “Quiero que me mantengan”, además de ser un filme fallido, resulta desafortunado este crédito en la filmografía del realizador colombiano. No es simplemente cuestionar que pudo haber pasado. A mi entender, después de Riverside (2009) Trompetero creería ha decidido dar un giro en contra de su manera de ver ciertas historias que emanan de su imaginación.

 

Toda la puesta en escena está acoplada en torno al propósito de no hacer nada uno personajes, y un tanto neutra por parte de Trompetero de imprimir un ritmo plácido a las imágenes, sin complicar en ningún instante el asunto emocional y, además, manteniendo un lenguaje visual que no carga de emoción cada fotograma. Uno de los problemas más grandes es que las escenas de Mónica –ni víctima ni culpable– no presenta recursos dramáticos y sin detenerse un solo momento en erigir algunos “cimientos” concretos sobre los que elevar el cuerpo del relato.

 

Quiero que me mantengan (2024) parece burlarse del espectador frente a una serie de situaciones propias de unos personajes fracasados (me refiero a los protagonistas Mónica y José). Por otro lado, no cabe duda de que el realizador sabe cómo vender sus productos y crear vehementes discusiones con base en polémicas y mucha provocación por encaminarse a lo simplón. Porque El paseo 7 (2023) si bien no se escapa de lo malogrado también, al menos posee rasgos de comicidad e identidad a las costumbres populares.

 

En Quiero que me mantengan a los pocos minutos uno sabe que no elevará concluyentemente el vuelo, ni siquiera ofrece una mirada complaciente de una parte de la sociedad bogotana menos favorecida; revelando eso sí, una anormal amistad entre unos compañeros que nadan en la pobreza más económica, que carecen de valores y de la más minúscula empatía hacia quienes les rodean. Mónica y José todo lo hacen sin gestos ni riñas, como si sus circunspecciones les avalaran a una inmunidad siempre pendiente de un hilo al decidir ambos dejar sus oficios. Tal vez, en algún instante de debilidad, surgiría entre ellos el recuerdo de una época reciente que fue feliz mientras subsistió, pero ni eso.

 

Si el deseo agudiza el ingenio, inclusive el del más zángano, los personajes sin completar una frase inventada y cuya irresolución alientan el conformismo, la cinta de Trompetero ni siquiera muestra simples prototipos con toda una serie de mundos propios de los que solo perciben un fragmento. Federico Fellini, por ejemplo, logró cotas de exquisitez en la comedia de sabor agridulce. El objetivo del zángano –por aquello de que José quiere ser mantenido–, es regocijarse de un pequeño hueco donde arar aquello que para él es fundamental, aunque para los demás resulta una ineptitud total, con todo que él posea su encanto y garbo. En consecuencia, todas estas valoraciones penden de una mirada a veces ajena al contexto de donde salen los interlocutores.

El objetivo del zángano –por aquello de que José quiere ser mantenido–, es regocijarse de un pequeño hueco donde arar aquello que para él es fundamental, aunque para los demás resulta una ineptitud total, con todo que él posea su encanto y garbo.

Así que al igual que con varios de los otros guiones de Trompetero, éste diseña el rumbo de un par de seres solitarios, sin que naveguen en “un mar de tiburones” listos para comérselos vivos. Dentro de la pantalla, Jackes Toukhmanian es marcadamente terminante en apariencia y modales. Muy discreta por otro lado, la actriz Judith Segura que no está a la altura de la parte difícil de una mujer que lo deja todo (en la historia nada, a la larga), por su controvertible compañero (más inútil él que ella, pues al menos la chica sigue defendiéndose vendiendo empanadas en el barrio).

 

Pero hay algo que se desprende de este tipo de historias y que en alguna oportunidad el cine ha mostrado su interés como en Los inútiles, de Federico Fellini (1953). Es que los individuos improductivos, siempre que dan a conocer pericia en algún semblante poco práctico desde una postura social. Así mismo, a la hora de crear una imagen personal seductora, insinuante y hasta jovial (como el personaje José que nos ocupa), pues se salen con la suya.

 

De nuevo estamos ante una cinta con un tratamiento redundante que, bajo una apariencia superficial –con tono y contextos frívolos y vacíos en los que se mueven sus personajes–, por mucho que “anden” en la búsqueda de quien los mantenga; parecen a la postre no estar interesados en nada. Tampoco es que sea un tema nuevo en el cine. Un poco de investigación en títulos cinematográficos, el argumento remite por ejemplo a “Kept boy” [en español “Chico mantenido”] de George Bamber (2017); aunque en otra línea argumental, y en lo literario, obras como “El inútil de la familia” (2004) de Jorge Edwards.

 

Por tanto, aunque estamos ante una ficción a priori nada intimista, centrado en los dos aludidos personajes –con sus turbaciones y vicisitudes más internas que externas (desde la óptica del conflicto cinematográfico), el indiscutible protagonismo habita en un lugar sin rumbo. ¿Debe haber películas malas? Pues sí, respondió en alguna oportunidad el cineasta Sergio Leone, porque –según él– se aprende más de los malos filmes que de los buenos, pues permite identificar lo que no se debe hacer.

 

Dicho de otra manera, una historia de esta índole implica a estas alturas ser anodina, y que no se alimenta de elementos llamativos en la envoltura audiovisual, y más allá de la velocidad y heterodoxia de la planificación y el montaje. La forma de ser de unos personajes marcados a la larga como “buenos para nada” y por siempre. ¡Ah! No olvidar que la infinitud es una palabra sin sentido del humor.