Íñigo Montoya
Para los años sesenta el cine colombiano pendulaba entre un cine heredero del neorrealismo italiano y alineado con el Nuevo Cine Latinoamericano y otro cine que buscaba crear industria a partir de los géneros cinematográficos, la comedia, el melodrama y de conocidas personalidades de la televisión. El río de las tumbas, Pasado el meridiano o Chircales son ejemplos del primero, mientras Un ángel de la calle, Y la Novia Dijo sí… o Aquileo Venganza lo son del segundo.
Las coproducciones, sobre todo con México, también fueron una opción a la que se recurrió con frecuencia, y así lo demuestran películas como Mares de pasión, El detective genial o La víbora, sin embargo, Semáforo en rojo fue un caso particular en el que, si bien fue una producción colombiana, se buscó personal de la industria mexicana, empezando por su director, y así crear una película con proyección internacional, la misma que acaba de ser restaurada por la Fundación Patrimonio Fílmico Colombiano y presentada en el FICCI 63.
“Nuestra primera película dirigida hacia mercados internacionales, contiene bien dosificados los elementos de interés, suspenso e intriga que gustan al público colombiano y el de todas partes.” Así empezaba un breve artículo, sin firma, publicado en Lecturas dominicales de El Tiempo en febrero de 1964. Estos elementos de interés eran una trama sobre la preparación y robo a una joyería en el centro de Bogotá, así como las historias particulares de cada uno de los ladrones contadas en clave de melodrama.
Bueno, pero a la hora de hacer un juicio sobre este filme, sesenta años después de su estreno, es inevitable, más que ser condescendiente, tomar en cuenta el contexto y las condiciones del momento. Durante esa década, si acaso, se alcanzó a realizar una treintena de películas en el país, es decir, no había siquiera algo que se pareciera a una industria; de otro lado, este era casi un experimento de producción porque, como ya se dijo, aunque fue hecha por una nueva productora nacional, Cofilms, se trajo al principal plantel creativo y técnico desde México a rodar a Bogotá, por lo que, además del director, también el guion, la fotografía, la cámara, el montaje, el sonido y algunos actores eran de ese país.
De entrada, se puede decir que ya había un precedente demasiado parecido, y no cualquiera, sino uno de los grandes clásicos del thriller de Hollywood: Mientras la ciudad duerme (The Asphalt Jungle, John Huston, 1950). Las coincidencias son demasiadas como para no fundar la suspicacia de que los mexicanos les vendieron a los colombianos la pobre copia de esa historia de “hermosos perdedores” que contó (y siempre contaba) Huston, esta vez con Sterling Hayden y hasta con una desconocida Marylin Monroe, quien participó en unas pocas y cortas escenas. Son un grupo de ladrones de joyas, uno de ellos de clase alta, conocemos la historia de cada uno, dan el golpe, y bueno, al final pasa lo que pasa. Un calco, no se puede negar. ¡Hasta el encargado de lo técnico es un italiano en ambas películas! En los créditos y el afiche de la colombiana dice: Argumento original de José Caparrós.
Las coincidencias son demasiadas como para no fundar la suspicacia de que los mexicanos les vendieron a los colombianos la pobre copia de esa historia de “hermosos perdedores” que contó (y siempre contaba) Huston …
Aunque, en realidad, la versión colombo mexicana está un poco esquematizada en los matices de su tratamiento, pues, a diferencia de su antecesora, no hay una gran traición, ni ese melancólico anhelo del anti héroe por su hogar, ni la justicia poética de sucumbir por un vicio, simplemente reducen todo a un descuido con un semáforo. Aun así, es una película que “se deja ver”: Está construida con coherencia, un buen sentido del ritmo narrativo, una intriga y suspenso que funcionan (aunque no cautivan) y un coro de personajes que tienen los trazos justos para interesarse en ellos, padecer sus anhelos, dramas y desventuras.