Laura Manuela Cano Loaiza
El cine colombiano tiene unos tópicos comunes: conflicto, narcotráfico, violencia, marginalidad. Aunque no definen la totalidad de la producción nacional, gran parte de ella está atravesada de una u otra forma por esa gran herida de la que aún brota sangre y que involucra a todos los habitantes de este país. El cine documental ha narrado desde diversas miradas este conflicto, aprovechando muchas veces esa experiencia en común de los colombianos para tomar la vida de una persona, usualmente un hombre involucrado en la esfera pública, y usarla como vehículo para retratar una época con la sensibilidad y cercanía que le aporta la presencia de un protagonista.
Películas como El rojo más puro, de Yira Plaza (2023), Pizarro, de Simón Hernández (2016) y Pecados de mi padre, de Nicolás Entel (2009), se embarcan en la narración de hombres devotos a sus causas y los ponen a conversar con los sucesos que vivieron, las personas que los rodearon y con las otras facetas de su vida, aquellas que caen en las sombras de su imagen pública. En estas y otras cintas, los hijos interpelan la figura de sus padres y le dan dimensión mientras recorren su historia y, por ende, la historia del país. Ejercicios como estos permiten armar un rompecabezas de hombres que además del rótulo que les deja su legado son hijos, hermanos, esposos y padres.
Una voz honesta
Las voces que guían estos documentales suelen ser las de unos hijos e hijas en busca de comprender ese personaje que ellos conocieron de forma distinta al resto y de entender la relación entre su entorno y sus motivaciones. Según Pedro Adrián Zuluaga, “la narrativa de estos documentales ayuda a reconstruir unos afectos familiares, a reparar simbólicamente unas ausencias”. Esta decisión fundamental de contarlos como un miembro de la familia y no como un mero prócer es lo que los diferencia de otros relatos que se puedan hacer sobre su vida, y lo que permite unir los trazos entre las diferentes memorias alrededor de ellos. La primera persona, directa o indirectamente, termina por interpelarlos haciendo al espectador partícipe de una conversación en vez del receptor de una imagen dada por hecho.
“Sería muy sencillo para nosotros como familia salir a criticar a Pablo Escobar como persona, nos haríamos de amigos más fácil, pero no sería una salida honesta. La gente no nos puede prohibir que queramos a mi papá.” Dice Sebastián Marroquín, hijo de Pablo Escobar, en Pecados de mi padre. Saber que lo contado puede estar mediado por el afecto y el rencor, da la seguridad al espectador para procesar esa información que se le entrega sin la promesa de objetividad o verdad oficial. A diferencia de otros documentales del mismo carácter, este aborda a un hombre que fue una figura negativa para el país, contrastando la bondad hacia su familia, algo que solo pudieron percibir ellos y su círculo más cercano, con los estragos de su actividad criminal. La construcción de este sujeto multidimensional que permite la narración desde la familia, especialmente desde un hijo, es valiosa, aunque cueste ver a alguien como Escobar con unos lentes distintos a los usuales.
Saber que lo contado puede estar mediado por el afecto y el rencor, da la seguridad al espectador para procesar esa información que se le entrega sin la promesa de objetividad o verdad oficial.
En algún punto, estos relatos se convierten también en una búsqueda de respuestas y enmiendas respecto a todo lo que quedó sin decir, sin saber. Sebastián Marroquín regresa a Colombia para hablar con los hijos de hombres asesinados por Escobar y visitar su tumba, buscando hacer las paces con su legado. En Pizarro, María José, la hija de Carlos Pizarro, que cargaba una historia familiar llena de grietas, de preguntas hacia sus padres y su militancia, decide entrevistar a personas cercanas a sus padres y a profundos admiradores para descifrar esa figura y esa empresa muchas veces recordada con admiración, pero por la que sintió tanto abandono y tanto peligro.
Machismos y contradicciones
Hablar de aquellos hombres en su vida familiar contrastada con su vida antes las masas, implica confrontar lo que han proyectado al mundo con su carácter en la intimidad y revelar los vacíos de su grandeza. Poner en tela de juicio sus contradicciones, las debilidades de sus discursos, lleva a cuestionar, por ejemplo, las dinámicas familiares que les permitieron a muchos de estos personajes estar donde querían, relegando casi siempre a la madre el cuidado de los hijos. “Las mujeres terminan finalmente siendo el sostén de los hogares y están en ese lugar del cuidado hacia estos personajes que han sido los grandes hombres revolucionarios, que podían irse y dar hasta su vida porque en la casa estaban ellas cuidando a sus hijos y sus hijas. Eso es un común denominador en las historias de estas militancias masculinas de los años sesenta y setenta en que las mujeres están ahí cumpliendo unos roles de género.” Dice Laura Gómez Hincapié, directora de Utopía (2023) en una conversación con Yira Plaza sobre el rol de sus madres en la vida de los padres militantes y algo ausentes que protagonizan las películas. Aunque estos documentales aborden esas figuras masculinas, terminan por resaltar también a las mujeres no solo como madres sino como militantes y cómplices que, con menos reconocimiento, también participaron en las luchas que compartían con sus esposos.
De alguna manera, ver y hacer un documental sobre un hombre plantea la pregunta por las mujeres de su vida, que en muchos relatos aparecen como seres que los orbitan cuando en la realidad ejercían de sustento. El contexto que se narra a través de ellos no es solo uno de agitación social, sino el del machismo inherente, que subyace a pesar de la pureza de sus ideales o en adición a la maldad de sus acciones.
El cine de memoria familiar es una corriente del cine documental colombiano que ha ido tomando fuerza en los últimos años y sigue posicionándose como una narración más humana de grandes figuras o de personas poco conocidas pero influyentes en su entorno y partícipes de los sucesos históricos. Esta corriente contribuyente a la memoria histórica, aún tiene mucho camino por delante en tanto los detalles íntimos y familiares contrastados con el relato de su actuar público facilitan la construcción de una narración multidimensional y a la comprensión del contexto en que se enmarca.