Andrés M. Murillo R.
Es vibrante ver cine colombiano que está construyendo memoria. Medellín en los noventa, una década que marcó una generación y las historias que surgen atravesadas por el dolor de la violencia, la corrupción en diferentes estructuras sociales y lo que terminó siendo una avalancha de situaciones incontrolables. El director Luis Alberto Restrepo se lanza a hacer la adaptación del libro Para Matar un Amigo, y nos sumerge en otra mirada del resquebrajamiento de la sociedad de ese momento. Una historia fuerte y envolvente por el desarrollo de un contexto envuelto en un callejón sin salida.
Un joven de clase alta, con los privilegios y la mirada prepotente sobre el entorno, que se va transformando en una aberrante justicia propia. La mirada incrédula de una sufrida madre que ve el deterioro no solo de la ciudad, sino de la cordura de su hijo. La esposa que lo acompaña hasta cuando ya no puede entender ese accionar violento y desprovisto de moral. Un personaje que nos permite ver un momento de realidad, un duelo social mal llevado y la toma de decisiones trágicas.
Sobreviene la discusión en cuanto a tener la temática de narcotráfico y violencia de esos años en el cine, resultando en un prejuicio injustificado. Pero que más allá de los gustos personales, es indudable que es una trama recurrente por su potencia narrativa y la importancia de reconstruir y asentar una memoria, para entender ese pasado y poder creer que es posible mejorar el presente. Para las artes se reconoce la constante responsabilidad y necesidad latente de contar y reflejar esos dramas culturales y sociales. Amigo de Nadie (2019) nos muestra la clase alta de Medellín que, con su visión corta y sesgada de la realidad, va configurando otro punto de vista sobre el conflicto, algo poco visto en el cine nacional.
Luis Alberto Restrepo es recordado por La Primera Noche (2003) y La Pasión de Gabriel (2009), películas con historias duras y personajes con dolores profundos. Filmes con una visión de la realidad que golpea desde diferentes ámbitos: el desplazamiento y la violencia rural. Ahora vuelve con un personaje trastornado mentalmente, que paradójicamente no tiene mucha evolución, pues desde pequeño mostró su rabia, su fascinación por concluir las discusiones con la muerte. Un personaje que desde lejos no intimida, pero acercarse a él es descubrir la carga de emociones explosivas que deterioran todo su entorno. Y quizás allí es donde se debe trascender como espectador, pues al no generar admiración hay que ver un poco más allá y entender ese contexto, ese peso social y esa zozobra que se respiraba por esos años. Una generación que creció con el imaginario del “No Futuro” que, sin importar el barrio o el estrato socioeconómico, fue una emoción compartida.
El personaje central es interpretado por Juan Pablo Urrego, un actor con gran proyección y que acá aprovecha esa doble faceta entre el chico guapo y el rostro desencajado y lleno de ira. Sobre él recae la historia y el peso del contexto, y logra influenciar su entorno detonando otros dramas como el de su madre y el de su esposa. Una historia que, sin muchas complejidades dramáticas, logra hilar una tragedia bastante realista.
La ruptura de la sociedad, de la tranquilidad, de la mente de un personaje que creció con ese miedo y su respuesta fue la ira y la violencia. Un fenómeno que afectó por igual a todos, acá deja ver que nadie estuvo al margen de las consecuencias. Amigo de Nadiees un punto más en la larga lista de historias atravesadas por el narcotráfico, y que su personaje, su entorno, sus decisiones, no nos atrapa por empatía, sino por desconcierto. Con una narrativa sencilla, deja ver un dolor y una angustia que marcó toda una generación. Una película que suma a la trayectoria de un director con una visión de carácter, de crítica a esas grietas de las brechas sociales, y demostrando su buen manejo de actores y puesta en escena. Un filme que, más allá del buen momento del cine colombiano, nos muestra la madurez y evolución en el tratamiento de un tema tan duro y controversial.