Patricia Restrepo
Vigorosas tomas del Bogotazo del 9 de abril de 1948 abren la película, entregándonos de lleno el momento histórico y político por el cual atravesaba Colombia. Excelente material que ilustra la mítica imagen del cadáver de Roa Sierra -asesino de Jorge Eliécer Gaitán- arrastrado por las calles hasta el palacio presidencial. Imágenes fuertes y violentas de la respuesta popular a tal hecho que significaba para ellos el oscurecimiento de su futuro; la pérdida de su caudillo. Imágenes, también, del vandalismo de que fue víctima Bogotá en ese momento de ebullición histórica.
Canaguaro escoge, pues, un punto de partida que es a la vez concluyente, puesto que se trata del estallido desesperado de las gentes, la síntesis de la violencia que venía sacudiendo al país durante el régimen de Mariano Ospina Pérez y también el inicio de un recrudecimiento ostensible de represión y de un enfrentamiento que no era otra cosa que la lucha entre el liberalismo y el conservatismo por conservar el poder. Es a partir de ello, como aparece el fervor guerrillero que se da con gran ahínco en los Llanos Orientales en donde se formaron verdaderos ejércitos de campesinos bajo las órdenes del partido liberal.
Esta secuencia del 9 de abril es, pues, un prólogo importante en la medida en que ubica el origen de la lucha guerrillera, tema de la película, y da paso a la presentación del personaje principal, íntimamente ligado (consecuencia de ello) a esos hechos: “Me pusieron Canaguaro porque nací en la vereda de ese nombre y también porque soy bueno pa’ la pelea”. (Canaguaro es un tigrillo que habita en los Llanos Orientales). Es así, en primera persona, como se nos presenta el protagonista y narrador, interpretado por Alberto Jiménez, quien también tiene crédito de productor.
“Me pusieron Canaguaro porque nací en la vereda de ese nombre y también porque soy bueno pa’ la pelea”
A partir de allí, la historia transcurre en 1953, año definitivo en nuestra historia: el golpe de estado de Gustavo Rojas Pinilla al gobierno de Gómez-Urdaneta Arbeláez (el primero titular, el segundo designado) el cual había continuado con la violencia e instaurado el régimen del terror.
Para entender la claridad política de Canaguaro conviene aclarar, primero: que el golpe se propicia gracias al debilitamiento presidencial, debido a la disparidad de criterios entre Gómez y Urdaneta Arbeláez, situación que aprovecha Rojas Pinilla y, segundo: la enorme acogida, la complicidad general del partido liberal con este hecho político. “El liberalismo que estaba contra la pared hizo un despliegue de adjetivos laudatorios. Rojas, en las columnas de los diarios de ese partido aparecía como un salvador de Colombia”. (Vásquez Carrizosa). También hay que decir que el partido conservador hizo otro tanto; el 14 de junio de 1953 fue un día de claudicaciones colectivas. Así pues, el partido liberal traiciona sus luchas, abandona sus propias guerrillas, pues sólo le eran útiles mientras el conservatismo se mantuviera en el poder (era un problema de poder y no de clase) y se acoge a la dictadura militar. La frase de Lleras Restrepo es bastante ilustradora de la situación: “…ni autorizamos ni desautorizamos. Dígales a los muchachos que estamos de corazón con ellos”.
Así pues, el partido liberal traiciona sus luchas, abandona sus propias guerrillas, pues sólo le eran útiles mientras el conservatismo se mantuviera en el poder…
El partido liberal estaba claramente dividido en dos: la corriente oficial, es decir burguesa, para quien la lucha era por el poder político, y la corriente popular que fue volviéndose cada vez más reivindicativa de sus problemas de clase. En el momento del golpe existía pues, el temor de que la fuerza guerrillera desbordara los intereses de los patronos del liberalismo.
Frente a estos acontecimientos, Canaguaro conserva nitidez, transparencia, fidelidad yentrega claramente las ambigüedades y contradicciones del proceso. De una parte, vemos a “los godos” masacrando y asesinando; de otra, a los liberales traicionando y, finalmente, a los campesinos rebasando los parámetros impuestos.
La película, de principio a fin, está atravesada por la atmósfera del desencuentro entre liberales, según sean campesinos o bogotanos (urbano o bogotano tenía la connotación de burgués). La clara sensación que deja es la de que no se peleaba por los mismos principios ni hacia los mismos objetivos. Recordemos, por ejemplo, la escena en que ya los guerrilleros iban camino de cumplir la misión asignada y con ellos estaban los hermanos bogotanos Lesina (tanto la puesta en escena como la anécdota misma): una fogata en la noche, alrededor de la cual están todos los guerrilleros -de un lado los campesinos, más allá los hermanos-; una canción llanera que habla de que no se es llanero sólo con aprender el hablado, apuntan a plantear una división de clase. O la escena aquella en la cual los guerrilleros interceptan el paso del ganado, pues el dinero es para la revolución: Allí la actitud de los hermanos es de defensa de su clase social: “El ganado es del doctor, viejo copartidario nuestro” – “…pues con mayor razón”, contesta uno de los guerrilleros. Son concepciones opuestas frente a las mismas situaciones.
Y otra noche, cuando la guerrillera que se les ha unido trayendo el correo nos revela su pasado de prostituta, la intención es la misma. Para esa mujer, la revolución y sus perspectivas representan un cambio de vida, una gama de posibilidades frente a las cuales no retrocederá así tenga que matar por segunda vez. Muy al contrario le ocurre al “señor” que la aborda recordándole su procedencia. Para él, los tiempos son los mismos; para ella se quedaron definitivamente atrás. Es una toma de conciencia.
Por otra parte, y ante las dudas de los guerrilleros por la demora en la entrega de las armas -única forma, no ya de lucha, sino de conservación de la vida- asumen una actitud radical que habla de su necesidad de cambio: asaltan al ejército y se apoderan del arsenal. Las soluciones, sobre todo cuando se vuelven inminentes, también pueden estar en sus manos. Al final, cuando por fin han llegado al “Calzón de oro”, lugar en el cual recibirán las armas, tiene lugar la gran traición, la desilusión y la promesa de una pacificación bajo la dictadura militar. Definitivamente Rojas Pinilla cuenta con el apoyo del liberalismo y a su vez confirma el desinterés por su gente. A un llamado de regreso con sus familias, uno de los guerrilleros, “el profe”, responde, entre otras cosas: …”Cómo va a regresar Toño a su pueblo si ya ni siquiera existe”. El pasado es algo que se niega; no, no se niega, simplemente dejó de existir. El acto demagógico de la entrega de armas por parte de los mencionados hermanos, produce confusión y deserciones entre los campesinos con menos claridad política. Canaguaro sabe, en cambio, que al hacerlo no están perdiendo nada; muy al contrario, están regresando a su situación de privilegio largamente amenazada por la guerra.
Ellos, los guerrilleros, sí tienen mucho que perder. De hecho la conducta del liberalismo significó el retroceso en la organización del campesinado.
El final de Canaguaro es un final abierto: a la vez que está ceñido a la historia -uno a uno van muriendo asesinados, lo cual demuestra que la pacificación prometida por Rojas era una farsa- tiene un sentido alegórico en relación con la realidad actual del país.
La estructura de la película maneja cuatro niveles de narración, tres de los cuales pudieron ser integrados hábilmente: -el tiempo presente que desarrolla la acción a la cual me he referido, es decir, el cumplimiento de la misión, con sus esperas y problemas hasta el momento de la traición.
El narrador en primera persona es quien enriquece y apoya la fluidez de la historia ampliando la información, pues son los comentarios o reflexiones, en primera persona, hechos por Canaguaro. Es el nivel de la experiencia personal. Se trata, pues, del hilo conductor de la narración. La música, que está entretejida de tal manera que apunta al desarrollo de la historia, pues entrega información adicional necesaria para la comprensión total de la película. Es una música trovadora, perfectamente integrada al argumento: uno de los guerrilleros es, de hecho, un trovador de sus propios acontecimientos. Posee el nivel puramente argumental, pues las canciones son parte de su cotidianidad, de sus anécdotas, por decirlo así, durante la misión.
La estructura de la película maneja cuatro niveles de narración, tres de los cuales pudieron ser integrados hábilmente…
No se trata de una música efectista, al contrario, tiene también el nivel cinematográfico de “contar”; un ejemplo claro es la secuencia de los preparativos al asalto del cuartel cuando Guadalupe Salcedo dirige la expropiación de las armas: sin la canción que oímos, la escena resultaría incompleta.
El cuarto nivel narrativo sería la serie de flash-backs o retrocesos en el tiempo, todos los cuales, en sí mismos, aportan elementos definitivos, bien sea para la creación del personaje central (el asesinato de la familia de Canaguaro), bien sea para la elaboración de la atmósfera en general (recuerdo de la prostituta). Pero ocurre que no están tan felizmente hilvanados dentro de la estructura, pues sólo tienen coherencia narrativa gracias a que el narrador les da paso verbalmente. Cada uno de ellos irrumpe provocando una ruptura molesta en el ritmo de la película. El flash-back de Antonio, por ejemplo, el guerrillero a quien le incendiaron el pueblo por la llegada del culebrero, además de romper con la forma narrativa en primera persona, es confuso; no consigue aclarar del todo la leyenda alrededor de ese personaje -el correo del llano adentro- que trae siempre mala suerte. El flash-back del asesinato de la familia de Canaguaro es, a pesar de su colocación dentro del filme, el mejor momento de la película. La forma como está resuelta la escena -en especial el plano secuencia inicial, sostenido sobre la cara de Álvaro Ruiz, mientras en off ocurren los atropellos de los chulavitas- es, realmente, un momento de buen cine y permite pensar en las capacidades del director -Dunav Kuzmanich- para poner en escena, buscando un estilo personal y maduro.
Se percibe, sin embargo, todavía cierta irregularidad en los logros. Kuzmanich consigue bellas imágenes como aquella de la loma de las Cruces, un plano general en el cual los guerrilleros conversan ocultos -casi hasta la cintura- por el humo, o imágenes tan molestas como la de la mujer en la hamaca (un picado amplio) recibiendo órdenes de su amante con una voz en primerísimo plano carente de cualquier perspectiva.
Y por último estaría el flash-back de la prostituta, al cual ya hice referencia, entrando también bruscamente a la pantalla. Hay que anotar que los regresos a la historia, es decir, los finales de los flash-backs suelen ser impactantes y encadenar perfectamente con el hilo narrativo. Terminan mejor de lo que empiezan.
Para finalizar quiero hacer mención de la buena actuación de “el profe”, original, medida y convincente.
También vale la pena anotar la interesante fotografía nocturna de Carlos Sánchez y la cámara de Fernando Vélez.
Revista Cine No 4. 1981