Calostro, de Diego Felipe Cortés

Una animación de la vida

Daniel Tamayo Uribe

Tejido. Tejido fluctuante. Tejido de luz. Tejido que titila. Células de la película. Pixeles de animación. El espectador en la sala intenta ver figurativamente los hilos brillantes. No alcanza a identificar bien lo que ve. Pero es normal. Al usar una cámara-microscopio se puede dar con las formas de tamaño micro e igual no ver nada. Entonces una voz masculina y una voz femenina empiezan a susurrarle, primero por la izquierda y luego por el oído derecho, con dulzura y algo de sofisticación para que su atención no busque (al menos no solamente) la figuración en la pantalla. Esta situación podría ser una buena analogía de quien solo busca la vida en lo claro y concreto.

 

Podría ser semejante la búsqueda de la representación de la vida (una vida, muchas vidas) en las animaciones cinematográficas, televisivas, de streaming –No estoy seguro cuál es la diferencia entre ellas–. Este espectador creció entre animaciones, sobre todo de las dos primeras. Y algo de la vida encontró en estas, no porque ya estuviera, sino porque alimentaron la suya. Fueron como de los primeros “alimentos culturales” que recibió. Quizás como un calostro, leche primaria con propiedades especiales. Esta, a lo mejor, toma ciertos elementos de las vidas que le han precedido, la madre productora de leche y los seres vivos y no vivos que se han atravesado por su camino. Experiencias. Es como ese toque de registro documental que encuentra el espectador en este Calostro animado. Conversaciones y momentos capturados, quizás de improviso, en sonido; un evento entre la natalidad y la muerte cuya fuerza se imprime en el tejido lumínico. ¿Es Calostro entonces una animación de la vida? Al menos parece que para este espectador lo es.

 

Retazos. Retazos de archivo. Sonoros y visuales. Imaginativos. Retazos de información digital, emocional, zoológica, alimenticia. Retazos de vida. El espectador tiene que esforzarse mientras está sentado mirando la pantalla. La imagen no es clara, el sonido es gentil y sutil. Tampoco abunda la música. Tiene que luchar un poco porque esta película, que le hizo recordar su alimento primario animado, lo pone en una disposición poco usual como para quien suele ver películas y series de acción y romance en plataformas o en las salas de Cine Colombia. Se pregunta por los otros espectadores en la sala que ven Calostro. Pero, en la lucha, él es llevado de la mano (ojos y oídos de consumidor de cine) con una luz habana y delicados cuchicheos detrás de su cabeza. Va encontrando algunas direcciones en que se siente más ubicado. Sentido, rumbos, señales que dan orientación. Impulsos, ráfagas de vida. Le hace frente al cansancio y la alienación corporal. La vida es frágil como la de un bebé que acaba de nacer y está en el limbo entre la vida y la muerte. A este le cae bien un calostro con retazos de vida. Material del cine, archivos de la animación, literatura referenciada. Dar ánimos ante la siempre posible quietud, “inanimación” de las materias.

 

El espectador ve la titilación. Es un muy veloz prenderse y apagarse. Este cine y esta animación son un impulso que busca no detenerse. Así es todo nacimiento, de persona,  película, ¿de animal? El espectador escucha personas. Le cuesta la figuración pero poco a poco alcanza a identificar un cuerpo. Uno acostado entre el tampoco claro césped sepia. No es un ser humano, aunque este también es un animal. También es mamífero, también bebe calostro al nacer si puede estar con su madre. Es querido el bebé. Parece ser un ternero. Sus patas y su posición producen ternura. Una vislumbrada en el hilo cinematográfico. También son los sonidos, también son las voces. El ternero simplemente es querido. Está el ternero, su cuerpo ¿y su alma? Es parte de la animación, ánima (significa “soplo” en latín) ción (“acción y efecto”). Está la imagen del ternero y los afectos que hay por él. Fuerzas de amor, cariño, cuidado, preocupación, tristeza. Otra vez: película animada. Imagen a la que se le imprime una potencia, como un soplo que la hace moverse. Motivos, intenciones, impulsos, manos, técnicas, película, animación.

No es un ser humano, aunque este también es un animal. También es mamífero, también bebe calostro al nacer si puede estar con su madre. Es querido el bebé. Parece ser un ternero. Sus patas y su posición producen ternura. Una vislumbrada en el hilo cinematográfico.

El espectador ha pasado por la confusión, la caricia, le reflexión, la empatía. Pero entonces la película se acaba. Es parte de la naturaleza que la película se acabe. Se insiste con la amabilidad en medio de todo este cuerpo animal, sonoro, lumínico, documental, ficticio. Todo puede ser verdad y sigue siendo ficción. Hay calostro, hay ternero, hay conocimientos, hay afectos. ¿Pero quiénes están ahí? El director (cuya voz identifica el espectador) y la otra persona no solo le susurran a él. Se murmuran entre los dos. Uno o los dos sienten algo por el ternero. Pero también hay algo entre ellos. Una relación afectiva fuerte. ¿Ficticia? Como raro, probablemente ambas. Hay algo de romance, pero puede ser profunda amistad. Cómplices de la creación. Director y voz. Dentro y fuera de la película se mantienen y cambian afectos y relaciones. ¿Y con el ternero también? Probablemente. Y entonces de la vida también se hace una animación.

 

¿Ha sido muy confuso y críptico lo escrito hasta ahora? Espero que no demasiado. La película tampoco lo es tanto como aquí se puede llegar a insinuar. Pero depende. El espectador mira al resto de quienes están en la sala. Se imagina a estas personas confundidas o al menos extrañadas, que no es lo mismo. Seguramente está transfiriendo su experiencias en los demás. Intenta ver las caras, las cuales muchas veces no son tan expresivas. Habrá de todo. Confundidas, encantadas, aburridas, interesadas, conmovidas. Raro ver una película tan corta y sola en una función. De la sala de cine acaban de salir de una animación. Y qué pena con la insistencia en lo de “animar”. Es que a mí, más que al espectador del que he hablado, le inquieta esta particular forma. Una que, entre otras cosas, es de extrañamiento. Atributo que, pese a todo, creo que vale la pena. Valga reiterar que hay muchas maneras de animar.