Daniel Tamayo Uribe
Algunos temas por los que se inquietan algunos cines de hoy
La presente publicación, Canaguaro, revista de cine colombiano, como su nombre lo indica, se dedica a abordar críticamente este cine en general. Pero este enfoque no implica evitar hablar del cine y del mundo externos a Colombia. Es evidente que el país y su cine son como son por la influencia y las relaciones que sostienen con otros cines y otras naciones y pueblos. En este sentido, y a propósito de la película con la que aquí quiero dialogar, me gustaría mencionar dos películas también contemporáneas que se me vinieron a la imaginación mientras y luego de ver El vaquero (2024) de Emma Rozanski. Se trata de títulos conocidos: Perfect days, de Wim Wenders (2023) y Los colonos, de Felipe Gálvez (2023).
Estas películas vienen a cuento, primero, por un rasgo en común: involucran el encuentro entre diferentes culturas del mundo. Wenders es un alemán que filma en Japón y el protagonista japonés es un ferviente fan de la música en inglés; un mexicano, un escocés y un mestizo recorren el territorio que se supone le corresponde a la república de Chile, pero está habitado por personas que no comparten esa imposición. Segundo, por diferentes elementos, Perfect days pone a prueba una forma de vida en la actualidad; y Los colonos es una versión contemporánea del género cinematográfico del Western (que se fundó con la famosa película gringa The Great Train Robbery, de Edwin S. Porter, 1903). Ahora, todo esto tiene que ver con El vaquero, película colombo-británica, porque allí se representa una forma de vida que se relaciona con las películas del Western, pero se da en una mujer que se encuentra con una yegua cerca del Parque Natural de Chingaza en la zona montañosa del centro del país.
Sobre la crítica de El vaquero, de Emma Rozanski
Puede parecer un capricho haber citado las otras dos películas –y quizás lo es– pero quise hacerlo para sustentar con un par de ejemplos reconocidos que hay mismas inquietudes que se vienen tratando desde diferentes lugares: cómo vivir la fundación de un territorio y el encuentro intercultural. En este contexto me parece valioso preguntarme, críticamente, por la película de Emma. Valga decir que el sentido de “lo crítico” aquí no solo viene del oficio de crítica cinematográfica, sino que también se inspira en el significado que le dio el filósofo alemán del siglo XVIII, Immanuel Kant, a esa forma de pensar. Hacer crítica consiste en mirar las condiciones (en que es posible) o los límites de determinada cuestión, solo que aquí no lo pensaré filosóficamente sino más bien cotidianamente. No quisiera ponerme en el mal tono de ciertas filosofías y escrituras ladrilludas y académicas. Prefiero pasear por la obra de Emma y ver qué me surge sobre los temas que mencioné.
Sensaciones sencillas
Bernicia es la más morena de su blanca y femenina familia. Blanca campesina, blanca de pueblo colombiano. Vive con tía, hermana y sobrinas. Parece la más mechuda de todas y con rasgos indígenas en su cuerpo. Es tranquila, callada y amable. En muchos planos abiertos observa y se acerca a la naturaleza. Comienza por lanzarse a meter las narices en la musgosa pared, recoge frutas, se baña en agua fría, prende fogatas, come vegetales, riega pequeñas plantas. En planos más cerrados se mete debajo de su cama y mira, con ojos cerrados, las luces coloridas y navideñas que cuelgan abajo de su colchón. Parece una vida en paz y sin turbulencias.
Un día, durante su trabajo en la montaña, una yegua negra, cuyo dueño no se presenta, aparece y no se va. Es este animal el que le pone turbulencia a la serena vida de Bernicia, quien no puede evitar sentirse atraída por esta bella y misteriosa presencia. Es más callada, menos tranquila e igual de amable que Bernicia. Ambas parecen temerosas y valientes con la vida. En la película se desarrolla la relación entre las dos, más desde lo que la mujer siente y comprende de la yegua que desde lo que la equina llega a expresar.
En planos más cerrados se mete debajo de su cama y mira, con ojos cerrados, las luces coloridas y navideñas que cuelgan abajo de su colchón. Parece una vida en paz y sin turbulencias.
En un abandonado y pastoso escenario hecho para llevar a cabo corralejas (en las que nunca he estado pero me parecen una intensa festividad que involucra personas, toros y caballos y no son “corridas de toros”) Bernicia y su hermana recuerdan haber visto proyectada una película de vaqueros en dicho lugar. El espacio, como este género de cine, sigue siendo visitado pero ahora es usado para otra cosa. La inquietud por las películas se manifiesta en acción y fortuna, entonces filmes de Westerns en CD llegan a las manos de Bernicia. El blanco y negro es borroso pero se distingue a los vaqueros cabalgando y los tiros retumbando frente a las mujeres que los ven y escuchan.
Diferentes vaqueros
Yo no soy el más fan de películas de vaqueros y tampoco el que más sabe de vaqueros en general. En Colombia es usual tener el estereotipo más cercano a estos como hombres “machotes” agricultores y ganaderos con sombreros, botas y cinturón montados a caballo, cual vaquero del oeste de Norteamérica. A los colombianos me los imagino rudos, bien carnívoros, buscando ampliar sus tierras y, en muchos casos, metidos en el conflicto violento. Los gringos, parecidos, suelen ser los héroes cuyas fechorías por “la conquista del oeste” se justifican como el precio que se paga por un gran sacrificio. Ambos, con un espíritu católico, echan balan con suma facilidad.
Bernicia llega a vestirse de vaquero con sombrero y todo, cabalga sobre la yegua y podría decirse que emigra a un nuevo espacio que no es suyo. A ella las balas no le agradan. Se pregunta si en los Westerns no podrían los vaqueros simplemente dedicarse a cabalgar y contemplar el paisaje. Una amiga le dice que eso sería una película muy aburrida. Tan aburrida como la vida que ella quiere llevar.
Masculina y femenina
Me recuerda un poco al protagonista de Perfect days. A Bernicia también la veo con un espíritu más budista, quizás estoico. A diferencia del japonés, ella es vaquera y está lejos de los limpios baños que debe limpiar el señor. Se encuentra en un espacio más solo que donde vive este, pero está más acompañada. En vez de ser una férrea consumidora cultural, tiene de sobra con sus luces de colores, una armónica y música diegética. Ella no parece buscar un hombre, en cambio el limpiador de inodoros se resiste a las mujeres.
Hay muchas películas en las que el ambiente que habitan los hombres es uno lleno de brutalidad, sufrimiento, honor y deshonor. Echan bala a la lata o cosas semejantes. Usualmente matan o son asesinados, literal o metafóricamente. Hay grandes logros y abismales caídas. Alianzas y traiciones. Tesoros encontrados y heridas como marcas. Por el contrario, en El vaquero hay en su mayoría personajes femeninos. La atmósfera es más bien amable y tierna. Lo lúdico se mezcla con lo infantil y la nobleza con un sutil coraje. El honor se cambia por el cuidado. En vez de balas, ¿qué? Son pocos los hombres que aparecen o que tienen importancia aún sin hacerlo. Y allí resulta interesante que el dueño de esta yegua sea un hombre de más de cien años. Parece un viejo ancestro que, entre otras cosas, dejó este animal hembra cuya irrupción es el punto de inflexión de la trama. En vez de balas otras imágenes, las de los disparos de la cámara.
… en El vaquero hay en su mayoría personajes femeninos. La atmósfera es más bien amable y tierna. Lo lúdico se mezcla con lo infantil y la nobleza con un sutil coraje. El honor se cambia por el cuidado.
Una película diferente. La forma masculina interroga por la violencia. Aunque busca alternativas aún no encuentra. ¿Será que su cosmos es tan brutal que por eso termina en más violencia o en la resignación de la misma? Asume la muerte violenta o se queda en la cobardía. Parece una condena, pero los hombres siguen, todavía cosechan cosas que pueden ser legado. La forma femenina, a su vez comparte este mundo de los hombres pero no se organiza igual. Por su parte, alegra o entristece. Bernicia toma los frutos del entorno. En la forma femenina la brutalidad no es violenta y la condena es tan vieja que como que ya le están encontrando antídoto. Ellas también son conocedoras de venenos y remedios. Toca es en dosis apropiadas. Como el justo whisky que comparte Bernicia con su hermana y un viajero alemán. Disfruta sin guayabo con el extranjero que sí termina con la cabeza algo dolida. Y con esa misma mesura, de a poquitos, la mujer se va yendo de un lugar para otro.
La fundación de un viejo territorio
En Los Colonos volvemos más de cien años atrás en la historia de Chile. La travesía por los territorios va mostrando los diferentes precios que tuvo una particular colonización. La cámara registra la mirada del resentimiento que no olvida. Hablaba con un amigo, como buenos hombres que somos, del precio que tiene fundar una nación. Él decía que el precio es el olvido. Pero si no hay ese olvido, eso es que alguien no se ha decidido a pagar el precio. La fundación tambalea y con esta los cimientos de la nación en el territorio.
En la película de Emma, cien años o más podría tener la casa del dueño de la yegua. En conformidad, la yegua puede ser un emisario mítico. Una yegua olvidada entre los caballos divinos. Esta no tiene un costo monetario. Simplemente es acercarse a ella. Pero nadie lo hace, solo Bernicia. Lo que tiene precio es la casa y el territorio dejados por el señor centenario. Allí todo sigue igual, excepto que ya no está quien allí habitaba. Algo parecido podría decirse con los territorios de los nativos indígenas. O al menos es lo que se pretendió en que pudiera decirse. Y como en dichas tierras, los propietarios son otros. En la casa de la yegua es dueño un viejo campesino de sombrero. Este no le cobraba dinero al otro anciano por su edad. A Bernicia sí se lo pide. Llegan a un acuerdo sin destierros, sin guerras. Una nueva fundación. El viejo territorio es el mismo, pero la vida de la vaquera, en caso de consumarse, le da otro sentido. No va con el rótulo de “nación” sino de “hogar”.
Triángulo de generaciones
Aunque no lo parezca, la amable determinación de Bernicia puede ser una afrenta. Tan es así que su hermana le dice que tenga cuidado, porque en el pueblo podrían llegar a burlarse de su vestimenta vaqueresca. Igualmente su tía le pone reparos por las actitudes y decisiones “extrañas” que está adoptando y que atentan contra la estabilidad de la familia. No tiene interés en vivir como tradicionalmente se dice que deben o debían vivir las mujeres. Los fieles ortodoxos de los Westerns no incluyen esta entre sus adoradas películas.
A sus pequeñas sobrinas Bernicia les enseña a regar su vida diferente que ella quiere llevar. Hay que regar con suficiente agua pero no demasiada para no ahogarla. Sin interés en pareja o niños, entre “el mundo” y el verde que las rodea a ella y la yegua. No abandona a su familia pero deja la casa donde siempre ha estado por vivir donde se siente como nunca. No se agarra con el pueblo pero mantiene su pinta cuando cabalga por las calles y carreteras. Sigue creyendo en su virgencita pero la pone un poco vaquerita. En su Western entre las altas montañas andinas no hay estrella del sheriff, pero sí corbatín chillón que brilla.
Lo bello y lo difícil
Esta puede ser una película vaquera colombo-británica. Y por supuesto que el efecto de las palabras hasta ahora escritas no se acerca mucho a la agradable sensación de belleza que produce la película al retratar esa vida y sus potencias colectivas. Una vida cuyos conflictos son escasos y con mucha fortuna. Desafía con amabilidad y así les responde el destino. Y quizás es así para mostrar con optimismo la posibilidad de su consumación. Aunque tal vez resulta demasiado fácil… No obstante, la manera en que vive Bernicia es simple, no por ello fácil. No conozco a nadie que viva así. Podemos saber que poco de lo que vemos allí con Bernicia es gratuito, incluso si el mundo conspira a su favor, porque sin duda hay algo que resulta bello y genera placer verlo. Lo bello, por lo general, es difícil. Y llevar esa vida, tanto tentada a ser dejada, no es cualquier cosa. Bernicia no se sacrifica. A la mayoría nos cuesta no tener que pagar un precio.