La increíble historia de Gabriel García Márquez y la cinematografía desalmada

Diego León Giraldo

El día que los habitantes de ese pueblo costeño (La Playa, corregimiento de Barranquilla) vieron llegar por primera y última vez una filmadora calibre 16, que hacía al dispararse un ruido de todos los diablos, se sintieron muy alegres pues a ellos les había llegado primero el cine, que inclusive, el hielo.

 

Corría el año de 1954 y se trataba de la filmación de una película que, aunque muda, inauguraba el cine moderno y experimental en nuestro país: La Langosta azul, que bien hubiera podido llamarse roja o verde, pues fue filmada en blanco y negro. Primera experiencia en cine organizada por Álvaro Cepeda, quien con García Márquez, Enrique Grau, Nereo López y Luis Vicens, compartieron durante 20 extraños y surrealistas minutos, la aventura de un pueblo desconocido de la Costa Atlántica “en donde el mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo” (Cien años de soledad).

 

Aunque la película no la entendió nadie, tiene ahora una gran significación: se trataba de la primera experiencia cinematográfica de este grupo, pero no la última. Y en GGM, objeto de este estudio, el primero de múltiples pasos que no han terminado, ni terminarán por ahora, aunque ya se conozca el hielo en ese pueblo costeño pero no se conozca todavía lo que en rigor podría llamarse una buena película con guión de Gabriel García Márquez.

 

Por la época de los años 1948 y 1949, tiempo en el que trabajó en El Universal de Cartagena, García Márquez se refirió varias veces al cine en una columna llamada “Punto y Aparte” y concretamente, el primero de junio de 1948 a propósito de un manuscrito chino que entonces se exhibía en Nueva York, considerado como un anticipo del cine y que García Márquez ve mejor como un antepasado de la tira cómica.

 

Cuatro días después, el humor y la sorpresa de Gabo se manifiestan plenamente al recibir una noticia en los cables internacionales. El análisis que hace García Márquez del poder del cine en relación con el espectador y su participación, es una preciosa joya que bien vale reproducirse, máxime si se considera que es la primera vez que el autor se refiere concretamente al cine. Dice Gabo: “¿No es cierto que usted frecuentemente se ha sentido protagonista de una cinta cinematográfica, cuando la carga excitativa de su argumento ocupa íntegramente su capacidad de emocionarse? Usted, como cualquier hombre normal, ha tenido que sentir desde una anónima butaca de teatro, la sensación de que entre las sombras de un cortinaje lo vigila la helada embocadura de un revólver. Es el momento en que la sala deja de ser un núcleo de simples espectadores y se convierte en un universo de encontrados sentimientos. Cada individuo reaccionará a su manera, de acuerdo con su estructura temperamental. Alguien –un exagerado, sin duda– cometerá la vulgaridad de desmayarse. Otros seguirán, suspensos, el hilo tirante de la trama. Pero, usted, cineasta de buena ley, hombre de buena fe, no puede permitir que el director de la cinta se tome esas libertades con sus sentimientos: y como todo hombre rebelde, con indiscutibles ribetes de anarquista, edificará dentro de su conciencia un teatro privado, para su uso particular y arbitrario, donde pueda proyectar una película de conjuros y maldiciones.

“Su dignidad de cineasta decente quedará así justificada. Y yo, en nombre de estas columnas, lo felicito por su gallarda actitud.

“Pero lo malo es que no todos piensan como usted. El señor Bonifacio Nieves, por ejemplo, un honorable vecino de San Javier, población situada en el litoral uruguayo, demostró hace algunos días que cuando su emoción se derrumba sobre una situación insoportable, se convierte en un auténtico hombre de armas tomar. Este ciudadano, desde una butaca que puede ser igual a la que usted ha ocupado muchas veces, sintió que por sus conductos sanguíneos se trepaban los animales de la inconformidad durante la proyección de una película cuyo pasaje era el gastado occidente norteamericano. Este enérgico caballero, al ver frustradas sus esperanzas de cineasta legítimo, se precipitó contra la pantalla y descargó sobre el protagonista cursi casi toda la carga de su pistola automática. Sobra decir, que el impetuoso Bonifacio Nieves tuvo que dormir entre las cuatro paredes de la cárcel pero no cabe duda de que tuvo el sueño sosegado de los hombres que están a paz con su conciencia. Usted, probablemente ignoraba este acontecimiento. Pero, ¿no está usted pensando ahora que para satisfacción de los buenos cineastas sería conveniente invitar a Cartagena a todos los Bonifacios Nieves uruguayos?” (GGM. Textos costeños, Bruguera, 1981, p. 92).

… la sala deja de ser un núcleo de simples espectadores y se convierte en un universo de encontrados sentimientos. Cada individuo reaccionará a su manera, de acuerdo con su estructura temperamental. Alguien –un exagerado, sin duda– cometerá la vulgaridad de desmayarse.

Después García Márquez inicia su primera descarga de hostilidades contra Hollywood, al citar la afirmación que Charles Chaplin le “lanzó a los mercachifles del cine americano” en el sentido de que Estados Unidos no había prestado ninguna contribución valiosa al séptimo arte. A propósito, dice: “Lo peor de todo es que no se necesita ser un Chaplin para descubrir un fracaso protuberante como el del cine norteamericano. Basta con saber que cada vez que los ingleses producen una nueva película, los adinerados de Hollywood tienen que recurrir a un especialista para que les normalice la presión arterial”. (Ibid., p. 121). “Todo porque no han querido convencerse de que si ese capital voluminoso que han invertido en mostrar tanta tragedia doméstica, lo hubieran aprovechado produciendo dibujos animados, el arte hubiera tenido con ellos por lo menos una deuda de gratitud”, análisis que comienza a mostrar el concepto que tendría GGM durante toda su vida sobre la industria de la producción cinematográfica.

 

Toda esta información noticiosa la obtuvo GGM en su trabajo de seleccionar los cables internacionales en el periódico, y que produjeron las primeras notas en las que hace referencia al cine, al tratar películas inspiradas en novelas tales como Sangre Negra, de Richard Wright, Rencor, versión cinematográfica de Intrusos en el polvo. Pero en su análisis de Jennie (Ibid., p. 369) es en donde GGM se adentra en los territorios de la verdadera crítica cinematográfica. Analiza las películas desde el punto de vista de la relación con la obra literaria (si tiene este origen y su versión para cine). En el caso de Jennie (novela de Robert Nathan) dice que: “…la producción cinematográfica conserva intacto el sabor de poética realidad, de torturante belleza de la obra literaria, pero en este caso es necesario decir que los supera, sin peligro de incurrir otra vez en las viscosas consideraciones que generalmente se hacen entre las diferencias del cine y la novela…”.

 

En Rencor (Intruder in the dust), califica a Faulkner como “un hombre técnicamente bruto. De esta brutalidad elemental, primitiva, que le ha permitido llevar a la creación literaria, un personal y arbitrario concepto del mundo y de las dimensiones. Su desbordada manera de presentar los hombres y los hechos, en un tiempo lógicamente desordenado y no estrictamente en el prejuicioso tiempo cronológico, era una dificultad para los libretistas. No para el cine”.

En Rencor (Intruder in the dust), califica a Faulkner como “un hombre técnicamente bruto. De esta brutalidad elemental, primitiva, que le ha permitido llevar a la creación literaria, un personal y arbitrario concepto del mundo y de las dimensiones.

Se refiere en seguida a los protagonistas de una manera deliciosa y divertida, como si los conociera desde hace mucho tiempo: “Ethel Barrymore, a quien recordamos en tantas personificaciones patéticas”; “Rita (se refiere a la Hayworth) no ha sido una mujer inteligente para el arte dramático”; “Rita nunca ha sabido cantar bien. Nunca ha sabido bailar bien” (p. 721).

 

“Mucho se ha escrito sobre Greta Garbo. Pero más que sobre ella, se ha escrito de su gabardina y sus zapatos. Pero Greta no hizo en el cine absolutamente nada con los zapatos”. (p. 809).

El 16 de octubre, trabajando en El Heraldo de Barranquilla, en su columna “Jirafa”, bajo el seudónimo de Septimus, GGM definitivamente posiciona su concepto del cine. De ahí partió la fuerte influencia que el neorrealismo italiano ejerció sobre el escritor. Dice GGM: “La producción de Vittorio de Sica deja mucho qué pensar acerca de los avances y las posibilidades del arte cinematográfico. Los italianos están haciendo cine en la calle, sin estudios, sin trucos escénicos, con la vida misma. Y como la vida misma, transcurre la acción en Ladrones de bicicletas, que puede calificarse, sin miedo de que se vaya la mano, como la película más humana que jamás se haya realizado” (p. 467). “En la diezmada Italia de postguerra, una bicicleta se convierte en la única condición para que un hombre, su mujer y su pequeño de nueve o diez años, sobrevivan el angustioso instante en que les corresponde luchar. En la película, la bicicleta se convierte en un mito, en una divinidad con ruedas y pedales con cuyo concurso –y sólo con él– el hombre será superior a su hambre”. Es decir, GGM sitúa la película en su contexto artístico e internacional, desmenuza la historia, explica los personajes y su actuación: “Quienes participan en ella no son actores profesionales. Son hombres sacados de las calles de Roma, transeúntes ordinarios que probablemente asisten al cine con muy poca frecuencia, que ignoran los secretos de la representación teatral, pero que están tan íntimamente ligados al drama de la vida de postguerra que no encuentran dificultad alguna para desempeñarse frente a las cámaras” (p. 467).

 

No hay que olvidar que estas notas se escribían hace treinta y un años, para un periódico de provincia. Y han tenido que pasar estos años para que en Colombia se puedan leer a críticos y comentaristas que tengan tan aguzado el sentido de la visión, tan adelantados sus conocimientos sobre lo que acontece en el mundo cinematográfico y con tanto humor como el que usaba GGM en sus críticas, lo que le hace citar la frase de un amigo a propósito de Ladrones de bicicletas: “Un hombre buscando una bicicleta durante toda la película, para el final salirnos con que no la encuentra”.

 

En sus otras notas menciona a Clark Gable (en opinión de los peluqueros de Hollywood), a Van Johnson, Bing Crosby, Orson Wells, Frankestein, Ingrid Bergman, Tarzán, Jennifer Jones, para terminar esa época con una curiosa historia llamada El Romance de Creta, en donde, para sorpresa del lector, GGM, introduce elementos originales como tratamiento cinematográfico: “Una película de Costas y Tassuola (que solo existió en su imaginación), que providencialmente comenzó a proyectarse hace tres días en este pequeño escenario, tiene muchas sorpresas, entre otras las de que el rollo que tenía todas las apariencias de ser el último no lo era en realidad. Los espectadores ya se habían colocado el sombrero y se disponían a marcharse, protestando entre dientes… o cuando dice que “faltarían unos dos rollos cuando el padre de Tassuola se puso en pie…”; o “la película continúa en su nudo más interesante. Los espectadores han vuelto a sentarse”, etc., tratamientos que ya muestran el gran ingenio cinematográfico que moverá la curiosidad y actividades de GGM por los territorios desalmados y difíciles del cine.

… con tanto humor como el que usaba GGM en sus críticas, lo que le hace citar la frase de un amigo a propósito de Ladrones de bicicletas: “Un hombre buscando una bicicleta durante toda la película, para el final salirnos con que no la encuentra”.

Encuentro con la radionovela

Fue en el mismo año de 1948, en que mataron al líder Jorge Eliécer Gaitán, cuando Gabriel García Márquez tuvo su primer encuentro con lo que más tarde sería su vasto territorio audiovisual: una novela prohibida por la Iglesia, escrita por la barranquillera Olga Salcedo de Medina en la que cuenta la vida de una familia de la clase alta costeña, adaptada y dirigida por García Márquez. Se han cerrado los caminos, hizo estallar el escándalo en toda la Costa Atlántica. La reacción más violenta vino del lado de la Iglesia al prohibir la lectura del libro por medio de carteles que colocaron en todas las puertas de las iglesias de la ciudad. “Si hubiéramos estado en la época de la Inquisición, me habían mandado a la parrilla” –comentó para la revista Cromos, Olga Salcedo, la autora–. “Se me vino encima el obispo con toda su furia y hasta me amenazó con la excomunión si aceptaba una propuesta para publicar el libro en México”.

 

La transmisión se hizo por la Emisora Atlántica con más de ciento cincuenta capítulos y con frases finales que aumentaban el suspenso, tales como: “¿Caerá Mónica en las redes del amor terrenal? ¡No se pierda el próximo capítulo!”, y cuya sintonía durante varios meses no tuvo nada qué envidiarles a radionovelas de prestigio internacional como El derecho de nacer del cubano Félix B. Cagnet.

 

Olga Salcedo aceptó porque GGM, en ese momento su compañero de redacción, le dijo “que tenía la misión de amansar su novela”. Olga tuvo admiración por García (como se le llamaba en esa época), desde el día en que Gabo tuvo que entrevistar al Alcalde de Barranquilla pero no lo encontró, “Y ¿qué hiciste?”, le preguntó su amiga periodista. “Entrevisté la silla, contestó García.

 

El Tiempo; Lecturas Dominicales, diciembre 12 de 1982.