Gloria Isabel Gómez
Casi siempre, las mejores películas sobre el duelo son documentales. Tal vez esto se debe a su estrecha relación con la realidad, a su capacidad para generar cercanía con los espectadores y al potencial que adquiere el archivo dentro del cine de no-ficción.
Y a lo mejor, en un año como este, la relevancia de estas películas se intensifica porque la situación ha obligado a todos los seres humanos a enfrentar diferentes pérdidas: partes de sí mismos, amigos, familiares, oportunidades, lugares y costumbres.
En tal sentido sobresale la película Después de Norma (2019), la historia de una familia colombiana que se reconfigura a raíz de la enfermedad y la muerte de la madre, quien se dedicó al cuidado del hogar y de sus hijos. Jorge Botero, el director de la película, relata diferentes etapas de su vida a través de videos y fotografías familiares que no están organizados cronológicamente, pues la historia se enfoca en una serie de experiencias personales atravesadas por ideas y emociones dispuestas en una estructura en la que predomina lo mental sobre lo temporal.
Esta decisión de narrar a través del discurso es posible porque los archivos están delimitados por espacios concretos que se modifican en función de lo que pasa con los personajes: de un duelo al interior del hogar (extenso y anticipado por la enfermedad de la madre), la película se traslada a espacios abiertos que están enfocados en la relación padre/hijo, la cual se transforma mientras la casa familiar se desvanece y ambos recorren lugares significativos para Norma.
El hilo conductor de la película es la voz del director. Su punto de vista es el de un hijo y cuidador, pero también el de un cineasta que reflexiona sobre su oficio haciendo comentarios auto-referenciales o cuestionando las escenas que él mismo está grabando.
A lo largo de la película, se percibe que la imagen documental es la imagen del pasado, pero esta forma de interpretar la realidad va más allá de utilizar el archivo doméstico, pues la mayoría de secuencias no son grabaciones caseras o fotografías del álbum familiar, sino videos deliberadamente creados por el autor para reflexionar sobre el duelo en sus diferentes etapas: la aceptación de lo sucedido, la expresión de emociones dolorosas, los roles que deben asumir los dolientes y la búsqueda de sentido, un proceso necesario para salir adelante.
Su punto de vista es el de un hijo y cuidador, pero también el de un cineasta que reflexiona sobre su oficio haciendo comentarios auto-referenciales o cuestionando las escenas que él mismo está grabando.
Entendiendo esta idea de una manera más amplia, el hecho mismo de hacer una película para reflexionar sobre estas experiencias indica que la presencia del director no solo está allí para guiar la atención de los espectadores, sino que también hace parte de un proceso de autoconocimiento y afirmación personal alrededor de su propio proceso de duelo.
La unión entre archivos familiares que “nadie hubiera pensado jamás que harían parte de una película” con imágenes grabadas a partir del diagnóstico de la madre desenmascara el tiempo, permitiendo apreciar sus contradicciones y sus grietas: la alegría de Norma en las reuniones familiares se transforma sin remedio en una tristeza sin palabras… es el lamento de una mujer que debe desprenderse de su propia vida. Sus testimonios, que al inicio eran espontáneos, se convierten en silencios que transmiten el sufrimiento de su enfermedad.
La cámara y los micrófonos exponen la vulnerabilidad de quienes integran el hogar, pero la película no propone una intimidad fabricada, pues para estas personas, la grabación en la casa es una actividad cotidiana o rutinaria que no les impide mostrar sus propias tensiones y desacuerdos, como si esas escenas familiares sucedieran frente a la cámara pero no para esta.
Es por eso que este documental no se limita a filmar la enfermedad y la muerte de Norma, sino que transfiere sus posibilidades a las transformaciones que le ocurren a los demás integrantes del hogar, generando espacios para abordar las teorías de conspiración del director, el ritual que hace con las cenizas de su madre y los viajes o conversaciones que tiene con su padre.
En una industria dominada por películas que ostentan altos valores de producción, esta obra reivindica el contenido por encima de la técnica o el formato, ya que su relevancia no depende de asuntos formales o estilísticos sino de su honestidad y su capacidad para conmover.
El buen cine toma tiempo y los años que transcurren en esta historia familiar hacen que Después de Norma sea una experiencia cinematográfica de emociones sinceras y profundas, en donde el archivo cumple la función de combatir el olvido y no se pretende responder preguntas alrededor de la muerte sino comprender las experiencias de duelo como una manera de darle sentido a la vida.