Ana Rosa, de Catalina Villar

Alejandra Meneses Reyes

La lobotomía transorbital consiste en la introducción de un instrumento, a través de la cuenca del ojo (un orbitoclasto, similar a un picahielo), hasta llegar al cerebro y hacer un barrido de un lado a otro para “destruir” o “desconectar” ciertas vías nerviosas del lóbulo frontal. Distinta a la lobotomía prefrontal que implicaba la perforación del cráneo, la transorbital realizaba el mismo procedimiento, pero sin necesidad de extirpación.

 

El neurocirujano Egaz Moniz desarrolló la lobotomía cerebral en la década de 1930 y ganó el Premio Nobel de Fisiología y Medicina junto con Walter Rudolf Hess, en 1949. La realización de lobotomías se justificó desde entonces para tratar enfermedades de salud mental que reflejaban un tremendo dolor emocional en las y los pacientes. Depresión profunda, esquizofrenia, trastornos psiquiátricos, dolores de cabeza severos y otras “dificultades del comportamiento” que pudieran implicar un “notable daño al buen servicio” en sociedad, parecían tener algún tipo de mejoría luego de realizada esta “técnica”. Ambos neurocirujanos fueron reconocidos mundialmente por sus aportes a los tratamientos terapéuticos de la psicosis y la introducción de la psicocirugía.

 

El neurocirujano Walter Freeman (1895-1972) fue pionero de la lobotomía transorbital en Estados Unidos y trató a cientos de pacientes (incluida Rosemary Kennedy, hermana del presidente J.F. Kennedy). Con el tiempo defendería la lobotomía como la cura para muchos otros asuntos de salud mental –complejos o menores– que pudieran implicar alguna “amenaza”.

 

¿Amenaza para qué o para quién? ¿Cuáles eran los criterios del “buen servicio” a los que las personas debían corresponder para no correr el riesgo de “necesitar” una lobotomía?

 

Desocupando la casa de sus padres tras su muerte, Catalina Villar encuentra en el fondo de un cajón la tarjeta de identidad de su abuela paterna Ana Rosa Gaviria Paredes, cuyo rostro jamás había visto. Ana Rosa nació el 27 de abril de 1904 en Mariquita, Tolima, tocaba el piano y fue sometida a una lobotomía a finales de los años cincuenta, cuando tenía 53 años. Catalina no sabía mucho más. Tampoco entendía los detalles de la lobotomía y sus posibles consecuencias. Con asombro se dio cuenta de que no solo no sabía mucho de su abuela, sino que el hecho de que le hubieran realizado una lobotomía no había resonado en ella antes ni con tanta fuerza como ahora, a pesar de pertenecer a una familia interesada en la psiquiatría y de haber ella mismo estudiado medicina y psicopatología social.

Encontrar una tarjeta de identidad con la foto de Ana Rosa en el fondo del cajón, no solo era evidencia del olvido, del silencio –¿ del borramiento?– familiar, sino también la señal de una clara paradoja: ¿quién era Ana Rosa? ¿Quién era ella antes y después de la lobotomía? ¿Quién le hizo la lobotomía? ¿Por qué? …

Catalina Villar es también cineasta, documentalista. El cine documental, en sus palabras, es un sitio marginal, pero desde el cual se puede construir una visión propia y diferente del mundo. En el año 2018, Catalina y su esposo Yves de Peretti, filmaron Camino, un documental en el que exploraron los vínculos entre la psiquiatría y el poder recogiendo las palabras que utilizan los adultos para referirse a las niñas y niños que parecen no “ser como los demás” y cómo toman decisiones respecto a su tratamiento. Encontrar una tarjeta de identidad con la foto de Ana Rosa en el fondo del cajón, no solo era evidencia del olvido, del silencio –¿ del borramiento?– familiar, sino también la señal de una clara paradoja: ¿quién era Ana Rosa? ¿Quién era ella antes y después de la lobotomía? ¿Quién le hizo la lobotomía? ¿Por qué? Las preguntas la llevarían a realizar un documental íntimo y a la vez socialmente cuestionador.

 

Ana Rosa es una búsqueda que, respecto a ella misma, quizá no tenga muchas respuestas. Los familiares que siguen vivos hablan o saben poco de ella y no hay rastros fotográficos. Tan solo queda la reproducción de sonidos que la evocan: la interpretación en el piano de su sonata favorita de Beethoven, la No. 8, La patética. Seguir la ruta de quién le hizo la lobotomía y por qué conlleva revisar un contexto, unos actores, una sociedad enfrentándose a la falta de herramientas para convivir con las diferencias y el diseño y práctica de unos métodos de aislamiento y control.

 

Quizá no haya una verdad, solo esa revisión.

 

La revisión y una distancia irremediable con el cuerpo de Ana Rosa.

 

No podemos habitar la sensación, no podemos mirar desde adentro la “desconexión” del cuerpo lobotomizado. ¿Qué sentiría Ana Rosa cuando ya no pudo tocar el piano ni mantener una conversación larga con sus hijos?

 

Gracias a archivos audiovisuales históricos que el documental recoge, podemos observar a las mujeres en los pasillos del Asilo de Locas de Bogotá, en dónde el tío paterno de Catalina trabajó durante ocho años. Imaginamos luego a las mujeres “locas” divagando lejos de Bogotá, en el hospital o asilo a donde fueron trasladadas. El doctor Mario Camacho Pinto importó de Estados Unidos la técnica de la lobotomía prefrontal y experimentó con ella en muchas de las mujeres del Asilo de Bogotá. Catalina visita esos espacios hoy abandonados y retomados por la naturaleza y nos permite imaginar el infierno vivido allí, a través de los testimonios de los mismos médicos o cuidadores.

 

Walter Freeman también registró audiovisualmente la “evolución” y el “éxito” suministrado por sus lobotomías. El antes, el durante y el después de su realización. Los archivos muestran a algunas mujeres en su nuevo estado irreversible, pero controlado. Observamos el paso de la “furia” a la aparente tranquilidad, de la mujer neurótica a una sonriente y dócil. ¿Se trataba de hallar la cura para el sufrimiento mental/emocional o de utilizar ese control corporal, ese encerramiento, para proteger al resto de la sociedad? La tarjeta de identidad de Ana Rosa no solo abrió preguntas respecto a su identidad y al tratamiento de enfermedades mentales, a su vez grita la furia de una contradicción social: la lucha entre quien se quiere ser –o quién se es, de plano– y lo que la sociedad espera que seamos.

 

La película dibuja un frágil perfil de la abuela de la cineasta. Ana Rosa es a fin de cuentas una mujer entre miles lobotomizadas. ¿Se trataba únicamente de mujeres? No. Pero no podemos negar el alto porcentaje de ellas sometidas a esta técnica en contraste con los hombres. No podemos negar que en muchas ocasiones eran los hombres de la propia familia quienes determinaban el futuro de la salud mental de las mujeres y que eran hombres los médicos que las practicaban. Ello revela una época y sus normas, su visión sobre las “damas”, su rol como cuidadoras, el “buen servicio” que debían prestar a la familia y la sociedad y la amenaza que podía representar su estado -transitorio o temporal- de locura.