Igualada, de Juan Mejía

La épica de un corazón descontento

Pedro Adrián Zuluaga

Sábado 21 de mayo. Ocho días antes de la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2022 en Colombia, Francia Márquez, fórmula vicepresidencial de Gustavo Petro, es hostigada con un láser durante un evento público de su campaña en el Parque de los Periodistas de Bogotá. El emotivo discurso de Márquez Mina tiene que ser interrumpido. Los escudos de protección policial se cierran hasta esconder el cuerpo de la candidata, mientras las voces exaltadas de los asistentes apagan su voz. Es el comienzo de Igualada, el documental de Juan Mejía que acompaña el trayecto que llevó a la líder caucana a la vicepresidencia de Colombia.

 

En la siguiente escena, una Francia Márquez mucho más joven aparece frontalmente ante la cámara. Está sentada en una banca; detrás vemos la que parece ser la casa en la que vive. Viste un jean azul claro y se cubre la parte superior del cuerpo con una hermosa manta de colores. También tiene la cabeza cubierta y usa muchas manillas en su muñeca. Vemos cómo las toca y reorganiza, en un gesto que ha conservado hasta hoy.  Francia Elena se presenta y explica, con palabras sucintas, quién es ella y cuál es el sentido de su lucha.

 

Dos facetas del personaje quedan expuestas desde el comienzo del documental. La mujer que habla frente a grupos grandes o pequeños, con palabras vehementes e inspiradoras. Y la otra, atravesada por dudas y decepciones. La que se pregunta cómo llevar esperanza a personas que no conocen otra realidad que la opresión y el despojo. La activista amenazada que debe tomar decisiones para protegerse y proteger a los suyos. Ese doble movimiento en la narrativa parece darle sentido a la frase que se volvió una insignia de la campaña de Francia Márquez, y que le dio nombre a su movimiento político: “soy porque somos”.

 

Juan Mejía tuvo un acceso privilegiado a la campaña de la precandidata que decidió unirse al Pacto Histórico y que, luego de un intento de recolección de firmas, recibió el aval del Polo Democrático Alternativo. Mejía la había conocido cuando realizaba un documental sobre desplazamiento forzado en el Cauca, años atrás, y en 2020 acordó con Francia Márquez registrar la campaña hacia la presidencia. La líder política –según dijo el director a la periodista Catalina Oquendo de El País– solo puso dos condiciones: “Que nada de lo que saliera en el documental pusiera en riesgo la vida de alguien del movimiento y que se mostrara el trabajo colectivo”.

 

En su in crescendo narrativo, Igualada muestra cómo Francia Márquez se convirtió en el fenómeno político de la última contienda electoral en Colombia, cuyo resultado fue histórico por partida doble: la elección de un exguerrillero y dirigente de izquierda como presidente, y de una mujer racializada y empobrecida como vicepresidenta. El documental captura la euforia y la enorme energía social que Francia Márquez liberó con su participación política, pero de igual modo enfrenta las consecuencias de esa mayor visibilidad: el racismo latente salió a flote con una violencia inusual.

 

“Sí, soy una igualada. Y qué”, le oímos decir a Francia en el discurso interrumpido del Parque de los Periodistas. Y a lo largo del documental vemos la forma en que, con digna rabia y altanería, contradice el lugar asignado a mujeres como ella en Colombia. La vemos cuestionar el machismo que cunde en la política colombiana, incluso en su ala más progresista, y abrirse paso para transformar los imaginarios sociales, revertir los insultos (como “igualada”) y hacer de su propio cuerpo un instrumento de comunicación política (por ejemplo, a través de la ropa y los accesorios).

“Sí, soy una igualada. Y qué”, le oímos decir a Francia en el discurso interrumpido del Parque de los Periodistas. Y a lo largo del documental vemos la forma en que, con digna rabia y altanería, contradice el lugar asignado a mujeres como ella en Colombia.

Desde sus escenas iniciales, Igualada logra combinar un ritmo que, a la vez que aumenta gradualmente de intensidad, se permite sus valles y lagunas, los tiempos muertos de una campaña política a todas luces exigente y que se volvió más demandante –y más hostil–cuando las encuestas fueron confirmando el favoritismo de Petro y Francia. Igualada usa las canciones de La Muchacha (cantautora que se hizo notoria en medio del estallido social de los últimos años) y distintos recursos de edición a la manera de los documentales de alto impacto, donde con frecuencia el tema domina sobre la exploración del lenguaje cinematográfico.

 

El reto para estos documentales es no caer en la propaganda, ni irse por la vertiente de la manipulación emocional. En el caso de Igualada, es la propia Francia Márquez, es la enorme dignidad y valentía de su lucha –sostenida en la ilusión genuina de quienes la escuchan y acompañan–, las que devuelven este documental al terreno de la urgencia histórica. Igualada es un documento necesario y que contribuye a la formación de cultura política en Colombia, más allá de los consabidos odios sectarios. Y nos hace conscientes de lo excepcional que es la emergencia de un o una líder, y en el atractivo humano y cinematográfico de este fenómeno.

 

El estreno de Igualada ocurrió con pocos días de diferencia al de Petro, dirigido por el franco-estadounidense Sean Mattison. Ambos trabajos pertenecen al género de documentales sobre campañas políticas que, en años recientes, con el ascenso de diversos progresismos al poder, también han sido recurrentes en Latinoamérica. El vínculo de estos trabajos con corrientes anteriores del cine político latinoamericano es insoslayable. Aunque se trata de otra retórica visual y narrativa, y de otro momento de las luchas sociales, la esperanza de un cambio –y la conciencia de la dificultad de lograrlo– une los dos momentos en un continuum histórico. Es el puente movedizo que atravesamos. La historia no ha terminado.