Desobediencia (o Cómo entrenar gallos de pelea), de Juan Pablo Ortiz

Hasta que sangre se derrame, hasta que muera el ideal

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Diana Gutiérrez

Nací demasiado alto para ser poseído, para ser segundo al mando…
Desobediencia Civil, Henry David Thoreau

INT/NOCHE/ABISMO

El espectador, frente a la pantalla negra, inicia una purga espiritual.

Sale nota aclaratoria:

En la década de los 90 un grupo de anarquistas llamado “Cómo entrenar gallos de pelea”, grabó sus acciones en video. Esta es la recopilación de sus acciones.

Así comienza esta película colombiana, poco conocida, fragmentaria, ganadora del fondo nacional Cultura Convoca (2018) y presente en Festivales como el Experimental Cineautopsia (2019) de Bogotá, Muestra Colombia Sur, en Noruega (2019) o el Festival Iberoamericano de Cine Ambiental y Derechos Humanos, Colombia (2019), dirigida y escrita por Juan Pablo Ortiz. 

Desde el título ya se intuye algo: hay que luchar contra un enemigo visible o invisible. La figura del gallo, es ese héroe fugaz que nunca pierde, porque se ha entrenado para masacrar al otro antes de que él sea masacrado, el miedo es su motor y su secreto, su arma se erige directo hacia la sangre, hasta que se derrame, no hay tregua. Algo así, son estos gallos, cansados del mal y la corrupción en un país que no les ha dado más que desilusiones, y tomando elementos del ensayo filosófico Desobediencia Civil, de Henry David Thoreau, van documentando día a día su lucha anarquista, revolucionaria, su “cambio espiritual”, un cambio, que a la larga, los hace también prisioneros de su propia ideología.

Estética sucia y fragmentada

Estamos ante la modalidad de cámara en mano, manejo amateur, sucio, “hecho en casa”, grabadoras caseras con todo lo que esto implica: ruido, filtros difusos, color análogo y un aire de cotidianidad a pedazos, pero en Desobediencia, esos pedazos son atrocidades, violentas posturas en pugna. Cada fragmento ofrece una puesta en escena particular (tortura de un prisionero, soborno de un alcalde, harakiri voluntario en nombre de la patria, o enunciación ritual de su manifiesto “Nací demasiado alto para ser poseído…”) Aquí la muerte es un ritual de iniciación, purgación y dignidad, es la cereza luego de la caída. “La democracia ha muerto” proclaman los gallos, luego, lo que muere es la revolución, un ideal imposible, una picaresca para salvar el mundo a través de un cambio espiritual que no sucede; el pueblo está engañado, el gobierno es un ente inútil, y ¿luego?, ¿culpar a los adultos de la perdición del mundo?, ¿luego?, qué hacer con los pedazos, unos jóvenes inermes.

“La democracia ha muerto” proclaman los gallos, luego, lo que muere es la revolución, un ideal imposible, una picaresca para salvar el mundo a través de un cambio espiritual que no sucede;

Una pistola es solo un juguete que se usa con máscara, ¡no te la quites!

Un pasamontañas, es la llave predilecta, ¡no te lo quites!

Un uniforme, ¡bandera de la libertad!, no te lo quites.

Una casa abandonada es un imperio de poder, no la abandones.

¡Quien abandone sus principios, debe morir!

De verdad en verdad, los gallos van muriendo, a costa de sus propias exigencias, ante una autoridad que no responde, que los burla, ante una venganza que solo tiene efectos monte arriba, abajo a nadie le importan, lo que hace que pierdan todo carácter político (lo político debe ser público); están tan perdidos como sus propios ideales, pero la idea de un opresor los mantiene con las botas puestas, en una batalla de antemano fallida. De eso se trata, unos perros de la guerra intentando reiniciar el mundo para darse cuenta que no hay solución, que el más peligroso soberano somos nosotros mismos.

En medio de estas disquisiciones políticas, surge la pregunta por el poder, hasta qué punto es legítimo y en qué momento abusa, pero todos los caminos parecen dirigirse a la misma respuesta: todo totalitarismo realiza perversiones en nombre de la libertad. Así, este grupo, poco a poco, se va desintegrando gracias a lo mismo que los une, se van desdibujando sus motivos: aprisionar a un alcalde no soluciona la pobreza, torturar a un policía no cambia la institucionalidad, las noches de delirio en el monte, más que acercar a lo divino desatan sus demonios salvajes.

¿Y la desobediencia?

La película abre un tiroteo de preguntas para Colombia, que por décadas han sido más motivos de protesta y violencia, que de convivencia o democracia. Se critica la mala gestión de los gobernantes, se cuestiona el sentido moral de matar, se pregunta sobre lo que debe ser digno de una nación y su relación con la historia, que en Colombia es un eterno conflicto de tierras, de suelo y de montaña.

La película abre un tiroteo de preguntas para Colombia, que por décadas han sido más motivos de protesta y violencia, que de convivencia o democracia.

Si bien ya se dijo que las acciones de los personajes, así como la película está basada en el ensayo de Henry David Thoreau, escritor y filósofo estadounidense, conceptualizador de prácticas civiles, en un contexto de fin de siglo (guerras, rezagos de esclavismo y desigualdades); a simple vista, y sin ser menester, el filme realiza su propuesta política muy a la colombiana, sin referenciar de manera explícita este ensayo. Elementos como: el soldado, el alcalde bonachón y corrupto, el acento mismo de los actores, la presencia indígena, la locación de pinos y monte nativo, el vestuario, entro otros signos clave, son suficientes para sostener el universo anárquico de Desobediencia, más allá de todo filósofo extranjero. Aunque pueda percibirse como un filme alocado, molesto, desorientador y “mal logrado”, NO puede verse como un simple filme, debe mirarse como manifiesto.  

Así, llegamos entonces a la relación entre la desobediencia civil y el ciudadano. ¿Cuál es el lugar del ciudadano, del campesino, en un lugar como Colombia? En muy pocos casos, este ciudadano ejerce libremente su soberanía, productiva, económica o territorial, pues se ve abocado a miles de impedimentos como el narcotráfico, las guerrillas o la apropiación de sus territorios por empresas extranjeras, entonces, ¿qué le queda, las armas?

NO puede verse como un simple filme, debe mirarse como manifiesto. 

La idea del individuo como hacedor, más allá de la autoridad, es entonces un estandarte para los personajes de esta película, que no buscaban influir solo en sus gobernantes, sino también en lo público, lo colectivo, con una postura moral muy clara: transformar las normas arbitrarias e injustas que los condicionan como ciudadanos, no dañar si no es necesario (¿cuál es el límite de lo necesario?), no arrebatar la vida y aceptar el castigo digno, esta aceptación del castigo deja ver ya la diferencia entre la desobediencia indiscriminada y la desobediencia moral y civil.

Pero, ¿más allá del texto de Thoreau?, ¿qué nos dice el texto del filme? Aunque hay diálogos histriónicos, rayando con lo poco creíble, hay cierto final desencantado, irresoluto y se entrevé también cierta crítica social forzada, puesta, exacerbada… puede que proclamar la autarquía lo requiera. Todo totalitarismo histórico es peligroso, incluso cuando habla por el pueblo, incluso cuando habla por la libertad, todo gremio es corrosivo, aún para los que se sienten más abandonados, todo monstruo engendra monstruos, aunque a veces se les llame “sistema social”.

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