Jerónimo Rivera-Betancur
Sin duda, 2020 pasará a la historia como uno de los más cruentos años de las últimas décadas. Su impacto en la salud física y mental, en la condición económica de las personas y en la sostenibilidad de algunos sectores solo podrá ser evaluado con certeza en el mediano y largo plazo.
Uno de los sectores más golpeados por la pandemia del Covid-19 en el mundo ha sido el de la cultura y el entretenimiento. Los vuelos comerciales, centros comerciales, peluquerías, tiendas, bancos y buena parte de los negocios se reactivaron antes que las salas de cine y de teatro, muchas de las cuáles se resisten a una reapertura en un escenario de incertidumbre, miedo y condiciones desfavorables para su propia sostenibilidad. Los rodajes cinematográficos y televisivos también se han ido poco a poco reactivando, después de meses de paro, en circunstancias muy complejas y con una gran cantidad de requisitos.
Si sumamos a esto que el campo audiovisual en Colombia no ha podido consolidarse como una industria, la situación es más que preocupante. El marco legislativo de la cinematografía en Colombia logró hace 17 años un gran avance con la aprobación de la ley 814 de 2003, una norma que ha sido estudiada y emulada por otros países, no solo por su contenido sino por su impacto real en el desarrollo del audiovisual colombiano. Sin duda, una de sus grandes virtudes es la autosostenibilidad de la industria mediante el FDC (Fondo para el desarrollo cinematográfico) que existe gracias a la contribución del mismo sector y evita de esta forma que la aprobación de presupuestos para la cultura dependa de la voluntad política de los gobiernos de turno, posibilitando que exhibidores, distribuidores, público y productores financien la industria audiovisual. Esta alternativa es ideal para que una industria sea sostenible… excepto en tiempos de pandemia.
el sector no tendrá prácticamente fondos para el próximo año.
Este sistema ha funcionado muy bien hasta ahora, pues el presupuesto del cine no depende del Plan de desarrollo nacional y no está al vaivén de los recortes que los gobiernos suelen aplicar al sector de la cultura cuando necesitan “tapar huecos” en otra parte. Sin embargo, la pandemia de 2020, que obligó desde marzo al cierre de los teatros, bajó la contribución a cero ocasionando un duro golpe al sector, pues el mayor ingreso del FDC es, justamente, el que se deriva de la exhibición cinematográfica. La directora de Proimágenes Colombia (entidad que recauda y administra el FDC) reafirmó esta preocupación en una entrevista reciente en la que confirmó que el sector no tendrá prácticamente fondos para el próximo año.
La noticia en el momento en que este texto se escribe (noviembre 25) es el anuncio de la apertura de algunos teatros de Cinemark, Cinépolis y Procinal en Colombia y la confirmación de que Cine Colombia (de lejos, el mayor exhibidor) no abrirá sus salas en lo que queda de 2020. Esto confirma que, como mínimo, 9 de 12 meses del año los teatros colombianos permanecieron cerrados, con las implicaciones que esto tiene, no solamente para el recaudo del FDC sino también para la gran cantidad de personas que trabajan en el sector de la exhibición cinematográfica y perdieron sus empleos.
Algunas convocatorias públicas, como las realizadas por los ministerios de cultura, ciencias y tecnologías de la información, permitieron reactivar un poco el sector en 2020 otorgando pequeños montos para realizaciones hechas en casa, pero sin duda 2021 representa grandes retos para recuperar el impulso que tenía el cine colombiano que, en las dos últimas décadas, se había consolidado como la cuarta cinematografía más importante de América Latina.
Pero hagamos un poco de historia. Después de un período que logró armonizar productos comerciales con obras de renombre internacional, la década de los años 90 fue una época oscura para el cine latinoamericano. La llegada al poder de gobiernos neoliberales que apostaron por políticas de libre mercado impulsadas por Estados Unidos y la firma de tratados de libre comercio con ese país, abrieron la puerta a la colonización de las salas de cine de productos provenientes de Hollywood y una disminución dramática del cine de otros países en estos espacios.
Los países líderes de la región (México, Brasil y Argentina) vivieron una estrepitosa caída en su producción y países con una cinematografía más modesta, como Colombia, vieron desaparecer toda posibilidad de apoyo estatal al cine. Para Colombia, además, se trató también de una de las épocas más violentas de su historia, ya que los gobiernos tuvieron que lidiar con varias guerras simultáneas: contra la guerrilla y el paramilitarismo, contra los carteles del narcotráfico y contra la infiltración de toda clase de grupos ilegales en el poder político.
En todas estas guerras, la cuota de sangre fue puesta principalmente por los ciudadanos que, hastiados de tanta violencia, vieron en el cine de Hollywood una válvula de escape para la difícil situación. Aunque el cine colombiano bajó en su producción a niveles bajísimos, a mucha gente ajena al sector poco le importó. En épocas de crisis, las prioridades nunca se ponen en el sector de la cultura (hoy lo estamos viviendo nuevamente).
Después del estrepitoso fracaso y posterior cierre de la entidad estatal de fomento cinematográfico, FOCINE y del órgano rector de la cultura en el país, Colcultura, el sector cultural colombiano, y el cine en particular, quedaron huérfanos y a la deriva y solo unos pocos quijotes (no les cabe otro nombre) se animaron a realizar y exhibir sus proyectos en esa década. La cifra de largometrajes estrenados en toda la década no pasó de 25. Sin embargo, un grupo importante de gestores culturales emprendió la misión de reorganizar el sector y proponer una sólida política pública de apoyo a la cultura. Estos esfuerzos se vieron materializados en la promulgación de la Ley general de cultura en 1997 y, posteriormente, en la ley de cine de 2003. Más adelante, y con propósitos diferentes, se expidió la ley 1556 o ley de filmación, que proponía estímulos a los rodajes extranjeros para hacer películas en el país.
Aunque el cine colombiano bajó en su producción a niveles bajísimos, a mucha gente ajena al sector poco le importó. En épocas de crisis, las prioridades nunca se ponen en el sector de la cultura…
Estas dos leyes, con sus aciertos, debilidades y limitaciones, han funcionado bien para el sector y han sido punto de referencia para otras cinematografías en América Latina y en el mundo. Se han financiado una buena cantidad de películas y se ha experimentado un aumento de los rodajes de producciones audiovisuales extranjeras en el territorio nacional que han contratado personal colombiano e invertido una buena cantidad de dinero en servicios cinematográficos y turísticos.
La situación que hoy vivimos es inédita e impredecible, pero puede ser la oportunidad para abrir un debate sobre el marco legislativo del cine colombiano y plantear reformas estructurales a ambas leyes, ya que se debe equilibrar la balanza para que la producción no sea el eje exclusivo de la actividad cinematográfica y para considerar sectores que antes prácticamente no eran tenidos en cuenta. En ese orden de ideas, me permito plantear algunas ideas que pueden contribuir a un debate urgente y necesario sobre cómo puede replantearse el sector de cara a un escenario post-covid.
Es hora de que la cacareada “industria naranja” pase a ser algo más que un discurso de campaña sin piso conceptual y se materialice en el apoyo a las industrias creativas del país.
1. Primero lo urgente: no tener dinero del FDC para el año próximo es catastrófico y requerirá, al menos por un tiempo, la aprobación de unos fondos excepcionales gubernamentales que permitan que el sector audiovisual no muera. Es hora de que la cacareada “industria naranja” pase a ser algo más que un discurso de campaña sin piso conceptual y se materialice en el apoyo a las industrias creativas del país. Esto, por supuesto, tiene que iniciar por definirlas claramente, para que no se cuelen en el sector un montón de iniciativas que no tienen nada que ver con la cultura. También es clave contar con la gestión de gestores culturales y líderes del sector para “arañar” al presupuesto de ministerios como el de ciencias (para la investigación-creación) y el de TICs (para emprendimientos y desarrollos tecnológicos en lo audiovisual).
2. La ley 814 funcionó perfectamente en un momento en el que Colombia tenía muy poca producción cinematográfica y fue un impulso fundamental para aumentar la cantidad de proyectos. En el siguiente gráfico puede verse la importancia de esta ley para el aumento de la producción (más del 60% de las películas colombianas estrenadas son de las dos primeras décadas del siglo XXI). Sin embargo, el reto ahora (más allá de la pandemia) no es solo producir si no construir una verdadera industria audiovisual, y es claro que ninguna industria se sostiene solo con la fabricación de productos. En las reformas a la ley es necesario considerar y ponderar mejor los procesos de distribución, exhibición, formación, formación de públicos, preservación e investigación, entre otros. El sector audiovisual va mucho más allá de producir películas.
3. Como afirmó Jaime Manrique en charla online con la Fundación Patrimonio Fílmico Colombiano, el escenario Post-covid debería considerar rodajes pequeños y dar un impulso fuerte al cortometraje. Creo que una tendencia que se incrementará en los próximos meses será el regreso a producciones más austeras y centradas en la solidez de las historias, mucho más que en el derroche de grandes presupuestos. No es descabellado pensarlo, pues ha sucedido históricamente en todos los escenarios post-crisis. Tampoco lo es pensar que quienes hagan largometrajes deberían hacer carrera con cortos y que una carrera como cortometrajista es también muy respetable. La reactivación de los rodajes con bioseguridad debe ser una prioridad y, en el nuevo escenario del medio audiovisual, las pequeñas historias tendrán mejores posibilidades. Siendo optimistas, esta crisis golpeará más fuerte a las industrias más grandes acostumbradas a grandes presupuestos.
4. Aunque sé que muchos podrían estar en desacuerdo, creo que es momento de pensar en que no todas las películas colombianas deben pasar por las salas. Desde las leyes debe fomentarse, además, que algunas de ellas se piensen específicamente para las plataformas o para circuitos alternativos. Para que esto sea posible y rentable, es fundamental que desde el Estado se regule y se dé un apoyo decidido y real a la exhibición alternativa y a las plataformas que promuevan el cine nacional.
5. Así como se debe apoyar las plataformas nacionales, se deben fortalecer los vínculos con productoras, distribuidoras y plataformas internacionales con el fin de que se hagan más y mejores proyectos en el país, pero también se adecuen a nuestra ley y cumplan con sus contribuciones al talento nacional. Regalías y pagos justos deben hacer parte de esa fructífera relación.
creo que es momento de pensar en que no todas las películas colombianas deben pasar por las salas.
6. En estudio recientemente realizado por la Universidad Externado de Colombia, se ha hecho una rigurosa investigación sobre la ley 1556 de 2012 (ley de filmación). Después de haber leído sus conclusiones, considero que es fundamental que desde el Estado se garantice que los fondos de esta ley serán seguros y constantes, para que sea realmente atractivo para los inversionistas extranjeros realizar proyectos en el país en condiciones justas para nacionales y extranjeros y que se trate de un ejercicio constante y sistemático. Es importante igualmente, que se fortalezca el desarrollo de agremiaciones que velen por estas tarifas y condiciones justas; apoyar y fomentar la capacitación al talento local y vigilar el cumplimiento de condiciones mínimas de trabajo y seguridad en condiciones de equidad para nacionales y extranjeros.
7. Así como hace poco la dirección de cinematografía del Ministerio de Cultura cambió su nombre por el de dirección de audiovisuales, cine e interactivos, la ahora llamada ley de cine debería replantearse también para ampliar la base al amplio espectro del audiovisual actual que incluye nuevos desarrollos como las producciones transmedia, los videojuegos, la realidad aumentada y la realidad virtual, entre otros. Solo haciendo una ley que incluya un mayor número de sectores y que vaya más allá de la producción para considerar que la industria se construye desde el hacer, comercializar y distribuir; pero también desde el pensar, construir y formar podrá avanzarse hacia la construcción de una verdadera industria audiovisual en Colombia.
¿Habrá vacuna para el cine nacional en 2021? Más allá de las condiciones de salud pública, definitivas para el funcionamiento del país y la adopción de la esperada “nueva normalidad”, el sector necesita una inyección urgente de capital y un apoyo decidido por parte del Estado y de la empresa privada. Es necesario mirar el cine como algo más que entretenimiento vacío; el cine nacional debe ser un reflejo de la identidad cultural y la memoria histórica de los colombianos. El cine es arte, cultura y entretenimiento y es obligación de los colombianos y sus gobernantes discutir estrategias que permitan su sostenibilidad y la continuidad de políticas que permitan retomar la senda y no perder lo que con tanto esfuerzo se había ganado en años recientes.