Martha Ligia Parra
Twitter: @mliparra
Pirotecnia de Federico Atehortúa Arteaga (2019) es un ensayo cinematográfico que con buen pulso narrativo atrapa al espectador. Pasa con naturalidad del relato político a la historia personal, de hechos violentos que han marcado la historia de Colombia, a recuerdos y episodios que han afectado la vida familiar.
El relato se inicia con la imagen de un joven que habla sobre los falsos positivos. A esta historia le sigue la impactante foto del fusilamiento de cuatro hombres que en 1906 intentaron matar al entonces presidente Rafael Reyes. La película explora en lo que parece ser un mecanismo de la historia nacional: la puesta en escena, la ficción, el simulacro, los supuestos que toman el lugar de la verdad. En la vida política del país, hay unas constantes: la violencia, la apariencia, el silencio.
Pero el silenciamiento se replica en varios niveles: en la mudez del Estado, en la censura y en la muerte. Acciones que resuenan en la historia personal, cuando un incidente como el mutismo de la madre trastorna las relaciones familiares. La película tratará de entender ese mutismo y el de una sociedad que mira impávida un fusilamiento en 1906 o las imágenes de supuestos guerrilleros muertos en combate. Y nos hace pensar que del silencio a la desaparición hay un paso.
La película establece un interesante diálogo entre la realidad y la ficción, entre los hechos violentos de antes y los de ahora y la imposibilidad de nombrarlos. Pues, pese a la magnitud y contundencia de las cifras, de muertes, de desaparecidos, la negación del conflicto en Colombia es reincidente.
Llama la atención la postura directa que asume el documental frente a la guerra. El director expresa con sinceridad y en primera persona sus reflexiones, a través del análisis de hechos de nuestro conflicto. Él (como la gran mayoría), no conoce la guerra directamente, sino a través de imágenes en los medios.
Analiza su producción, en los orígenes del cine colombiano, en el conflicto y en los archivos familiares. Y se permite poner en duda, no solo las imágenes de otros, sino también las propias. Y esto lo empuja a hurgar en lo que ellas expresan y a la vez esconden; en el artificio o la verdad. Pero la pregunta es: ¿son las imágenes un buen lugar para buscar la verdad?
El director explica que su propósito era hacer una película sobre lo inicios del cine en el país y sus primeras imágenes. Y en buena parte la cinta lo es. Pero el contexto histórico no es externo y también incide en el mundo privado. El realizador reflexiona: “a merced de lo que conecta todas las cosas entre sí, es probable que los primeros momentos del cine nacional y la mudez de mi madre hagan parte del mismo escenario”.
Pero la pregunta es: ¿son las imágenes un buen lugar para buscar la verdad?
Una de las referencias a los orígenes del cine nacional está dada por la que sería la primera película colombiana. La misma que fue objeto de censura por parte de distintas voces: El drama del 15 de octubre (1915), de los hermanos Di Dominico. Se trataba de una reconstrucción documental sobre el asesinato en 1914 del general Rafael Uribe Uribe. El público se sintió herido porque tenía como protagonistas a los propios victimarios y se ordenó la destrucción de todas las copias. “La primera película del cine colombiano nace y muere a partir de este evento”, explica Atehortúa.
Una vez más, la negación, el silencio y la censura, hacen parte no solo de la vida política, sino también de los inicios del cine colombiano. ¿Qué imágenes son tolerables y cuáles no? se pregunta el documental.
A los jóvenes de los falsos positivos se les arrebata la identidad y se les utiliza para la obra teatral de la “victoria militar”. “Las Fuerzas Armadas de Colombia crearon los falsos positivos para simular la victoria de la guerra. Los falsos positivos parecen ser parte de una tradición de la ficción nacional que tiene su inicio en las fotografías de Lino Lara, con las primeras escenificaciones de eventos violentos y el nacimiento del cine colombiano.”
Como bien se manifiesta en Pirotecnia: “Hay muertes dignas de duelo y otras que no”. Y esto recuerda la reflexión sobre la lógica del general Matallana, quien en los años sesenta lanzó una ofensiva contra la insurgencia. El creyó tener la clave para detectar a los guerrilleros dentro de la población. Según él, era esencialmente un problema sobre las apariencias y sobre el uniforme. Hoy, la dinámica se repite en los falsos positivos. “La guerra del país es tolerable y puede continuar siempre y cuando los muertos sigan siendo los mismos”, manifiesta el documental.
Además del fusilamiento público, el atentado contra el presidente Rafael Reyes dio lugar a la reconstrucción de los hechos, a través del libro llamado el 10 de febrero. En él, de acuerdo con la película: “de las 22 imágenes, 18 son recreaciones teatrales de lo que sucedió. Es lo que los historiadores llamaron un falso documento. Este pequeño gesto narrativo es recogido por la tradición como el inicio del cine en el país”.
“La guerra del país es tolerable y puede continuar siempre y cuando los muertos sigan siendo los mismos”
Al parecer, la historia de Colombia está asociada indefectiblemente con la violencia y, sus imágenes, utilizadas como instrumentos de guerra. Al inicio Pirotecnia señala, de forma directa y contundente: “Para hablar de algo en Colombia hay que hablar de la guerra y para hablar de la guerra, hay que hablar de ejércitos, de muertos, de cementerios”.
Pirotecnia se integra a un conjunto muy interesante de documentales nacionales que abordan la realidad colombiana a través de relatos en primera persona: Amazona, de Clare Weiskopf; Amanecer, de Carmen Torres; Parábola del retorno, de Juan Soto; The Smiling Lombana, de Daniela Abad; Después de Norma, de Jorge Andrés Botero; y más recientemente, Las razones del lobo, de Marta Hincapié.
Este grupo de películas responde a la necesidad de elaborar la propia historia e identidad. Y en esa búsqueda se entiende que hay una relación prácticamente indisoluble entre la historia del país y la personal. Ambas se tejen con los mismos hilos y crean un relato que es la vez, tan particular como universal. Quizás sea la manera más efectiva para entender nuestra postura en el mundo y para confirmar lo que dice Edward Said: “es imposible ser neutral”.