Daniel Tamayo Uribe
–Antes que empieces a leerme, quisiera mencionar que el siguiente texto va dirigido a mi poético y respetable amigo Rubén, quien me hizo interesarme en ver “películas de terror” en las últimas semanas. Procederé a escribir correspondientemente–.
Tenebroso Ruby,
Usted recordará que hace varias semanas fuimos a cine a Besos negros (2022), película colombiana que me invitó a ver en la medida en que se la podría incluir en la clasificación de “cine de terror” o “cine oscuro”, digamos. Y esto, supongo yo, porque a sumercé le gusta ese tipo de cine y, no queriendo ir solo ni bien acompañado, vio en mí ese firme cinéfilo perfecto para la ocasión.
Según tengo entendido este cine, en particular en lo que refiere a la primera clasificación que mencioné, es uno en que hay un punto de partida con unos personajes, por lo general los protagonistas, y a ellos se les presenta una entidad o ser amenazante, usualmente de origen sobrenatural o criminal. En el desarrollo del relato la amenaza atenta contra ellos y estos deben buscar la manera de resolver la situación; con frecuencia esto implica acabar con la amenaza, por las buenas o por las malas. Por otro lado, en relación con la otra acepción que mencioné, este tipo de cine tiende a apelar a aspectos negativos, bajos, escabrosos, chocantes y malvados de la existencia (humana). Irónicamente, también es un cine en que repetidamente aparecen elementos opuestos a los que mencioné: lo divino, lo puro, la bondad, la valentía, lo bello, entre otros. En dicho cine, a mi parecer, estos elementos suelen estar vinculados con lo místico, lo religioso (principalmente católico) o lo mágico.
En esta ocasión vengo a contarle un poco de otra obra que, como usted recordará y por la pequeña semilla de cinefilia de susto que sumercé ha sembrado en mí, planeábamos ir a ver juntos. Pero el horrible destino de este malvado mundo no nos los permitió. Se trata de Rapunzel, el perro y el brujo, de Andrés Roa Ariza (2024). Esta parece una nueva apuesta por hacer un “cine de miedo, nacional, de calidad”, digamos. Yo realmente desconozco el estado del arte de algo así (si es que existe tal empresa), pero desde mis primeros años de cinefilia en la adolescencia he tenido la intuición, respecto a mí y al público de cine (colombiano, pero siendo honesto, bogotano) en general, de que se piensa que un cine tal no existe, o a lo sumo con contadas excepciones (algunos defenderán algún título de Jairo Pinilla, otros mencionarán El páramo –Jaime Osorio Márquez, 2011– y los más interesados dirán que Pura sangre –Luis Ospina, 1982–). Sea que creamos o no en esto, el punto es que sí hay quienes visten sus películas con alguno de los rótulos y ahora me dio por preguntarme ¿qué con esta Rapunzel, el perro y el brujo de la que vengo a hablarle, querido Ruby?
Yo me enteré de esta película por internet bajo la premisa de que es “la primera película de asusto colombiano”, como lo sostienen en el trailer de la misma. Desde este punto, con algo de información, uno ya puede decir que se trata de una obra que se mueve entre un canon de cine de terror y un punto de vista local. Aunque por supuesto se hace referencia a “filmes de susto”, también se está apelando al “asusto” que, en palabras del director, es: “una expresión originaria de los campesinos de la cordillera central colombiana que hace referencia a los personajes de las historias de terror y misterio, como brujas, duendes y unos más particulares como La Llorona, el Cura sin cabeza o la Madre Monte, entre otros”. Así, al canon se suma el tema de las narraciones populares y, para muchas personas (entre las que me tengo que incluir parcialmente), el de las supersticiones regionales. La película, además, suma acción (otro canon cinematográfico) y violencia (colombiana) por cuanto se sitúa en un campo colombiano a donde mucho ha llegado el conflicto armado, y eso vemos. De hecho, el protagonista es un militar del respetado y odiado Ejército Nacional de Colombia.
Yo me enteré de esta película por internet bajo la premisa de que es “la primera película de asusto colombiano”, como lo sostienen en el trailer de la misma.
En lo referente a la trama, podría decirle brevemente que la película parte de dos situaciones: a este militar lo captura una guerrilla y una niña desaparece misteriosamente, dejando a su padres destruidos. Catorce años después, el militar y los padres se encuentran en una casa en medio de las montañas. En este lugar el pasado y el presente se cruzan. Allí, diría yo, abundan los espíritus y fuerzas a las que se refieren los cuentos de asusto. Es a partir de esto y de los elementos del cine de miedo que la película forma su cuerpo específico. Escuchamos ruidos de seres que no vemos, los cuerpos aparecen y desaparecen súbitamente, la música abunda y es dramática, la oscuridad y lo difuso son lugares protagónicos, lo que ignoramos amenaza, los objetos son truculentos (excepto las limpias, delicadas y esperanzadoras figuras de la Virgen María) los sentidos se tensionan, la respiración agitada se exacerba. Así, Ruby, yo describiría anatómicamente una clásica película de cine de terror.
Las particularidades colombianas estarían, en principio, en la presencia de duendes, brujos y brujas locales, además de la mención de algunos datos de los mismos, así como la aparición de paisajes típicos de las montañas del Quindío. Pero es centrándose en esa pregunta por donde el asunto se pone más interesante. A mí me gusta esa pregunta: ¿qué es lo que tiene esta película de colombiana? O ¿qué particularidad le supone a un género como el de terror el que se haga “a la colombiana”? La pregunta me resulta estimulante por cuanto es tan amplia y ambigua. Es muy potente. Claro, se corre el riesgo de buscar esencias para determinar alguna identidad y de crucificar la obra si no corresponde con suficiencia. Yo no me pondré en la tarea de verificar si lo que nos dicen de las brujas y los duendes es cierto. Del examen de exactitud etnográfica se puede eximir al cine, más a uno de terror, porque nos (a los fanes del terror) interesa es por otros lados, pues lo que creemos es igual o más importante que lo que sabemos.
Entonces claro que el tema de las “supersticiones” viene a cuento. También acuérdese Ruby de algunas de las otras cosas que le mencioné al principio acerca de este cine, según mi entendido. La presencia amenazante, criminal o sobrenatural, lo bajo y lo alto, el bien y el mal, y que los personajes resuelven o no con la amenaza. Y bueno, sobre esto último también diría que quienes escriben y dirigen la película proponen soluciones[1]. Lo hacen en la medida en que maniobran con los elementos que articula la obra, en este caso, aquellos del susto y aquellos del asusto.
No hace falta que le haga spoiler, pues ya puede usted suponer que en Rapunzel, el perro y el brujo hay en efecto presencias amenazantes, de uno u otro origen. Que la Rapunzel, que el perro y que el brujo son de los buenos o de los malos, y que al final unos resuelven a otros. La película en general sostiene un tono clásico tanto en la forma, como en la estructura, el contenido y los personajes. Ese tono en el desarrollo a veces se queda algo corto y, en casos, resulta inconsistente, con lo que la obra pierde “punch”, fuerza, (a)susto.
Sin embargo, esta resulta una ambigua o paradójica mediadora, si bien en ella misma no se expresa una clara consciencia de dicha condición. No solo porque la película se mueve con sustos y asustos y del canon a sus márgenes, en la concreción colombiana, sino porque también se ubica entre el adentro de la ficción y más allá de ella. Reafirma el universo embrujado que construye, no obstante, asimismo lo desencanta por partes. Esa particular solución interroga el estatuto del encantamiento de terror al tiempo que lo usa para interpelar la realidad en sus extremos más elevados y en los más aborrecibles: tristemente el horror es frecuente para muchas personas en Colombia. Así se configuran metáforas entre lo de adentro y lo de afuera de la obra. Ahí está la vida para criaturas poéticas como los humanos. Esta también se compone de historias de asusto y susto. En el caso del cine de miedo fabulamos con dos duplas que suelen entrecruzarse: lo falso y “lo true” (cual amigo que es o no firme y confiable), en sentido moral, y con la verdad y la mentira, en sentido epistémico.
La película en general sostiene un tono clásico tanto en la forma, como en la estructura, el contenido y los personajes. Ese tono en el desarrollo a veces se queda algo corto y, en casos, resulta inconsistente, con lo que la obra pierde “punch”, fuerza, (a)susto.
A su manera, los fieles espectadores de una buena película de terror se asemejan a los creyentes del país del Sagrado Corazón y a quienes son criados con cuentos de asusto. Unos se vuelven directores, otros sacerdotes, otros críticos… En el caso de Rapunzel, el perro y el brujo, una pareja en la sala de Cine Colombia del centro comercial Portal 80, último reducto que aún proyectaba la película quindiana luego de una o dos semanas de estar en carteleras bogotanas, se salió cuando la función llevaba 45 minutos (25 de los cuales fueron los trailers, comerciales y avisos previos al inicio del filme); por otro lado, un grupo de jóvenes, en su mayoría mujeres, aplaudieron al final durante los créditos.
Ojalá pueda verla alguna vez, terrorífico Ruby.
Gracias por compartir el interés.
Un abrazo
–A ti que me lees, disculpa el tono burlesco en este escrito. Puede parecer poco coherente con el asunto que he tratado. Sin embargo, en esta ocasión ninguna actitud me parece más adecuada que la profana, al igual que como suele atentar toda buena película de terror u oscura que amenaza algo valorado por nosotros (el público). Vale decir que también esta disposición se ha inspirado en a quien he dirigido mis palabras–.
[1] En química “una solución es una mezcla homogénea cuyos componentes, llamados soluto y solvente, no pueden ser separados por métodos mecánicos simples”, según dice en un PDF de la Universidad Finis Terrae que encontré en Google.