Diana Ospina Obando
¿Qué significa ser un verdadero hincha? Para algunos, ponerse la camiseta del equipo mientras ven un partido con amigos, para otros asistir al estadio sin falta y vitorear cánticos desde la tribuna, para muchos jóvenes santandereanos, es todo lo anterior y mucho más, significa una entrega total y absoluta a su equipo, el Atlético Bucaramanga. Asistir a todos los partidos sin importar los riesgos, determina y da sentido a sus vidas y están dispuestos a perderla, si es necesario, por hacerlo.
Andrés Torres, un joven cineasta bumangués que conoció en persona a varios barristas, decidió conformar un pequeño equipo (de otra forma no hubiera sido posible) y acercarse a la realidad de los muchachos que hacen parte de una de las barras más violentas del país, conocida como La fortaleza. El sugestivo nombre, que es también el título del documental, lo explican en la página del Atlético Bucaramanga, “desde un principio estas personas tenían claro que iban a ser impenetrables y que (como dice un hincha) ´ningún aficionaducho de otro equipucho, nos podría tocar y mucho menos insultar.´”
La cámara sigue a tres jóvenes, menores de edad, que hacen parte de una barra dentro de La fortaleza, llamada La mulera. El nombre les viene por los peligrosos viajes que realizan como polizontes en mulas (grandes camiones que transportan mercancías) para acompañar al equipo cuando juega por fuera de la ciudad. Mirados con desprecio por otros miembros de La fortaleza, los muleros, como lo explica Torres en una entrevista hecha por Jerónimo Rivera, son “los marginales de los marginales.”
El director y su equipo acompañaron a estos jóvenes en el recorrido que realizaron de Bucaramanga hasta Popayán, ida y vuelta, siguiendo al Atlético Bucaramanga durante unos decisivos partidos en los que se jugaba la posibilidad de salir de la B tras 7 años de permanecer ahí. Ese es, sin duda, uno de los aspectos más interesantes, los hinchas de este equipo no están ahí porque este sea el mejor o haya ganado muchos premios. Al contrario, llevan años acompañando a este equipo caído en desgracia sin desfallecer en sus intenciones de verlo, algún día, por lo menos volver a estar en la A. Finalmente, el Atlético Bucaramanga es, de cierta manera, un reflejo de su propia realidad, no la tiene fácil, sortea todo tipo de obstáculos, aspira a vivir tiempos mejores y ser reconocido, todo eso lo hace más cercano a sus corazones.
…llevan años acompañando a este equipo caído en desgracia sin desfallecer en sus intenciones de verlo, algún día, por lo menos volver a estar en la A.
Durante una hora y media vemos a estos jóvenes barristas superar diferentes obstáculos para ir a acompañar a su equipo. No pasa mucho más pero pasa todo, porque seguirlos nos abre la puerta a un universo desconocido por muchos, nunca antes visto en pantalla grande.
Ver La Fortaleza me hizo recordar los documentales La vida loca (2008), de Christian Poveda, sobre la Mara 18 en el Salvador, y La Sierra (2004) de Margarita Martínez y Scott Dalton, grabado en la comuna de Medellín que le da el título, por la manera en que consigue poner una cámara en la cotidianidad de quienes han decidido seguir sin que estos dejen de comportarse con naturalidad frente al lente. Sin embargo, en los ejemplos anteriores, los personajes, sobre todo en La Sierra, realizan, gracias a las preguntas que les hacen, diversas reflexiones sobre su vida y sus motivaciones. Torres, al contrario, decide simplemente acompañarlos sin ninguna intervención. Abundan los largos silencios mientras realizan su periplo, interrumpidos por cortas conversaciones donde lo que más se entiende es “gonorrea”.
No nos tienen que decir que el peligro está ahí, latente, lo sabemos desde la primera escena en el cementerio en la que presenciamos un entierro y sus desconsolados asistentes. Sabemos que se despiden de un joven, intuimos, con facilidad, una muerte violenta (sentimos la violencia en el aire). En realidad, la presencia de la muerte parece estar ahí a cada instante, rondando por la esquina. ¿Quién será el próximo? Las cicatrices deforman los escudos tatuados en la piel. Se habla de puñaladas, se cargan cuchillos enormes, se monta en el techo de una mula a gran velocidad, se teme (o a veces ansía) el encuentro con miembros de barras contrarias, toda actividad conlleva un riesgo.
Es imposible no ver a esos muchachos correteando camiones para subirse en ellos y no pensar en los ilegales que intentan llegar a los Estados Unidos en alguna de las rutas de La Bestia, ese conjunto de trenes que recorre México. Desesperados en busca de un futuro mejor, los inmigrantes se avientan a la carrilera y arriesgan sus vidas subiéndose, como pueden, al techo de algún vagón. Aquí el sueño es más difícil de entender, es acompañar a un equipo, celebrar un gol, subir a la A y, algún día, obtener la ansiada estrella de campeón. Nada de eso cambiará sus vidas, o la de sus familias, no les traerá ningún beneficio material que los aleje de la pobreza y precariedad en la que viven y, sin embargo, lo es todo.
“El fútbol es la vida”, dice uno de los personajes. Sin religión, sin familia que los pueda contener –la abuela solo contempla impotente el ir y venir del nieto, la madre trabajadora nunca aparece y los hombres no están– el balón sobre la grama y lo que sucede alrededor de él se transforma en su lugar seguro, su motivación y sentido de existencia.
Torres acompaña con sensibilidad y respeto a estos muchachos, registra sus miradas, a ratos perdidas y tristes, en otras, brillantes por la adrenalina, transfiguradas por la felicidad del triunfo. El color amarillo, omnipresente durante toda la cinta, representativo del equipo, aparece de múltiples formas, en las camisetas, las luces, los rayos de luz… Nos recuerda en permanencia que la pasión por su equipo es lo que los une y congrega.
¿Podemos juzgarlos? A veces, mientras los vemos, sentimos que estamos asistiendo a una misa, una suerte de cantos gospel emocionados y enardecidos, en donde pulula la camaradería. Estos muchachos le ponen el alma, lo entregan todo a ese equipo. Ser barristas los llena de ilusiones, les otorga un sentido de pertenencia y razones para avanzar ¿hacia dónde? esa es otra pregunta.
…sentimos que estamos asistiendo a una misa, una suerte de cantos gospel emocionados y enardecidos, en donde pulula la camaradería.
¿Qué opciones tienen? Caminan durante horas por carreteras calurosas buscando apoyo de gente similar a ellos: “somos humildes como usted”, le dicen a quien los socorre con algo de tomar y unas galletas. Durante su recorrido ven obras públicas a medio hacer, puentes que creen demorarán años en terminar, son jóvenes que interesan a los políticos de turno solo para obtener votos mientras su equipo, enfrenta, también, malos manejos y escándalos de corrupción. Los muleros y sus recorridos son el reflejo de un país, de una generación que, como decía Poveda en su documental “jamás, juventud se vio tan desamparada.”
El documental cita en sus inicios un poema de Juan Manuel Roca, ligeramente modificado en su versión original, que lo condensa todo:
Me habitan calles de este país
para usted desconocido.
Este país donde caminar
es emprender un largo viaje por la llaga
Aquí crecen la rabia y las orquídeas por parejo,
Es este país una confusión de calles y de heridas…
Finalmente, Torres nos dice lo que nos cuesta quizás ver, que esos jóvenes son un reflejo del país que hemos construido, nos habitan. Sus recorridos solo son “un largo viaje por la llaga” esa que atraviesa este territorio desigual, de barrios marginales y jóvenes desesperanzados que se aferran a lo que pueden para no sucumbir ante la desesperanza y el sinsentido.